Se debe mantener el contacto ocular, “Mirar en los ojos”, como dice Jaime Garralda, presidente de Horizontes Abiertos. A través de nuestros gestos y posturas mostraremos que estamos atendiendo a su mensaje, asentiremos, utilizaremos interjecciones de modo apropiado que le hagan ver que estamos “conectados”, utilizar su nombre sin temor a abusar de él, potenciar el contacto físico, sobre todo entre aquellos que menos lo reciben -los ancianos, por ejemplo-, adaptar nuestro modo de expresión al de la otra persona, situarnos al mismo nivel léxico –no utilizar tecnicismos si conversamos con alguien que no nos va a entender- y al mismo nivel postural: ojos de ambos a la misma altura, tomar asiento de la misma forma..., evitar gestos y posturas que indiquen impaciencia o desagrado, etc. Utilizando un símil, el voluntario debe “sintonizar” la frecuencia de onda adecuada. El es el “invitado” y, por lo tanto, debe hacer un esfuerzo de adaptación comunicativa.
Estar pendientes de lo que dice el otro, no de nuestra futura respuesta o de nuestra siguiente pregunta. Todos tenemos la experiencia desagradable de esos entrevistadores de televisión que no escuchan al invitado; estamos en otro medio pero es la misma sensación. Hay que escuchar también lo que el otro no nos dice: sus miedos, sus deseos, sus temores, sus esperanzas... escucharle como la persona más importante, sin mirar el reloj y sin mostrar prisa, aunque la tuviéramos.
Podemos potenciar la autoestima del otro si nos esforzamos por destacar, de la forma más honesta y sincera posible, aquellos actos, rasgos de conducta o virtudes que la otra persona posea, haciéndoselo saber a ella, de manera apropiada y moderada, de modo que no se caiga en el halago rutinario y gratuito y poco verosímil. Tenemos que detectar, destacar y recompensar los pequeños logros que el otro lleve a cabo.
Cuando las quejas y lamentos de la otra persona son de un carácter general, si la coyuntura nos parece oportuna, podemos ayudarle a concretar sus problemas. “La vida es una mierda, mi familia no me quiere, todo me va mal, soy un completo inútil...”. En la medida que especifique en qué aspectos y bajo qué situaciones “la vida es un desastre” tendrá capacidad para dividir los problemas y que estos se concreten en unidades más pequeñas, menos amenazantes y de más fácil modificación. Hay parcelas de tu vida que pueden ser un desastre en este momento por la droga, por el comportamiento de un padre o de una madre, por tu minusvalía o por tu enfermedad. Estas parcelas hay que separarlas de otras facetas positivas que pueden ayudar a la otra persona a buscar compensaciones y horizontes basados en otras potencialidades.