Amenaza de poder totalitario

El discurso del presidente de EEUU en West Point es aterrador: anuncia su determinación para atacar a todos aquellos estados capaces de acciones terroristas mediante el uso de armas de destrucción masiva cuya propiedad, desarrollo y uso estima que les compete a ellos y a sus aliados. Ya no se trata de convocar al Consejo de Seguridad de la ONU o de consultar a sus aliados de la UE, o de otros países del mundo con los que mantienen estrechas relaciones comerciales, o que albergan sus bases militares. Se trata de la convicción de ser la única potencia hegemónica del mundo y desligarse de todos sus compromisos internacionales en forma de Tratados, Convenciones o Acuerdos que puedan dificultar o cuestionar el único norte de su actuación exterior: salvaguardar y ampliar los intereses de los estadounidenses. No se recuerda entre las potencias democráticas mayor desprecio por el derecho internacional y de los pueblos.

Según los criterios establecidos por el Gobierno norteamericano, no sólo Irak, Irán, Corea, Libia, Sudán, Yemen o Cuba son considerados por la Secretaría de Estado como potenciales enemigos contra los que cualquier acción militar de los EEUU estaría legitimada. Ataques sin previo aviso y sin tener en cuenta los intereses de los demás pueblos aliados y los de la mismas poblaciones susceptibles de ser bombardeadas, invadidas o destruidas, sino hasta 62 estados figuran entre los sospechosos y, por lo tanto, corren peligro.

Esta actitud que inspira su disparatada política nos recuerda la fundamental diferencia entre los gobiernos democráticos y los regímenes totalitarios: en los primeros, las leyes garantizan la presunción de inocencia de los ciudadanos mientras que, en los segundos, todos somos culpables hasta que no demostremos nuestra inocencia.

Que nadie se confunda, puede existir un ordenamiento jurídico, político, económico y administrativo dentro de EEUU con arreglo a derecho pero eso no legitima a sus gobernantes para ignorar los derechos fundamentales de todos los seres humanos, aunque el régimen político que se hayan dado o que les han impuesto no se parezca al de la potencia hegemónica. ¿Quién confirió autoridad legítima a EEUU y a Gran Bretaña para imponer sus criterios y actuar como comisario en cualquier país sin respetar su soberanía? Cuando se produzca algún ataque a los derechos fundamentales o a los normas del derecho internacional, la ONU está legitimada para actuar en consecuencia, previa audiencia de los interesados pues todos esos países son miembros de derecho de las Naciones Unidas. Al igual que EEUU o cualquier otra de las grandes potencias con esa incongruencia propia del vencedor bélico que es el inadmisible derecho de veto.

Lo mismo sucedió en la historia de todos los imperios: su legitimidad de origen se había convertido en derecho aunque posteriormente su legitimidad de ejercicio se excediese con sus propios ciudadanos y llegase a convertirse en tiranía y totalitarismo en relación con otros pueblos. Ahí están las trayectorias de los imperios chinos, japonés, indio, egipcio, romano, los españoles, franceses o ingleses hasta llegar a los recientes totalitarismos soviético, chino, nazi o fascista.

Estamos ante una nueva estrategia imperialista que si no se detiene en sus orígenes se lamentará en sus efectos pues están creando estados de opinión en los que todo parece valer para buscar la seguridad en la lucha contra el terrorismo, contra el enemigo, contra el otro que les parece amenazar su hegemonía.

Esta conducta patológica tiene su fundamento en la inseguridad y en el miedo a un futuro desconocido que temen no poder controlar.

Embisten como una manada de búfalos despavoridos en lugar de establecer relaciones de justicia, solidaridad y entendimiento con los demás pueblos en un mundo que se ha hecho abarcable pero que no admitiría enfrentamientos entre grandes bloques que amenazarían la supervivencia de la humanidad. Una vez más, con el antiguo primer ministro de Francia, apodado El Tigre, George Clemenceau "el agresor siempre es el otro", que sería parodiado por Sartre con su terrible "el otro es el infierno".

Los Movimientos de resistencia global están dando la voz de alarma: es preciso hacer los cambios necesarios para no perder el rumbo ni hundirnos en la desesperanza del desarraigo porque para el que no sabe adónde va, nunca habrá viento favorable. Nos amenaza nada menos que un poder totalitario.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 07/06/2002