Retazos de Ting Chang 012
El Sabio de Harat
Sergei contemplaba en silencio, pero sin perder ripio,
la continua llegada de visitas que venían de Shangai y de otras
importantes ciudades. Bajaban discretas de sus imponentes coches y eran
recibidas al pie de la escalera por Sun
Tzen, el supuesto chofer que los había traído desde el monasterio. Aquí
vestían una sobria túnica de seda azul oscuro que llegaba al suelo. Su
aspecto era imponente realzado por el pelo blanco y por su mirada
penetrante y pacificadora, a la vez. No estaba junto a la puerta de los
coches, sino que los esperaba en el rellano, inclinaban la cabeza y, después,
extendían sus manos al modo occidental. El protocolo mostraba la realidad
con evidencia al ver la imperceptible pero marcada diferencia entre las
diferentes inclinaciones. Una vez llegados arriba, los acogía el Consejero
Principal de Ting Chang, un noble y sagaz ingeniero industrial y
economista formado en EEUU bajo la tutela del padre de Ting Chang. Así
había hecho durante las décadas más duras del imperio maoísta: los
agentes de la estirpe Chang fueron reclutando y becando en todo el mundo a
las mejores cabezas de jóvenes chinos, con alguna vinculación familiar a
quienes durante milenios garantizaron el relevo en las estructuras
tradicionales del Imperio del Centro. Mientras todo el mundo hablaba de las mafias chinas, de
las XX y otras redes existentes, nadie prestaba atención al entramado
vital y firme que se iba extendiendo por las universidades y los más
prestigiosos centros de investigación del mundo occidental y de la misma
URSS, pues hacia allí habían desviado a no pocos estudiantes durante las
fases más oscuras del naciente comunismo de oriente. Allí permanecía
bastante desorientados, fue una labor sagaz la
de alentarlos, sostenerlos y animarlos para cuando llegase el
momento de aportar toda su experiencia a la reconstrucción de los nuevos
pilares del Imperio. Paciencia nunca les faltó, pero también sostén y
ayuda a sus más sabios familiares que trataban de sobrevivir bajo la
marea roja. También de Japón y de Corea del Sur, pero con mayor discreción
que en EEUU, Canadá, Europa, Australia o lugares estratégicos del
Sudeste asiático. El Noble Ting Chang iba contándole estas cosas, de
acuerdo con su limitado entendimiento pues no era chino de origen. Por eso
ante algunas preguntas, repetía con sosiego el gesto que hacen los sufíes
cuando consideran que una pregunta puede no tener respuesta en el estado
de quien la formula. Respuesta existe pero no la capacidad y simplicidad
necesarias para poder asumirla, o “llevarla”. Sergei se daba cuenta de que el Noble Ting Chang
aprovechaba los momentos de descanso en el baño o durante el paseo,
paladeando el rico té especiado que le preparaba como nadie y que, en
cierta manera, eran transformados por la presencia simbólica del sencillo
servicio de té que les diera el Maestro. Un día dijo Sergei, a veces me
parece que debería servir tres tazas... “A mí, también – respondió
Ting Chang -, pero no es necesario porque esa es la función de los
llamados talismanes. La gente cree que son piezas, piedras preciosas,
objetos que poseen virtudes ocultas. No hay tal. Las cosas son las cosas.
Pero hay algunas que hemos compartido con seres queridos en momentos
inolvidables y que forman parte de un entorno sensorial que contribuyen a
evocar la situación por sus formas, colores, tacto, sabor, peso y
volumen. Están ahí sobre una sencilla mesa y parecen llenarlo todo. Por
eso, según nuestros estados de ánimo, también preferimos unas flores a
otras, ciertas músicas, perfumes, ropas y andar calzados o descalzos. Son
ayudas para liberarnos y serenarnos, para reconducirnos al hogar del
sosiego en el que se vive la felicidad, sin más nada”. - Noble Señor, - dijo Sergei sentado con las piernas
cruzadas en el suelo y jugando con sus dedos en el humo que subía desde
el pebetero -, ¿consiste todo en el estudio y en el conocimiento, en el
poder de los medios y en la fuerza, dentro de un plan superior y
estrategias que nos gobiernan? - Al de eso existe, Sergei, pero no puede explicarlo
todo. Es cierto que existen poderosas estructuras financieras, ideológicas,
de comunicación y de presión que influyen en las vidas de los ciudadanos
aunque estos las desconozcan y sin que puedan liberarse de ellas. Eso
forma parte del sistema. En todas las civilizaciones y religiones de la
historia ha sido así: construir unas concepciones de la vida y del mundo
en los que lo más prudente es seguirlos. Y lo más seguro. Y ya están
logrando hacer creer a las gentes que el objeto fundamental del Estado es
la seguridad. Imagínate que barbaridad si esa seguridad o paz no son
fruto de la justicia, pretenderán que cualquier medio podrá justificar
el fin de la seguridad. - Pero tampoco podría la gente sobrevivir al margen
del sistema, porque al que no está de acuerdo y sometido, lo marginan o
lo excluyen. - Estamos llegando a imponer un sólo sistema que brote
de un pensamiento único que se expresa de una u otra forma pero que
pretende lo mismo: dominar a las gentes y convertirlas en súbditos. - ¿Pero no decía el Maestro que en muchos lugares ya
se había alcanzado la ciudadanía y que se vivía en de un Estado de
Derecho, y no fuerza? - Ese es el dilema, la codicia de algunos pretende
reducir a los seres humanos a meros recursos, así les llaman ya en Economía,
considerables sólo según la utilidad que puedan sacarle. - Pero eso, si lo llevamos al absurdo, nos convertiría
en hormigas de un hormiguero, sin libertad y capacidad de decisión, y de
equivocarse pero para poder ser uno mismo y no una pieza más de la grúa.
