Falsa ayuda que arruina a los campesinos

Cada año, los países ricos del llamado Primer Mundo, desembolsan más de mil millones de dólares por día con el fin de mantener a sus agricultores. Es decir, seis veces la cantidad de lo que conceden anualmente para la ayuda al desarrollo de los países del llamado Tercer Mundo.
Tan sólo la Unión Europea y los EEUU son responsables de dos tercios del total de esas subvenciones, tan alardeadas como generosidad altruista.
Como resultado de esta alta política: niveles de producción cada vez más elevados, disminución de las importaciones de productos de los países del sur y la invasión de nuestros excedentes de producción que hunden los precios de sus mercados al no haber competición posible. Eso cuando no se disfraza la oferta de esos "excedentes de nuestra producción" como créditos FAD (Fondos de ayuda al desarrollo.) ¿El desarrollo de quién?
Hablemos de cifras en un producto tan propio de países africanos y otros del tercer mundo meridional como es el algodón. Estados Unidos concede tres mil millones de dólares al año en subvenciones a sus cultivadores de algodón; China mil millones doscientos mil dólares y la Unión Europea mil millones de dólares en un producto tan poco adecuado a nuestros climas como el algodón.
Los productores de África del Oeste y Central (Benin, Burkina Faso, Malí, Chad y Togo), con una población de diez millones de habitantes, denuncian que esas subvenciones falsean el comercio, les obliga a exportar su algodón a precios inferiores a sus costos y suponen una pérdida de beneficios entre 200 y 300 millones de dólares por año.
De ahí que este año, los productores africanos de algodón hayan decidido encabezar la rebelión contra el sistema internacional imperante que oprime y empobrece cada vez más a los productores agrícolas del sur del planeta. Han pedido al presidente de Burkina Faso, Blaise Campoaré, que sea el portavoz de sus desdichas en Ginebra, así como de sus propuestas.
Antes de dirigirse a la Organización Mundial del Comercio quieren denunciar ante la opinión pública este escándalo de las subvenciones que los países ricos conceden a sus agricultores y exigen una reparación financiera por el desequilibrio que les están causando desde hace años.
Estamos hablando del algodón que fue introducido en no pocos países africanos por Francia para aprovechar la mano de obra barata, cuando no forzada, en regiones de la antigua África Occidental Francesa, en perjuicio de los productos tradicionales de sus poblaciones. Con ello ocasionaron espantosas erosiones, aplanamientos de terrenos preparados desde hacía siglos para otros productos agrícolas cuidados por las comunidades, sequías, desplazamientos de poblaciones y hambre, ruina y guerra cuando se fueron los colonizadores.
Lo mismo sucedió con las desaparecidas aguas del Mar de Aral. Los soviéticos decidieron utilizar sus ricos caudales para imponer un cultivo salvaje de algodón en cientos de miles de hectáreas que acabaron convirtiendo el antiguo Mar en unas salinas muertas con tremendas repercusiones en los sistemas ecológicos y en la biodiversidad desaparecida.
No fue otra la política de Gran Bretaña en inmensas extensiones de la India, reducidas a ese cultivo que, durante centenares de años, habían garantizado la subsistencia de comunidades de campesinos que no tenían otra fuente de ingresos. Con la agravante, como denunció Ghandi hasta la saciedad y el encarcelamiento, de prohibir la manufactura del algodón indio a las muchachas indígenas a las que amputaban los pulgares de sus manos para que no pudieran hilar. El algodón y el hilo se cultivaban en India por los indígenas, se exportaban a la metrópoli para manufacturar los tejidos que luego vendían a los nativos. Es bueno releer el testimonio de Dominique Lapierre y de Larry Collins en "Esta noche la libertad".
¿Serán necesarias otras concentraciones como las de Seattle y en tantos otros lugares del planeta para denunciar la infamia y el escándalo de unas instituciones pretendidamente creadas para ordenar el comercio a escala mundial y que, en lugar, de hacerlo empobrecen cada día más a los pobres campesinos que no tienen otras formas de subsistencia?
Ni el Banco Mundial ni el Fondo Monetario Internacional ni los agentes de la Organización Mundial del Comercio ni de las Agencias de Ayuda al desarrollo de los diferentes países, entre ellos España, ignoran estas realidades. Así lo testimonian economistas y académicos, funcionarios y expertos de la sociedad civil que no quieren continuar ni un día más como cómplices de un sistema radicalmente injusto. Pero que se empeñan en engañar a la opinión pública con su propaganda de la "ayuda" que los países ricos hacen a los pobres que no tiene otra moneda de cambio que sus productos agrícolas.
Lo mismo sucede en no pocos países de Latinoamérica y de Asia. Gracias a las redes de solidaridad a través de Internet es preciso pasar la palabra y secundar el levantamiento de las poblaciones campesinas contra un sistema injusto que muchas veces les había sido impuesto por los colonizadores y ahora les venden los agentes del FMI como requisitos necesarios en sus reajustes estructurales si quieren ser aceptados por la comunidad internacional. Es falso y es preciso denunciarlo cuantas veces sea necesario: mientras los países ricos del Norte continúen subvencionando a sus agricultores con mil millones de dólares diarios, será una infamia, una mentira y una fuente de desesperanza y de ira el discurso que pretende venderles o imponerles la democracia. Si esto y otras aberraciones son los pretendidos beneficios de las democracias, algunos no dejarán de lanzarse por la calle del medio aún a riesgo de que los consideren terroristas, haciendo explotar sus vidas en un grito para denunciar el exterminio de sus pueblos.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 20/06/2003