Aunque parezca imposible

Nos llenan la cabeza de formulaciones rotundas que dificultan un pensamiento racional y sensato capaz de imaginar un futuro para la sociedad universal más justo y solidario, más humano y adaptado a las exigencias de la naturaleza. Una vez más, las grandes construcciones del espíritu humano se hicieron realidad porque alguien las soñó primero.
Resuenan en mi mente los grandes carteles que colgaron en nuestra Universidad: “Lo hicieron porque no sabían que era imposible”, “Pueden porque creen que pueden” y, la más osada, “¿A qué tenemos que esperar si nadie tiene que mandarnos?”. Entonces se producían las movilizaciones contra este orden impuesto asentado en ideologías que les llevan a afirmar que “se está con nosotros o contra nosotros”.
En el último libro de Susan George, Otro mundo es posible, si..., se abordan con valentía esos desafíos: Si sabemos de lo que estamos hablando; si salvamos el planeta; si identificamos a los actores, si nos centramos en los adversarios correctos y si Europa gana la guerra del diálogo y del derecho dentro de Occidente. Porque ese otro mundo posible está a nuestro alcance si incluimos a todos y forjamos alianzas; si combinamos conocimientos y política; si los educadores educan; si abandonamos nuestras preciadas ilusiones y si practicamos la no-violencia.
Nadie puede poner en duda la indiscutible hegemonía de EEUU en los campos de la economía, de las finanzas, de la investigación científica, del desarrollo tecnológico, del potencial de guerra y de su formidable liderazgo en la revolución informática. Pero similar grandeza la tuvieron otros imperios que terminaron por hundirse entre las cenizas de su gloria. Hace menos de un siglo, el Imperio de Gran Bretaña no admitía parangón en el mundo entero y, hasta hace una década, la URSS era una potencia amenazadora pero que ayudaba a mantener un cierto equilibrio.
Pero no siempre a una potencia dominante le siguió otro imperio indiscutible. La historia está llena de ejemplos estremecedores de lo que se denominaron siglos oscuros, edades de fanatismo y de estancamiento económico y de desorden, como señala Niall Ferguson al comentar la hipótesis del historiador Paul Kennedy en Auge y caída de las grandes potencias, donde concluía que las grandes potencias de EEUU y de la URSS sucumbirían a la sobreexplotación de sus recursos. Al no haber ocurrido así, no pocos vaticinan que una China emergente es la amenaza más peligrosa para Estados Unidos. Los estudiosos ven en los próximos años al coloso chino como segunda gran potencia mundial, seguida por Japón e India, si Europa no es capaz de asumir el liderazgo que le corresponde. Fundado en una sociedad de derechos humanos y sociales que equilibraría las tensiones de colosos con pies de barro al no asentarse en esos fundamentos que costaron tantos años de civilización y de esfuerzo. China misma puede venirse abajo si su galopante desarrollo no supera la contradicción de un sistema comunista esquizofrénico y tambaleante.
Pero el enemigo que acecha en la era de la globalización, después de las terribles experiencias del terrorismo sin fronteras, no es otra potencia hegemónica como China, India o el mundo musulmán, sino “la pesadilla anárquica de una nueva Edad Oscura”.
Diego Hidalgo afirma que “El conflicto entre la visión del Gobierno actual de EEUU y la de la inmensa mayoría del mundo puede maquillarse, pero es insalvable”. Y recuerda que Europa y Norteamérica fueron capaces de unirse para derrotar al nazismo y al comunismo mientras que, en palabras de Raymond Aron, el mundo sólo fue capaz de crear un sistema de gobierno global con las Naciones Unidas tras una gran depresión seguida de una guerra mundial. Esas dos guerras mundiales que costaron la vida a sesenta millones de seres humanos.
De ahí, la premura de unir esfuerzos, de establecer diálogos y de afrontar los retos de un mundo que padece injusticia y terror, hambre y enfermedad, explosión demográfica y una loca carrera armamentística fruto de un modelo de desarrollo que se ha comprobado periclitado, por injusto e inhumano. Estados poderosos han sufrido la humillación de ataques terroristas dentro de sus fronteras como cánceres que se aprovechan de los monstruos que hemos construido.
No son el miedo ni el terror los que traerán la paz, sino la justicia y la cordura, el diálogo inteligente y el reconocimiento de los derechos fundamentales de cada uno de los seres humanos que se ven abocados a un abismo en el que la destrucción de la humanidad y del planeta se han hecho posibles por primera vez en la historia.
Otro mundo es posible, sí, porque es necesario que lo hagamos posible entre todos.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 30/07/2004