Solidaridad engañosa
Se
extiende la moda de organizar maratones televisivos o radiofónicos para
recaudar fondos con destino a los pobres del llamado Tercer Mundo.
Utilizan a personas con alguna fama en esos más que discutibles
“maratones de solidaridad”. Se sirven de llamadas telefónicas que
cuestan dinero o de donativos de oyentes que no han encontrado otros
medios más que ese espectáculo para cooperar en proyectos de auténtica
ayuda al desarrollo. Todo se convierte en una mascarada que revuelve las
tripas porque siempre encuentran a organizaciones dispuestas a aceptar
ese dinero como si el fin justificara los medios. No entendemos que un
diario de prestigio haya puesto en marcha un “Sorteo Solidario con
UNICEF”. Cada día sortean un Mercedes y cada semana un loft. Para
participar tienes que enviar un SMS
o hacer una llamada telefónica. ¿Cree alguien que quienes
llaman piensan en la meritoria labor de UNICEF con la infancia o se
prestan a ese montaje publicitario del diario para conseguir un Mercedes
o un loft? Si alguien quiere ayudar a los marginados no puede pretender
que le den nada a cambio. Se sirven de Organizaciones de la Sociedad
Civil animadas por la generosidad de un voluntariado social comprometido
y que no quieren convertirse en cómplices de un sistema injusto e
inhumano. Esto ni es serio ni es el camino adecuado. La
razón de ser de una auténtica Asociación Humanitaria es el servicio a
los más pobres, la búsqueda de las causas de la injusticia para
denunciarlas y aportar propuestas alternativas que procuren un
desarrollo endógeno, sostenible, equilibrado y global. Los voluntarios
que nutren las filas de las ONG actúan movidos por la pasión de la
justicia que viene a sumarse a sus capacidades profesionales. Y no al
revés, como sucede con no pocos yuppies de la cooperación que
se han lanzado a ese “yacimiento de empleo” al que ellos denominan
con desparpajo “tercer sector”. Ya
nos tienen catalogados para aprovecharse de tanta generosidad en aras de
lavar su imagen corporativa. Falta grandeza en esa actividad de
marketing pedestre. Pero junto a esos arrivistas y a compañías de
imagen y de marketing solidario, existen millones de personas que de
forma generosa, continua, responsable y coordinada prestan una ayuda
impagable en la acción de las organizaciones humanitarias. Las
auténticas ONG que no dependen de partidos políticos o de grupos de
presión, aportan su colaboración para restaurar el tejido social
herido por un modelo de desarrollo inhumano, para reparar las
injusticias, para devolver parte de lo mucho que se ha saqueado, para
caminar al lado de los explotados por nuestro sistema colonizador y
pretendidamente “civilizador” y para cooperar en una actitud de
igualdad y de sinergia. Para
denunciar los abusos están los medios de comunicación, las
universidades y los foros sociales, y mejor aún para participar y
cooperar antes de que haya que denunciar y lamentarse. Pero de ahí a
criticar la labor de tantos millones de voluntarios sociales como si
necesitaran a los desheredados como soporte o “lavaconciencias”, va
un inmenso trecho que algunos, injustamente se atreven a propagar. Hay
quien llega a criticar que las ONG tengan profesionales contratados para
organizar los proyectos y los servicios. ¿Cree alguien que la
continuidad, la eficacia y el buen hacer se pueden garantizar sólo con
voluntarios? Las
ONG independientes están en el punto de mira de las oligarquías
financieras. Cuando los bancos se ocupan de dar limosna a los pobres y
las transnacionales financian programas de organizaciones, mediante
escandalosas campañas publicitarias, hay que echarse a temblar. Como
sucede con campañas humanitarias financiadas por productores de tabaco,
de alcohol o de productos contaminantes y cancerígenos. ¿Por qué los
grandes no dejan en paz a las ONG? ¿Por qué no mejoran sus condiciones
laborales, sus pensiones, la calidad de sus productos, el pago justo por
las materias primas que arrancan del expoliado sur? Las ONG tampoco son la pantalla de relaciones públicas
con la que los gobiernos pretenden lavar su imagen financiando
interesados "proyectos de desarrollo" en países cuyas economías
esquilman con inversiones que los despojan de futuro. Que la justicia
presida sus transacciones comerciales, sus inversiones y la utilización
de su mano de obra en las empresas deslocalizadas que proliferan en los
países empobrecidos para aprovecharse de su falta de reglamentación
social. Se necesitan muchas más ONG que acudan como la
sangre a los labios de las heridas, para aliviar y cicatrizar. Es falaz
y torticera la afirmación de que hay demasiadas ONG. ¿También sobran
los voluntarios? Mientras las ONG se autofinancien con recursos propios,
aportados por sus asociados, serán necesarias en la medida en que haya
estructuras de injusticia. Las que no puedan ser autónomas deben
desaparecer, si sobreviven con la financiación oficial de sus proyectos
se prostituirán. La verdadera libertad se apoya en la autonomía y en
la solidaridad, no en la beneficencia ni en la enajenación de sí mismo
y de la capacidad de crítica para aportar propuestas imaginativas. |
José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) en 2006