Ante un cambio de ciclo
Ha llegado el tiempo de la jubilación académica y hoy he
dado mis últimas clases en la Facultad de CC de la Información en
Madrid. Desde 1973 no he dejado de dar clases de Historia del
Pensamiento Político y Social y de Historia Universal contemporánea.
Junto a tantos Seminarios vinculados a esas asignaturas que, con sólo
evocarlos, me parece imposible haberlos dado siempre a las horas del
almuerzo. ¿Recordáis? “Lo hicieron porque no sabían que era
imposible”. Participación en Congresos, Cursos de Verano, sede de
Naciones Unidas, Conferencias en tantas universidades de tantos países
y en otras instituciones vinculadas a mi profesión docente y académica.
No relacionadas con la ONG Solidarios
para el Desarrollo y otras actividades, ese es otro capítulo que no
conoce jubilación porque siempre se puede servir a los demás, sobre
todo a los más débiles. Mi primer contrato como Profesor en la Universidad
Complutense de Madrid data de 1973. Y salvo en el año sabático, al
cumplir 25 años como docente que estuve estudiando en 20 países de África
Subsahariana, nunca he dejado de dar clase. Me encanta y he disfrutado
con plenitud y con libertad. He estudiado y leído mucho. Toda mi vida.
He tenido la suerte de escuchar a grandes Maestros y pude formarme en
las universidades de Salamanca, Madrid, Paris, Roma y Oxford. He podido
aprender idiomas, conocer pueblos y viajar por casi un centenar de países. La pasión de saber fue abriendo las puertas del corazón y
de la mente a la pasión por la justicia que ha dominado mi vida desde
hace décadas. Me siento algo emocionado porque se amontonan los
recuerdos, buenos y menos buenos. Pero no encuentro en mi existencia
otro orgullo más grande que haber sido y saberme universitario. No hay
que olvidar que, desde los 17 años, en que comencé Derecho, en la
Universidad Complutense de Madrid, han pasado 53 en los que nunca
abandoné las aulas y las bibliotecas como discente o como docente. Sé que nunca podré olvidar esta condición, esta riqueza
y este estilo que me imprimió carácter. Más fuerte y duradero que el
de cualquier ideología. He sido y soy feliz en la universidad. Ahora quiero dar las gracias a cuantos me han ayudado en mi
formación pero sobre todo a los miles de alumnos que han pasado por mis
clases, por mis seminarios o por mi despacho. Me han enriquecido de
manera inconmensurable. Nadie podrá jamás hacerse una idea del lujo
que supone ese enriquecimiento. Pero también sé que he molestado a algunos, que los he
hecho sufrir, sobre todo por mi impaciencia, mi excesivo rigor y a veces
por mi incomprensión y falta de tacto. No por “mi carácter”, sino
por mi falta de un auténtico carácter. Sepan todos, o díganselo si
pueden, que nunca podrán imaginar el sufrimiento que siempre ha
supuesto para mí el hacer daño a otra persona. L’esprit
de l’escalier, cuando salía de clase, me movía a regresar sobre
mis pasos, pedir perdón y tratar de deshacer el entuerto. No siempre he
sido lo rápido que hubiera debido. Igual me ha sucedido en otros ámbitos
de mis relaciones familiares, laborales y sociales. Ha sido uno de mis
mayores sufrimientos: quizás esa haya sido una de las causas que me han
llevado a estudiar y a iniciarme en el Cristianismo, en el Budismo Zen,
y en la sabiduría universal que preside mis estudios, mis clases,
conferencias y mis publicaciones. El malestar conmigo mismo y la falta
de aceptación de mis limitaciones, así como mi obsesión por la tarea
bien hecha, por el cuidado por los detalles… y por exigir a los demás
más de lo que podían y debían dar. Cuando me he lamentado ante los
maestros y los sabios que he tenido la fortuna de conocer me respondían:
“piensa qué hubiera sido de ti si no hubieras tenido ese sufrimiento
por el dolor que podías causar a los demás”. Pero no terminan aquí mi labor profesional, mis
conferencias, artículos y libros. Cumplir 70 años tiene una serie de
limitaciones físicas, por ejemplo, para cargar un camión, pero hay
otras muchas posibilidades de vivir, tratar de ser uno mismo y hacer
cuanto esté en mi mano por ser fiel a mi compromiso social con las
causas de la justicia, de la libertad y de los derechos humanos. Tampoco soy tan lerdo como para no reconocer, al cabo de
estas décadas de docencia, que he sembrado mucho y a voleo, que me he
preparado a fondo para las clases y que nadie sabe cuánto bien,
felicidad o sosiego, inquietud o valor he podido hacer durante esas
clases y esos encuentros personales. Sería injusto por mi parte. Por
eso suelo, decir que hay algo todavía más grande que hacer el bien, y
es contribuir a que lo hagan los demás y poder llegar a ser ellos
mismos. |
José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 30/05/2007