Esperando a Robert Capa

“Una historia de guerra nunca es moral. No instruye, ni alienta virtud, ni sugiere modelos de comportamiento correcto, ni impide que los hombres hagan las cosas que siempre han hecho. Si una historia (periodística) os parece moral, no la creáis”.
“Si a una alondra le cortas las alas, será tuya. Pero no podrá volar. Y lo que tú amas es su vuelo” (proverbio polaco).

Con esta cita de Tim O’Obrien, presenta Susana Fortes su novela sobre la vida de Robert Capa y de Gerda Taro. Magníficos reporteros gráficos que, junto a David Seymour y Cartier-Bresson fundaron la Agencia Mágnum. Todo arranca del descubrimiento que, en 2008, se hizo en México de 127 rollos de negativos y fotos de la Guerra civil española, pertenecientes a Capa, Gerda y Seymour, con más de 3.000 fotografías inéditas.
Paris, 1935. Escritores, pintores, poetas, fotógrafos… se mezclan en las calles y en los cafés de París con miles de refugiados que llegan huyendo del nazismo. Entre ellos, dos jóvenes judíos. Ella, de 25 años, alemana de origen polaco, orgullosa, disciplinada y audaz, con buena educación y hablaba idiomas. Fue “la primera mujer fotógrafa fallecida en un conflicto”. Él, húngaro, procedente de un barrio obrero de Budapest, con no muchos conocimientos pero con un valor y una audacia que acompañan a un físico masculino destacado que pudo hacerse un hueco en el mundo de la fotografía, también en su veintena. Ambos judíos pero desencantados y agnósticos, que arrastraban el peso de su raza como una maldición absurda y terrible. “Odiaba con todas su fuerzas ser judía, porque la hacía vulnerable. Al Dios de Abraham y de las doce tribus de Israel le partiría el cuello si pudiera. No le debía nada. Prefería mil veces un poema de Elio que puede librarte del mal. Dios ni siquiera me ayudó a salir de la prisión nazi”.
En apenas un año, el estallido de la sublevación militar en España los convertirá en dos de los mejores reporteros de guerra de todos los tiempos. Abandonaron sus nombres (André Friedmann y Gerta Pohorylle) por los de Robert Capa y Gerda Taro que los harían inmortales. “Gerda quería a ese húngaro orgulloso, de carácter endiablado y escasos modales. Noble, alto, gallito y guapo hasta decir basta”. Estaba a solas con su propio personaje dispuesta a serle fiel hasta las últimas consecuencias, en esa especie de limbo en que la vida es la leyenda que uno se forja.
El amor, la guerra y la fotografía marcaron sus vidas. Lo tenían todo y lo arriesgaron todo. Crearon su propia leyenda y fueron fieles a ella hasta sus últimas consecuencias.
Una novela emocionante que rinde homenaje a todos los periodistas y fotógrafos que dejan la vida en el ejercicio de su profesión para mostrarnos cómo amanece el mundo cada día.
La autora ya había llamado mi atención por su primera novela, Querido Corto Maltés, que a tantos nos abrió el horizonte hacia esos personajes, fabulosos y perdedores, como Ulises, el capitán Scout, los amotinados de la Bounty y todos sus héroes cansados.
“Cuando no hay un mundo al que poder regresar, tienes que confiar en tu suerte. Capacidad de improvisación y sangre fría. Por eso sigo viva”.
“A ella le gustaba la distancia que él dejaba a su alrededor, un espacio necesario para que cada cual ocupe su lugar”.
“Nunca comprendí la tradición hebrea de identificarse con los antepasados: “cuando nos expulsaron de Egipto…” Oiga, a mí nunca me han expulsado de Egipto. No puedo asumir esa carga, ni para bien ni para mal. No creo en nosotros. Los colectivos no son más que excusas. Sólo las acciones individuales tienen un sentido moral”.
“Escribo un diario porque tengo miedo a dejar de saber quién soy”
Impresionante el capítulo sobre la más célebre de las fotos de Capa: Muerte de un miliciano. Tenía dentro todo el dramatismo del cuadro de los fusilamientos de Goya, toda la rabia que mostraría el Guernica, todo el misterio que ata el alma de los hombres y les obliga a pelear sabiendo por lo que pelean. El peligro, la melancolía, la soledad infinita, los sueños rotos, el instante mismo de la muerte. Su fuerza no radicaba sólo en la imagen, sino en lo que ésta tenía de representación. Hay fotos que no están hechas para recordar, sino para comprender”. Pero esa foto cuarteó el alma de Capa. “Los fascistas lo acribillaron pero yo lo maté”, pues había animado a los milicianos a hacer una salida para retratarlos.
Una historia es como un recuerdo, nunca sabes si es algo que tienes o que has perdido.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 30/07/2010