El derecho a ser nosotros mismos

Me gusta recordar una pequeña historia sobre un científico que preparaba una intervención y necesitaba silencio para concentrarse y poder trabajar. Pero un nieto de 5 años, que andaba por allí, no le dejaba en paz. Para quitárselo del medio, cogió una revista y la abrió por la mitad; había un gran mapa – un planisferio -, y pensó: "Se lo corto en trocitos, se lo envuelvo todo, le digo que es un rompecabezas y así me lo quito de encima durante unas horas". Así lo hizo, lo metió en una caja de zapatos y le dijo a su nieto: "Vete a hacer el mapa del mundo". Al cabo de una hora, llega el niño y le dice: "Abuelo, ya está". Éste, extrañado, le pregunta: "Pero, ¿cómo pudiste hacerlo, si nunca viste un mapa del mundo?" Su nieto contesta: "Abuelo, cuando cortabas el mapa, vi que por el otro lado había un hombre. Yo no conozco el mundo, pero sé reconocer a un hombre".
Lo que cuenta es el ser humano, es la comunidad, somos los seres humanos. Ante el escándalo de muchos, algunos se atreven a hablar de dar un salario fundamental a todo el mundo. Cuando hablamos de que la gente tiene derecho a vivir con dignidad no es para que sea hombre o mujer, sino por el hecho de ser persona. Es una barbaridad de insospechadas consecuencias pretender que "el que no trabaja, que no coma". Para empezar, habría que cargarse a millones de seres que no pueden trabajar: enfermos terminales, enfermos crónicos severos, discapacitados profundos, ancianos desvalidos etc. Cierto que sería más "rentable" vaciar las camas de los hospitales, pero mejor sería preguntarnos por los miles de accionistas de grandes empresas que han heredado sus acciones y que jamás han trabajado. Si queremos ser consecuentes, habría que poner en tela de juicio la legitimidad de la propiedad de tierras baldías, de acciones y de valores de los que dependen la vida de millones de seres que pueden verse en la calle y sin trabajo porque convenga a la "rentabilidad" de la empresa.
Las claves del auténtico desarrollo humano están en la educación, en la salud, en una alimentación adecuada y en unas condiciones de vida dignas de seres humanos, con independencia de sus talentos o de sus aportaciones a la sociedad. No podemos admitir que nos traten como si viviéramos para trabajar, en lugar de trabajar para vivir. Parece como si pasáramos la primera parte de nuestra vida "preparándonos para producir"; la madurez, “empleada en producir"; hasta que nos aparcan cuando “dejamos de producir". Es una concepción de la vida inhumana. Pues somos algo más que productores, somos tierra que camina, polvo de estrellas, dotados de sentimiento, de razón y de aliento, alma o espíritu.
Es cierto que vivimos en el umbral de la utopía; más allá no, porque es el caos y todavía no conocemos sus leyes, que las tiene. Utopía es lo que no existe en ningún lugar, todavía. Las grandes conquistas se hicieron realidad porque alguien las soñó primero. Eran verdades prematuras.
Hablamos del hambre, de la dignidad, de la educación, de la libertad. Estamos hablando de la salud, de poder optar y de poder decidir. Entonces, ¿es utopía un salario para cada persona, que todo el mundo tenga acceso a la Seguridad Social, lo necesario para que “nadie sea tan pobre que necesite venderse ni tan rico que pueda comprar a otro"?
No es con las mimbres del capitalismo salvaje con las que vamos a construir un mundo más justo y solidario. Asimismo, la experiencia del llamado “socialismo real” en la antigua URSS, en China y en otros países nos ha dejado un amargo sabor de boca. Soñaron una sociedad más justa y la quisieron edificar a golpe de estadísticas y de leyes económicas. Construyeron una cárcel inmensa en la que perecieron las libertades y los derechos humanos fundamentales. Pero la vida humana es mucho más que una ecuación, es la respuesta al desafío fundamental de nuestra existencia: es preciso dar un sentido a nuestro vivir, aunque la vida no tuviera sentido. El sentido del vivir es ser felices, ser nosotros mismos, alcanzar nuestra plenitud y asumir la sabiduría de una vida conforme a la naturaleza.
¿Son las urdimbres de la destrucción y de la muerte las que van sostener la trama de la vida? No, no es posible tanta locura de confundir crecimiento económico con desarrollo social, beneficio con felicidad y valor con precio. Ha quedado proclamado el deber de rebeldía que sustituye al derecho de resistencia ante las nuevas tiranías cuando padecen los más débiles.
Como Jack Keruac decía, “tenemos que ser vagabundos celestes, romper con el sistema y echarnos a la carretera para decir a las gentes que es posible la esperanza".
Albert Camus nos exhortaba, "Tenemos que hablar. Tenemos que alzar la voz, para que nuestros hijos no se avergüencen de nosotros, ya que habiendo podido tanto, nos hemos atrevido tan poco”. Porque callar, en tiempo de injusticia nos convierte en cómplices de la injusticia.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 08/08/2003