La emergencia de la China del siglo XXI como
superpotencia mundial se convierte en un reto ineludible para las demás
naciones, que no pueden seguir desconociendo cómo hablan, cómo piensan
y cómo imaginan su pasado, su presente y su futuro los ciudadanos de
China. Así aborda el profesor Manuel Ollé, en Made
in China su apasionante viaje hacia la comprensión de la China
actual superando prejuicios y estereotipos sin fundamento. Se trata de
otro mundo, de otra mentalidad y de otra concepción de la vida apoyada
en más de cuatro mil años de continuidad y de transformación
histórica y cultural. Es preciso echar un vistazo sobre la China actual
y analizar algunas de esas claves históricas, culturales y sociales que
podrán arrojar luz sobre esa realidad impresionante e imparable de una
de las mayores culturas de la historia y que sólo mediante su
comprensión podremos transformar en compañera de viaje en lugar de
contemplarla como temible enemigo que dominará la escena mundial
en menos de una década.
El mundo occidental parece despertarse de un sueño
de ensimismamiento sin haber sabido interpretar las señales incesantes
que enviaba el antiguo Imperio del Centro, harto de las humillaciones
increíbles y de la explotación despiadada a la que las potencias
europeas y EEUU la sometieron desde el siglo XIX. Ahora se abren
nuestros más importantes diarios para reconocer los peligros de nuestra
ignorancia y prepotencia culpables. Que la economía china era, por
tamaño, una de las más importantes del mundo, no precisaba de
confirmación estadística, afirman. Su entrada en 2001 en la Organización Mundial del Comercia
nos ha hecho descubrir de golpe que China se está convirtiendo en la
fábrica del mundo. Esto ha ocurrido de forma traumática para ciertos
sectores económicos europeos que no habían sabido adaptar a tiempo sus
estructuras y vivían el sueño prolongado de un eurocentrismo
gloriosamente fenecido. Olvidamos que la China emergente del siglo XXI
retorna a la centralidad económica que ocupaba a principios del XIX
cuando era la primera potencia manufacturera del mundo desde hacía
nueve siglos. La ignorancia de la historia nos obliga a repetirla,
sostienen los chinos con una leve sonrisa. Olvidamos que en 1776, Adam
Smith había afirmado que China era un país más rico que todos los de
Europa juntos, “hasta que la revolución industrial la desplazó
empobreciéndola, arruinándola y desindustrializándola gracias a unas
formas de comercio de reglas impuestas: el libre comercio colonial
obligaba a las colonias a abrir unilateralmente sus fronteras a los
productos europeos sin contrapartidas de ningún tipo”, como demuestra
el profesor de Estudios de Asia Oriental. La revisión que han hecho las
autoridades del gigante asiático de la estimación de su PIB en 2004,
la sitúa con Hong Kong en el cuarto lugar mundial, desplazando al Reino
Unido, Francia e Italia y sólo por detrás de Estados Unidos, Japón y
Alemania. Hasta ahora, se sostenía que tardaría más de una década en
alcanzar esa posición de fuerza.
A partir de 1978 su economía empezó a crecer a un
ritmo de un 9% que ha mantenido hasta la fecha y que le permitirá
situarse en segundo lugar, e incluso desbancar antes de 2050 a EEUU. Y
todo esto a pesar de que Pekín reconoce que cien millones de sus 1.300
millones de habitantes viven en la pobreza, pero China es el único
país de la historia que en menos de dos décadas ha sacado de la
pobreza a más de 300 millones de habitantes. Nuestros parámetros no
sirven para comprender la realidad de esa potencia colosal emergente.
China se ha convertido en la mayor importadora de petróleo, hierro,
cinc, cemento y de otras materias primas, así como de las tecnologías
más sofisticadas que la convertirán en la segunda gran locomotora de
la economía mundial, junto a EE UU.
Los periódicos resaltan que esta misma semana se ha
conocido que en 2004 superó a EE UU como principal exportador mundial
de bienes de tecnologías de la información y de la comunicación. Era
el secreto de Polichinela que sus reservas internacionales están entre
las mayores del mundo y que a finales de 2006 superarán el billón de
dólares. Tampoco es un secreto que la ingente posesión de títulos del
Tesoro estadounidense “ha convertido a su economía en una de las
principales financiadoras del déficit presupuestario de EE UU, a la vez
que en importante factor de estabilización financiera global”.
Sólo cuando se ha llegado a percibir su crecimiento
como una potencial amenaza para el resto del mundo, se tiende la mano
para establecer puentes que permitan el diálogo constructivo en lugar
de la confrontación suicida. Para empezar, reconocer que ya pertenece
de pleno derecho al exclusivo club del G-7 que pretende poner un cierto
orden en la globalización existente. Ojalá, pueda el gran Imperio del
Norte hacernos comprender la magnífica ocasión de enriquecernos con
todo lo fascinante y útil para el hombre contemporáneo que aporta la
corriente civilizadora que empuja hacia delante a la China, que está,
como sostiene Manuel Ollé, mucho más cerca de lo que nunca habríamos
llegado a imaginar.