Retazos de Ting Chang 013
Lo que se olvida no se pierde
Las visitas se sucedían a lo largo de los días. Venían
de uno en uno y con todos se guardaba el mismo protocolo para
distinguirlos, procurando que no se encontraran. - Noble Señor, le dijo Sergei mientras caminaban un
rato después de la siesta, ¿No te cansa recibir a tantas personas
distintas? ¿Te gusta? - Sergei, son cosas distintas. Está claro que al final
de la jornada me siento cansado, pero no puedo estar cansado de recibirlos
pues nadie llega sin que en mi nombre lo hayan llamado. Por eso, hacemos
estas caminatas por el jardín o nos relajamos en las terrazas o en el
agua sin, que nadie nos moleste. - Eso me ha impresionado desde que hemos llegado, todo
funciona como un reloj, da la sensación de que estamos solos. - Hasta los relojes necesitan que les den cuerda, y
esta armonía que ves es producto de la experiencia de muchas
generaciones, porque lo que se olvida no se pierde, Sergei. - Yo me olvido de muchas cosas, Noble Señor, y me da
pena no recordar una por una todas las palabras de nuestro Maestro. - ¿Recuerdas lo que te dijo cuando le planteabas este
problema? - Todos se echaron a reír, pues estaba sirviendo el té
a los tres Maestros. Entonces, ¿cómo hacer? Venerable Señor. - No me llames Venerable, pues no lo soy. Sólo soy un
hombre que camina, como tú. Ese tratamiento está reservado para los auténticos
Maestros, y también para los ancianos pues, como sabes, Liebre de
Mongolia, en China y en las más evolucionadas tradiciones culturales, se
venera a los ancianos. - He comprobado durante estos años que, en China,
decirle a un anciano que lo encuentras muy joven es casi una ofensa. - Es una descortesía. Ellos se dan cuenta de la
ignorancia de los extranjeros y no lo toman como ofensa pues, para
ofender, hay que tener intención de hacerlo. - Pero, siguiendo con lo que íbamos hablando, ¿te
gusta lo que estamos haciendo, tan distinto de nuestras etapas anteriores? - Tú mismo te has respondido, Liebre venturosa:
“Estamos haciendo” ¿A ti te gusta? - Yo, Señor Amable, con tal de estar contigo o con el
Maestro, ya me siento feliz y contento. No pido nada más. - Esa es la respuesta, Sergei, amable también, desde
niños nos educan a no preguntarnos si nos gusta o no nos gusta lo que
tenemos que hacer. No vale la pena. Pero esto tiene que ver con el ámbito
de la educación para el buen gobierno de uno mismo y en relación con los
demás y con nuestros antepasados. La educación es la capacidad de
enfrentarse/ a las situaciones que plantea la vida. Tu respuesta ha dado
en la diana: La felicidad consiste en ser uno mismo y conservar el
equilibrio y la armonía. Cuando uno se siente feliz no se pregunta si le
gusta esto o lo otro que debe hacer, lo hace y ya está. - Ahora sí que lo entiendo, Noble Ting Chang, pero cómo
es eso de que lo que se olvida no se pierde. - Claro, melón... - ... así me llamaba el Maestro cuando se sentía
contento... - musitó el rapaz con voz casi inaudible pero emocionada. - Pues eso, atiende: Para olvidar algo antes hay que
haberlo aprendido. ¿De acuerdo? - De acuerdo. - Puedes no recordarlo en un momento determinado pero
está ahí, en tu disco duro, como todos los imputs recibidos. Aún
aquellos de los que no tienes conciencia, que son muchísimos más y que
tanto influyen en nuestras vidas, aunque no la determinan. Lo que ocurre
es que, a lo largo de la vida, nos procuramos diversos soft wares o
instrumentos para descodificar y servirnos de los diversos contenidos de
nuestra conciencia. - ¿Todos están en la memoria? - En la memoria está lo que puedes recordar cuando lo
precisas. Pero existe otro nivel que se activa sin esfuerzo de la voluntad
y que tiene que ver con la maduración personal, con el crecimiento
espiritual en el sentido de ir despojándonos más y más de ataduras y de
servidumbres, de prejuicios y de tabúes, de dogmas y de fantasías que
recargan la memoria. - ¿Es el camino de la meditación, de la respiración
y del desapego? - No sólo, sino también, junto con la práctica de
las virtudes y el progresivo control de nuestras pasiones e instintos. No
digo eliminarlos porque eso es imposible y llevaría a la locura. Un
hombre sin instintos estaría muerto, y sin pasiones ya no sería persona
sino una masa inerte. Los animales no pueden tener pasiones, como tampoco
tienen síntomas en sus enfermedades. - Eso ya nos lo explicó el Maestro. Sólo tienen síntomas
quienes pueden contarlos. - El problema, escribió Lin-chi, Maestro Zen del siglo
IX, es que no creemos bastante en nosotros mismos. “No existe Buda, ni
camino ni aprendizaje ni realización”...que no estén ya en nosotros. - Se trata de caer en la cuenta, decía el Maestro
pero, Noble señor, me parece que todavía tenemos el tiempo suficiente
para darnos un baño. - ¡Vaya! Ya has sido capaz de percibir el paso de Sun
Tzé, entre los árboles. Sigue así, rapaz, sigue así, y no te alejes. - ¡Que antes se me pegue la lengua al paladar!, pero
¿a ver quién llega antes a la pagoda de las glicinias? - ¿Y por qué no procuramos ir a la mayor velocidad
posible pero sin adelantarnos uno al otro? |
José Carlos Gª Fajardo
Este texto pertenece a la serie 'Retazos de Ting Changl', colección de
cuentos orientales adaptados a nuestro tiempo