Despotismo humanitario en África

Cada año, el 25 de mayo se celebra el día de África que marca el aniversario de la fundación de la Unidad Africana, “voz de África en el escenario internacional y un abogado en casa para el progreso y la paz”, según afirma Kofi Annan, Secretario General de la ONU, en su mensaje para ese día.
Los líderes africanos han lanzado un gran proyecto de integración para proveer el marco, las herramientas y el propósito común necesario para que el gran continente de la esperanza logre sus objetivos.
Ya hace algún tiempo, el secretario general de la ONU, denunció a los países ricos por reducir en un 24% la ayuda humanitaria y aseguró que el hambre hacía peligrar el futuro de 12 millones personas en África. Annan solicitó un esfuerzo especial cuando la atención mundial había vuelto sus ojos y su dinero a otras crisis, antes la de Kosovo o Afganistán como ahora la de Irak y el resto de países considerados por Washington “contrarios a sus intereses”. Sus palabras no sirvieron para movilizar a la comunidad internacional y hoy más de 20 millones de africanos están amenazados por el hambre y el SIDA, cuando se podía haber actuado con antelación.
Ante la terrible situación de esos países africanos, debemos preguntarnos por las causas de esas hambrunas - debidas no sólo a la sequía sino a la imposibilidad de cultivar los campos - de esas guerras que ocasionan esos desplazamientos humanos.
Quizá haya llegado el momento de hablar menos de ayuda humanitaria y denunciar las corrupciones y abusos por parte de los poderosos del norte sociológico, en connivencia con dirigentes corrompidos de esos pueblos empobrecidos del sur. En nombre de los derechos humanos se abusa del concepto de humanitario alzándose los Estados, los ejércitos y los grupos de presión económica y financiera con el monopolio de un nuevo despotismo que no dudo en calificar de despotismo humanitario. En otros tiempos se prostituyeron los nobles ideales de la Ilustración con la prepotencia de los soberanos europeos que, afirmando su absolutismo monárquico, pretendieron disfrazarlo bajo la pátina de ilustrado, que no dejaba de ser un despotismo nacido de su arbitraria voluntad. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo; porque el pueblo no sabe lo que le conviene.
Parece reproducirse esa actitud y la sociedad condenó la arrogancia de aquellas potencias europeas que impusieron su etnocentrismo en nombre de una superioridad cultural, científica y hasta religiosa. Hoy son todopoderosos grupos de poder económico transnacionales que han sometido a los gobiernos y a las demás instituciones democráticas al dictado de sus intereses.
Volviendo al gran continente africano, con más de 800 millones de habitantes, no deberíamos de invocar tanto la ayuda humanitaria como la justicia en nuestras transacciones comerciales y sociales. Si se pagara el precio justo por las materias primas que se les expolia obligándolos a monocultivos intensivos que desertizan las tierras; si se impusiera un embargo absoluto en la venta de armas de manera que ningún país miembro de la ONU pudiera vender armas a los estados africanos; si se detuviera la proliferación de fábricas sucursales del norte que se instalan en esos países para explotar la mano de obra barata y sin garantías de seguridad social alguna; si se reconociera que la deuda externa ya está pagada con creces y que muchos países necesitan el 60% de su renta nacional para pagar los intereses de la misma; si no se invadieran sus mercados con los excedentes de producción de las industrias del norte creándoles nuevas necesidades y dependencias por medio de la imposición del modelo de desarrollo neoliberal, y que se ha revelado como eficaz sólo donde ha habido posibilidad de explotar las materias primas y la mano de obra barata de otros pueblos; si se llevara a los tribunales penales internacionales a las multinacionales y potencias corruptoras, así como a los dirigentes corruptos de esos países; y si se cooperara en situación de igualdad con esos pueblos para ayudar en un desarrollo endógeno, sostenible, equilibrado y global – de acuerdo con sus idiosincrasias, culturas y características propias -, se estaría contribuyendo a una verdadera actitud humana y justa que va más allá de una ayuda económica esporádica y siempre de acuerdo con los intereses de los países donantes.
Ya está bien de prepotencias, de mentiras y de falsos problemas. África es un continente rico en pueblos, culturas y civilizaciones, rico en materias primas, en tierras regadas y en bosques. Es la mayor reserva del mundo en toda clase de minerales. Quizá por eso no pidan 'ayuda humanitaria' sino que prefieran más justicia y solidaridad. El ex presidente de Tanzania, Julius Nyerere, dijo a una comisión de donantes de países del Norte: "Por favor, no nos echen una mano, quítennos el pie de encima". Para que no le sucediera como a Jomo Kenyatta, primer presidente de Kenia, que decía de los ingleses "Cuando vinieron, ellos tenían la Biblia y nosotros las tierras; ahora, ellos poseen las tierras y a nosotros nos dejaron la Biblia".
Cada día se alzan más voces reclamando la reparación debida - en estricta equidad y justicia - por la expoliación que las potencias europeas realizaron en África durante quinientos años. Pero pudiera ser que la mejor manera de 'ayudarles' fuera retirándonos y reconociendo su mayoría de edad y la capacidad para relacionarse con otros países y con otros modelos de desarrollo económicos distintos en términos de igualdad.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 16/05/2003