Treinta mil zapatos vacíos

Más de treinta mil norteamericanos mueren cada año por herida de bala. Es como si muriesen acribillados todos los participantes en la maratón de Nueva York, o los ocupantes de cien aviones jumbos, o la población de una pequeña ciudad, o los asistentes a un partido de fútbol en el estadio de un gran equipo.
La mayor parte de las víctimas son jóvenes menores de diecinueve años. Cada día mueren un promedio de doce jóvenes. En esta cifra escalofriante no figuran los muertos por herida de bala disparada por policías o por agentes del servicio de fronteras entre EEUU y México y otro tipo de muertes violentas. Es conocida la facilidad con la que los agentes del orden aprietan el gatillo cuando se trata de sospechosos de color, de hispanos o de alguno de los treinta millones de ciudadanos americanos pobres.
La revista Rolling Stone cuenta que este año, por primera vez desde los asesinatos de Martin Luther King y de Robert F. Kennedy en 1968, el control de armas por la población civil se ha convertido en un tema de alcance nacional.
Los asesinatos de niños en los colegios, realizados por menores de edad que tenían acceso a los arsenales de sus padres, parece preocupar a muchos ciudadanos en un país donde la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA), presidida por el actor Charlton Heston, ejerce de lobby todopoderoso entre los miembros del Congreso. A cuyas campañas contribuye con cerca de diez millones de dólares anuales, para que ningún reglamento controle el uso de las armas de fuego.
La NRA tiene más de 3.600.000 socios que pagan puntualmente y saben que cuatro quintas partes de sus fondos fueron al Partido Republicano del candidato Bush para que, en nombre de la Segunda Enmienda de la Constitución, se opusiera a las pretensiones de Al Gore de exigir licencia con foto para los poseedores de armas, limitar a un arma por mes la compra de los ciudadanos y controlar la venta de armas cortas que serían dotadas de gatillos de seguridad, así como elevar la edad de 18 a 21 años para los poseedores de armas cortas.
Nada de esto pareció bien a Bush que se escudó en el contenido de la citada Segunda Enmienda: "Para mantener la seguridad de un Estado libre, una Milicia bien organizada debe garantizar el derecho de los ciudadanos a poseer y a portar armas". Bush se opone frontalmente a cualquier control pues "son necesarias para que el ciudadano pueda proteger a su familia y a su hogar". Como si estuviéramos en tiempos de la conquista de los puritanos ingleses que condujo al exterminio genocida de los pueblos indígenas autóctonos para apoderase de sus tierras.
En un país conocido por la paranoica obsesión por las reglamentaciones de juguetes, ositos de peluche, pijamas, tostadoras de pan, secadores del pelo o el contenido de sodio o de potasio en cualquier bebida, no se permite control alguno sobre la posesión de armas por los civiles. Su número sobrepasa el centenar de millones.
Ahora se han alarmado porque en los colegios de Los Angeles se hacen ejercicios rutinarios de defensa ante ataques con rifles y revólveres. A los niños se les enseña con toda naturalidad a echarse al suelo y cubrirse hasta que suena de nuevo el cese de alarma.
Lo más impresionante es que la Asociación Nacional del Rifle prepara la inauguración de una gran superficie destinada a las familias. Localizada en el Times Square de Manhattan, la NRA Sports Blast, como las grandes superficies de Disney, ofrecerá restaurantes, tiendas y parque de atracciones con posibilidades de practicar tiro virtual, safaris y toda clase de juegos con armas cuyos triunfos se miden por el número de muertos conseguidos. También se podrán comprar chalecos antibalas firmados por el carismático Charlton Heston.
Ante esto, con motivo del Día de la Madre, un millón de mujeres procedentes de todo el país efectuaron una marcha sobre Washington para pedir la reglamentación federal del uso de armas. La ONG denominada Marcha Silenciosa utiliza como elemento clave de sus campañas zapatos vacíos que pertenecieron a esos millares de víctimas que cada año mueren por causa de las balas. Tan sólo el año pasado recogieron 30.000 pares de zapatos vacíos acompañados de una explicación de las circunstancias en las que fueron asesinados sus padres, hijos, hermanos o amigos.
Su presidenta, Ellen Freudenheim, señala que estos 30.000 asesinados cada año suponen un 80% más que en cualquier otro país desarrollado del mundo. Ante esta realidad, con los 40 millones de personas que no tienen asistencia sanitaria, los 30 millones de analfabetos y los más de 35 millones que se pueden considerar pobres con arreglo a los baremos establecidos, es lícito preguntarse si, junto al dolor por las 3.000 víctimas de las Torres Gemelas, no habría que cuestionarse por las semillas que alimentan los ataques terroristas. Quizás también habrían de buscarse en una concepción salvaje de la vida. Apoyados en la fuerza, en el beneficio económico y en la pretensión de superioridad, mantienen una presencia militar en 140 países del mundo, la mayor desde la II Guerra Mundial, calificada por el periodista Carlos Fresneda, como "la irresistible expansión del pulpo americano".
Ningún acto terrorista puede ser justificado, porque padecen inocentes. Pero la razón obliga a preguntarnos por las causas de este odio generado en tantos lugares del mundo. Como el clásico español recomendaba "arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué".
Pasada la emoción visceral que siguió al 11 de septiembre es hora de que la reflexión académica alerte a la opinión pública mundial de que es inmoral e ilícito buscar culpables a los que bombardear salvajemente. Lo más prudente sería analizar el estado de cosas en el interior del mismo país que se considera con licencia para agredir, matar y golpear con la prepotencia propia del final de los imperios.
¿Será que como "la noche comienza al mediodía" no son capaces, dentro de su increíble poder económico, de descifrar los signos de los tiempos? Basta ya de plantear como objetivo prioritario la lucha contra el terrorismo en una paranoia que pretenden que secunde la Unión Europea. Las prioridades residen en la defensa de los derechos fundamentales, en la justicia social, en la protección del medio ambiente, en la educación, en la salud y en aquellos maravillosos derechos que figuran en el frontispicio de la Constitución de EEUU "derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad". Para todos.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 18/01/2002