Viajes con Herodoto,
de Ryszard Kapuściński (Editorial Anagrama, 2007)
“Veo que me ha sucedido lo mismo que ocurre a los manuscritos pegados en
sus rollos tras largo tiempo de olvido: Hay que desenrollar la memoria y
de vez en cuando sacudir todo lo que allí se halla almacenado”. (Séneca) “Todo recuerdo es el presente”. (Novalis) “No somos sino peregrinos que, yendo por distintos caminos, trabajosamente se dirigen al encuentro de los unos con los otros”. (Antoine de Saint-Exupéry) Con estas tres citas comienza Ryszard Kapuscinski “Viajes con Herodoto”, uno de los últimos libros que publicó antes de morir en 2007, en su Polonia natal.
Herodoto nació hacia el 485 a.C. en Halicarnaso, hoy Turquía. Siempre me
ha impresionado la constelación de sabios coetáneos, en el curso de un
siglo, como Buda, Laotzé, Chuangtzú, Confucio, Zoroastro, Isaías,
Sócrates, Platón, Herodoto, Aristóteles. Aparte de Pericles, Fidias,
Esquilo, Sófocles, Eurípides, Tucídides, y un largo etcétera. Es impresionante constatar que, si los atenienses no hubieran vencido en Salamina, no habrían sido posibles Pericles y el genial grupo de artistas y pensadores que encontraron en Atenas las condiciones idóneas para que su talento estallara. Herodoto es el fundador del género literario de la Historia, a pesar de sus muchas fabulaciones, pues no podemos caer en el anacronismo de entender esta ciencia, en nuestros días, como hace dos mil quinientos años. Pero también puede ser considerado el primer gran reportero, el primer periodista ya que se echa a los caminos y al encuentro de las gentes y cuenta lo que ve y oye, en forma de crónica o de reportaje. Sus Historias narran las guerras médicas entre el 490 y el 480, entre griegos y persas, reconociendo el heroísmo y las cualidades intelectuales de éstos. No sin causa gran amigo de Sófocles, contempla al hombre atrapado por su destino. En Esquilo, el hombre no puede nada contra el destino diseñado por los dioses; con Sófocles, Edipo ya intenta oponerse a sus designios, pero finalmente “mientras huye de su destino se dirige hacia él”; y habrá que esperar a Eurípides, con el que el hombre puede alzarse contra su destino y no doblegarse a él. Herodoto empieza su libro así: “Herodoto de Halicarnaso va a presentar aquí frutos de sus investigaciones llevadas a cabo para impedir que el tiempo borre la memoria de la historia de la humanidad, y menos que lleguen a desvanecerse las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos como de los bárbaros”. Esta frase es la clave de todo el libro. Si he escogido el libro de Kapuscinski, y no la obra de Herodoto, es por el dinamismo de uno de los más grandes viajeros y periodistas de nuestro tiempo que emprendió sus viajes con este regalo de su redactora jefe en una Polonia comunista y camino de India, sin saber una palabra de inglés. Fue su compañero inseparable en China, África y en tantos de sus periplos y fue decisivo para la formación profesional y personal del futuro autor de obras tan diferentes entre sí, pero inconfundiblemente kapuscinskianas, como El Emperador, El Sha y La guerra del fútbol, El Imperio y Ébano, Un día más con vida y Lapidarium IV. Y todo esto, plasmado en magníficas historias –grandes y pequeñas, trágicas y divertidas- en las que los soldados de Salamina conviven con un niños sin zapatos en la Varsovia de 1942, los defensores de las Termópilas de Leónidas con los pescadores de Bodrum-Halicarnaso del año 2003, Jerjes con Dostoievski, Creso con Louis Amstrong. Y sobre todo el maestro Herodoto con su discípulo Kapuscinski. |
José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 03/10/2008