Amanecer en Zimbabwe

La antigua Rodhesia fue concebida para ser un enclave blanco dentro de África hasta el año 1980 en que lograría su independencia efectiva cuando Gran Bretaña traspasó el poder al triunfador en las elecciones, el Partido ZANU, de Robert Mugabe. Un año antes, había asumido el gobierno el obispo negro Muzorewa que cambió el nombre de Rodhesia por el antiguo de Zimbabwe que hacía relación al gran imperio del Monomotapa, rey de los karanga de la misma etnia shona del 80% de la población actual.
Los estudios de las ruinas del Gran Zimbabwe han confirmado la antigüedad de una civilización que desautoriza las tesis etnocentristas que negaban a los pueblos de África un pasado auténtico que invalida el proceso de conquista y colonización. ¿Cuándo nos liberaremos de los mitos que han impregnado nuestra interpretación de la historia en ese continente como el del estancamiento natural de los pueblos de África?
O de su pretendido analfabetismo como sinónimo de incivilizados, cuando sus civilizaciones con ricos contenidos culturales se han transmitido oralmente a lo largo de siglos animando concepciones de la vida en las que quizás las sociedades de los países ricos tengan que ir a aprender para no perecer en su consumismo materialista, en su soledad estéril y en su desarraigo de la naturaleza como madre nutricia. Si algunos han decidido pedir perdón por algunos crímenes realizados en el pasado en nombre de la civilización, de la religión y de la codicia, hay que reconocer que ha habido otros holocaustos cometidos en nombre de una concepción de la vida que pretendía salvar a quienes no los necesitaban para nada. Y la primera reparación tiene que comenzar en nuestro interior, en la enseñanza y en los medios de comunicación. Gran parte del desarrollo y crecimiento económico continua haciéndose con la explotación de las riquezas de estos pueblos, de sus tierras, de sus mares y hasta de sus conciencias, de las que se ha intentado borrar su memoria. Un pueblo sin memoria es un espíritu que no halla descanso porque no tiene raíces y se lo lleva el viento.
Ya en el siglo X los shona -herreros bantús que se habían instalado en la región en el siglo V por sus yacimientos de oro, cobre y estaño-, construyeron recintos amurallados, el más importante de los cuales era Zimbabwe, "casa de piedra", sede del Monomotapa. Su prestigio era enorme entre los demás pueblos y allende el Índico, ya que comerciaba con Asia a través del puerto de Sofala, en el actual Mozambique: intercambiaban oro y marfil por porcelanas, tejidos y cristal. Este imperio duró hasta el siglo XV cuando se presentan los portugueses que ahogaron el comercio con Oriente. Movidos por las leyendas de que allí se encontraban los tesoros de la Reina de Saba, obligaron a los mineros shona a ocultar sus minas y mantuvieron la metalurgia del hierro con lo cual se produjo un retroceso cultural de diez siglos.
En 1834, llegaron los zulúes arrojados de sus tierras por los colonizadores holandeses. Fueron abandonados los cultivos, los canales, los pozos, las minas y la infraestructura que había permitido florecer a una civilización durante más de diez siglos.
Los agentes de Cecil Rodhes, el hombre más rico de África con sus minas de diamantes en Kimberley, engañaron al rey de los zulúes, Lobenguela. Le obligaron a firmar un tratado por el cual cedía a la Compañía de Rodhes la explotación de todos los recursos minerales del país. La reina Victoria "concedió" a Rodhes "el control del comercio, la inmigración, las comunicaciones y las fuerzas policiales del país de Matabele". Rodhes introdujo a 200 colonos ingleses protegidos por 700 policías en el territorio de los shona para "cavar un pozo". Construyeron un fuerte para defenderse al que llamaron Salisbury, antecedente de la actual capital de Zimbabwe, que luego se denominó Harare.
Habían incrementado la inmigración blanca: de 12.000 granjeros blancos en 1902, pasaron a 25.000, en 1912, y, en 1922, decidieron ser colonia independiente de la Unión sudafricana. En 1930, los gobernantes blancos decretaron, por el Land Apportionment Act, que las tierras cultivables sólo podían pertenecer a los blancos. Hacia 1960 los colonos apenas significaban el 5% de la población pero poseían el 70% de las mejores tierras cultivables: 4.500 agricultores blancos versus 4.500.000 negros que sólo podían trabajar las tierras sin valor. El primer ministro, Ian Smith, en 1965, proclamó unilateralmente la independencia.
Cuando el presidente Robert Mugabe asumió la presidencia, en 1980, comenzó a desmontar las cláusulas de los Acuerdos de Lancaster House que impedían expropiar haciendas a los blancos "aunque no estuvieran en explotación", a quienes se les garantizaban 28 escaños de los 100 del nuevo Parlamento, disponían de un derecho de veto contra cualquier ley que no les gustase, conservaban el control de la policía y de la fuerzas armadas así como los de la judicatura. Las grandes compañías negaron créditos al gobierno de Zimbabwe acusándolo de socialista, mientras que el gobierno de Sudáfrica prohibía el paso de los minerales a través de sus puertos para la exportación. Después del colapso de la URSS, se sometieron a las disposiciones del FMI y del Banco Mundial para rehacer su economía. En 1992, comenzaron los recortes en la educación y en la sanidad, los estudios universitarios cesaron de estar subvencionados por el Estado y expulsaron a 10.000 estudiantes de la universidad, suprimieron en un día 32.000 puestos de trabajo en el sector público.
Zimbabwe tiene una población de 11.500.000 personas con un nivel de alfabetización del 85%, una esperanza de vida de 58 años y un médico por cada 7.000 personas. Pero su deuda externa es de 4.368 millones de dólares mientras su PIB es de 5.432 millones de dólares al año. Lo incomprensible es que hayan tenido tanta paciencia. Como en Sudáfrica, cuya Ley de la tierra, de 1913, privó a los africanos del 87% de sus tierras. El despertar ha comenzado y no sólo para Zimbabwe.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 28/04/2000