- Pero esto no pueden entenderlo todos. Esto me
recuerda una historia que escuché de labios de nuestro Maestro pero, ya
sabes lo que sucede con las historias, que son como las abejas que cuando
van de flor en flor se les va pegando el polen. A los cuentos y
narraciones les pasa lo mismo, se les van pegando experiencias y muchas
palabras de quien las cuenta. - Por eso son tan ricas y sabrosas, cuenta Noble señor,
- Es la historia del Sabio de Herat. Sucedió en
tiempos del Emperador Mahmud el Conquistador de Ghazna. Había un poderoso
cortesano, Iskandar Khan, que tenía un hijo muy inteligente y bien dotado
físicamente para quién deseaba obtener el favor del Emperador admitiéndolo
entre sus consejeros privados. Con ese fin lo envió a estudiar con los más
grandes sabios de la época. Cuando Haidar Ali dominó las artes de las
escuelas sufíes, los relatos, las recitaciones, ejercicios y las posturas
corporales, fue conducido por su padre a presencia del emperador. Después
de exponer los méritos del joven y sus avances en los caminos del espíritu,
pidió para el joven un puesto digno en la Corte “por ser Vuestra
Majestad el modelo de toda enseñanza”. - ¡Se pasó varios pueblos! - El Emperador ni levantó la mirada mientras le dijo
“Tráelo dentro de un año”. Algo decepcionado, Iskandar envió a su
hijo Ali a estudiar la obra de los grandes sufíes del pasado en Bagdad,
Bujara y Samarcanda en donde pasó otros doce meses aplicándose en el
estudio. Pero todo fue igual durante la entrevista con el Emperador que le
volvió a decir que volviese otro año. Fue entonces cuando Haidar Ali
peregrinó a La Meca, viajó a India y a Persia estudiando y practicando
con los mejores maestros. - ¡Qué fortunón se habrá gastado el padre, y el
hijo sin rechista!, dijo Sergei. - Espera, Liebre impaciente, pues cuando llegó esta
vez ante el Emperador, éste le dijo “Ahora, escoge un Maestro, si te
acepta alguno, y vuelve dentro de un año”. Cuando pasó ese largo año
y el padre, Iskandar Khan, se preparaba para llevarlo ante el Emperador,
su hijo Haidar Ali, no mostró interés alguno, sino que se sentó a los
pies de su maestro en Herat y nada fue capaz de moverlo de allí. - ¡Esto sí que se pone bueno!, exclamó Sergei. - Había que escuchar a Iskandar lamentándose por todo
el dinero, tiempo y esfuerzos que había malgastado para que su hijo no
superase las pruebas del Emperador. Se desmoronó y se volvió a sus otros
negocios. - “Otros negocios”, pues está claro, para
Iskandar, su hijo era otra forma de inversión, sigue, Noble Luz del
Atardecer, que esto se pone bueno. - ¿No te preocupa que hoy nos hallamos alargado tanto
y que el Venerable Sun Tzen se impaciente? - OH, no hay cuidado, Mi Señor, él bien sabe que lo
urgente cede el paso ante lo importante. - ¡Estás tú bueno! Pues, llegado el día en que el
joven debía presentarse ante el Emperador, que lo aguardaba, dijo Mamad a
sus cortesanos: “Vayamos de visita a Harat, pues hay allí una persona a
la que quiero ver”. Precedido de las enseñas imperiales, con trompas y
atabales, entre el entusiasmo de las gentes que jamás habían visto al
Emperador, éste se paró ante la tekkia o escuela sufí, se descalzó, lo
mismo que su cortesano de más confianza, Ayaz, y aguardaron sentados en
el suelo sobre una sencilla estera hasta que se abrió la puerta y salió
el maestro sufí que llevaba de la mano al joven Haidar Ali. “Emperador
de todos nosotros, aquí está el joven que no era nada cuando fue un
visitante de sabios y de reyes en lejanos países, y que hoy es visitado
por reyes. Puedes llevártelo como consejero sufí a tu lado porque ya está
preparado, aunque él no lo sabe”. - ¡Qué bueno! ¡Qué bueno! “aunque él no lo
sabe”, ¡Ahora que ya no quería presentarse a más pruebas lo
convierten en discernidor de pruebas en el Consejo del Emperador! - Así se cuenta la historia de Haidar Ali Jan, el
Sabio de Harat, del que tantas historias conocemos. |
José Carlos Gª Fajardo
Este texto pertenece a la serie 'Retazos de Ting Changl', colección de
cuentos orientales adaptados a nuestro tiempo