Todos los hermosos caballos, de Cormac McCarthy (Editorial Mondadori)

Hacía tiempo que no caía en mis manos una obra literaria semejante por su belleza descriptiva, su estilo seco e impresionante, su domeñada ternura y los diálogos que te convierten en testigo que huele y palpa y gusta y goza y sufre y se emociona.
Me ha impresionado hasta el punto de no poder abandonar sus 310 páginas sin haber subrayado algo en muchas de ellas. Increíble, pero cierto.
Qué prosa. Los caballos, los jinetes con sus sombreros y sus silencios. “Lo que amaba en los caballos era lo que amaba en los hombres, la sangre y el calor que los recorría. Toda su reverencia y todo su afecto y todas las tendencias de su vida se inclinaban hacia los ardientes de corazón, siempre sería así y nunca de otro modo... El nombre de Grady fue enterrado con aquel anciano el día en que el viento del norte arrastró las sillas del prado por la hierba muerta del cementerio. El nombre del muchacho era Cole. John Grady Cole”. “Su tío había ido al encuentro del sacerdote después del funeral y estrechaba su mano mientras ambos mantenían agarrados sus sombreros y se inclinaban treinta grados a favor del viento y la lona batía y se agitaba a su alrededor y los asistentes al funeral corrían por el terreno en pos de las sillas del prado”.
Cormac, nació en 1933 en Rhode Island, aunque pasó su niñez en Tenessee, donde se desarrollan sus primeras novelas. En 1965 llamó la atención de la crítica por su novela El guardián del vergel, Premio Faulkner. Más tarde aparecerían La oscuridad exterior, Hijo de Dios y Suttre, ambientadas en un sur violento y que ha sido comparada con la obra de W. Faulkner y Flannery O’Connor.
En 1992, Cormac publicó Todos los caballos hermosos, el primer volumen de la “Trilogía de la Frontera” que fue un New York bestseller y cautivó a crítica y lectores, galardonado con el Nacional Book Award. Completan la trilogía En la frontera y Ciudades en la llanura. Más tarde apareció No es país para viejos y la última La carretera ha sido galardona con el Pulitzer 2007. Las circunstancias de su vida rozan la leyenda, no concede entrevistas y en su juventud vivió como un vagabundo.
Todos los caballos hermosos está ambientada en 1949 en las tierras fronterizas entre Texas y México. La historia se centra en el personaje de John Grady Cole, un muchacho de dieciséis años, hijo de padres separados, que tras la muerte de su abuelo decide huir a México en compañía de su amigo Rawlins para encontrarse con un mundo marcado por la dureza y la violencia. Una novela de aprendizaje, o de paso, con resonancias épicas que inaugura un paisaje moral y físico que nos remite a la última epopeya de nuestro tiempo. Un estilo seco para una historia de emociones fuertes, ásperas, primigenias.
Ch. McGrath escribe en The New Yorker “Lo que a estas alturas el lector reconoce como McCarthylandia: una extensión solitaria de formas simbólicas y metáforas resumidas con melancolía, el sol poniéndose lentamente y la brisa de la tarde soplando entre pedruscos antiguos y cactus macilentos y llevando consigo, con un eco espeluznante y crepuscular, el sonido a la vez familiar y triste de una máquina de escribir estrepitosa”.

“Tenía la idea de que habría algo en el argumento que le revelaría cómo era el mundo o en qué se convertiría, pero no fue así”. “… no sólo montaba como si hubiera nacido cabalgando, que así era, sino como si de haber sido engendrado en un país extraño donde no hubiese caballos él los habría encontrado. Habría sabido que faltaba algo para que el mundo estuviese bien o él bien en el mundo y se habría puesto en marcha para vagar a donde fueses durante el tiempo necesarios hasta encontrar uno y habría sabido que aquello era lo que buscaba y así habría sido”. “Si no me voy, ¿tú te irás igual? John Grady se sentó y se puso el sombrero. Ya me he ido, dijo”.
“Todos se movían en una resonancia que era como una música entre ellos y ninguno de ellos tenía miedo, ni caballo ni potro ni yegua, y corrían en aquella resonancia que es el propio mundo y que no puede describirse sino solo elogiarse”. “Al final todos legamos a curarnos de nuestros sentimientos. Aquellos a quienes no cura la vida, les curará la muerte”. “… y experimentó una soledad que no había conocido desde que era niño y se sintió totalmente ajeno al mundo, aunque todavía lo amaba. Pensó que en la belleza del mundo se escondía un secreto. Pensó que el corazón del mundo latía a un costo terrible y que el dolor del mundo y su belleza se movían en una relación de equidad divergente y que en este temerario déficit podría exigirse en última instancia la sangre de multitudes por la visión de una única flor”. “Mi padre solía decirme que no hay que masticar las preocupaciones”. “Dijo que Dios ocultaba estas verdades de la vida a los jóvenes cuando empezaban pues de otro modo no tendrían ánimos para empezar”.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 15/01/2010