Etiopía-Eritrea: la guerra de los pobres

Eritrea y Etiopía, con 210 y 110 dólares de renta anual por habitante, se sitúan entre las naciones más pobres del mundo: ocupan los puestos 167 y 172 de los 174 países clasificados por el PNUD según el índice de desarrollo humano.
Desde mayo de 1998 están en guerra por la fijación de unos límites fronterizos de un territorio desértico y sin valor estratégico ni económico. Las víctimas se acercan a los 100.000, militares en su mayoría porque entre los conflictos vivos en Africa éste es uno de los pocos con sendos ejércitos regulares en el frente.
El Banco Mundial y los países donantes han condicionado cualquier ayuda o renovación de la deuda (Eritrea 80 millones de dólares y Etiopía casi 10.000 millones) al fin de un conflicto absurdo y cuyo impacto en sus economías es devastador: los gastos militares en Eritrea superaron en 1999 el 30% de su PIB mientras que en Etiopía suponen el 10%, más de un millón de dólares diarios.
Los dos países disponen de armas proporcionadas por la antigua URSS al régimen del nefasto coronel Megistu cuando ambos territorios formaban un solo Estado. Etiopía es la más poderosa con 60 millones de habitantes de 90 etnias distintas en más de un millón de kilómetros cuadrados, tiene un médico cada 34.000 habitantes, un analfabetismo del 65% y sólo un 25% con acceso al agua potable. Su ejército es de 250.000 hombres y una fuerza aérea pilotada por mercenarios rusos. Eritrea tiene 35 millones de habitantes en un territorio de 125.000 kilómetros cuadrados, con similares características sociales, tiene un ejército de150.000 soldados forjados en la guerra de la independencia obtenida en 1993.
Es una guerra absurda que ya ha provocado medio millón de desplazados de los que se ocupan el PAM, UNICEF y PNUD. La mayoría de las ONG han optado por reducir su actividad al comprobar que las ayudas van a parar a los combatientes. Las organizaciones humanitarias se niegan a actuar como servicio posventa de los proveedores de armas.
Eritrea formó parte de Etiopía durante siglos y era su salida natural al mar Rojo que ahora tiene que utilizar los puertos de Djibuti. En la vecina Somalia que, junto con sus vecinos, padeció el nefasto coloniaje italiano, ambos contendientes están azuzando a las facciones rivales.
Sudán es el único país que parece sacar beneficio de ese absurdo y criminal conflicto para salir del aislamiento al que le tenían confinado los EEUU.
La comunidad internacional tiene que intervenir por medio del Consejo de Seguridad de la ONU. No con el insensato sistema empleado en Sierra Leona sino con la presión eficaz de sus miembros más poderosos. No podemos asistir impasibles al afán belicista de Addis Abeba, que pretende recomponer la unidad territorial perdida, sino mediante una estrategia de confederación que comprenda a los sufridos países del cuerno de Africa. Esa entrada del Mar Rojo ya no es determinante para la paz mundial y sí un caballo de batalla para fundamentalismos prepotentes.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 26/05/2000