¿Qué podemos hacer ante el desconcierto general?

“Aparte del decenio de 1936 a 1945, en el que daba la impresión de que Hitler y sus aliados podían destruir el mundo civilizado, no recuerdo ningún otro periodo que me haya parecido tan peligroso como el actual”. Así de tajante se expresa el historiador norteamericano Gabriel Jackson. No puede ser acusado de anti-norteamericano, como tampoco el ex presidente Clinton que declaraba “los inspectores de la ONU pedían unas semanas más para terminar pero quienes querían el conflicto no querían que terminara” y más adelante “creo que el fundamentalismo de los conservadores del actual Gobierno – el sentir que se está en la posesión de la verdad y con derecho a imponerla a los demás – no concuerda con la solución a los problemas del mundo moderno”.
Cada día son más las personalidades, periodistas e intelectuales de EEUU que se han dado cuenta de su enorme responsabilidad ante lo que está ocurriendo en su país y en un mundo que sus dirigentes tratan de controlar y de dominar aún por los medios más injustos y criminales.
Ni siquiera en tiempos de la Guerra fría había semejante desconcierto porque, tanto EEUU como la URSS, estaban gobernadas por hombres que poseían cierto conocimiento de la historia y eran conscientes del poder destructivo sin precedentes de las armas nucleares, químicas y biológicas.
Lo que hoy provoca una justificada alarma, prosigue Jackson, no sólo es que existe una única superpotencia, sino que dicha superpotencia está dirigida por un hombre que no sabe nada de historia ni de economía y que cree que su combinación de cristianismo bíblico, amigos multimillonarios y poder militar estadounidense es suficiente para guiar el mundo del siglo XXI.
Todos ellos denuncian los daños irreparables que está haciendo el presidente Bush: el rechazo del tratado sobre misiles antibalísticos, la única limitación seria de armas que ha existido nunca; la amenaza de que o están con nosotros o están contra nosotros; el desprecio por la ONU, el desprecio por "la vieja Europa"; el rechazo de un Tribunal Penal Internacional si no promete excluir de su jurisdicción a los ciudadanos estadounidenses; el rechazo a Kyoto porque exigiría que la industria de EEUU realizara las adaptaciones que ya se han hecho en "la vieja Europa" y Japón; la transformación del primer excedente presupuestario desde hace medio siglo en la mayor deuda nacional de la historia; los tres recortes fiscales para los más ricos, mientras redujeron los servicios sociales y educativos para los más desfavorecidos, unos 40 millones de ciudadanos; la detención contra todo derecho en Guantánamo de cientos de presos a los que no se les reconoce el derecho a ser defendidos y ni siquiera a conocer de qué delitos se les acusa; el canto al libre comercio mientras se incrementan los aranceles para proteger la agricultura estadounidense; la guerra en Irak, decidida de forma unilateral e injustificada para conquistar un país soberano y hacerse con sus riquezas petrolíferas. La opinión pública se siente manipulada y engañada al no haberse encontrado las temibles armas de destrucción masiva con las que Bush intentó justificar su guerra preventiva.
Además, la conducta de Bush hace posible que Putin mantenga una guerra colonial en Chechenia diciendo que lucha contra el terrorismo; y que Ariel Sharon construya un muro que insiste en llamar valla y destruya, con aviones y artillería, las viviendas de miles de palestinos.
Es verdad que existe terrorismo en Israel y en Palestina, pero los métodos de Sharon, aceptados por Bush, contribuyen mucho más a aumentar ese terrorismo que a acabar con él. Y tampoco hay nadie dispuesto a enfrentarse a las diversas dictaduras genocidas de África, a la interminable guerra civil de Colombia o las dictaduras militares en Indonesia, Pakistán y los Estados asiáticos que pertenecían a la antigua URSS. Ni de preguntar al Gobierno chino hasta cuándo piensa seguir ejecutando a miles de personas al año, y seguir contaminando la atmósfera de manera tan atroz con las emanaciones de sus fábricas.
Ante toda esta locura criminal, ¿qué responsabilidad tienen quienes viven en regímenes democráticos pero no son “políticos”? Muchos se han callado. Otros comienzan a expresar su desesperación sobre lo que está ocurriendo. A diferencia de lo que sucede en las dictaduras, en democracia los ciudadanos son los responsables supremos. No sirve de nada echar la culpa a "los políticos". La sociedad civil es responsable del poder delegado en sus gobernantes y debe expresar su descontento y su denuncia por todos los medios que nos ofrecen las nuevas tecnologías.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 14/11/2003