La democracia no se impone

Los americanos y sus aliados pretenden imponer la democracia en Iraq, un país en plena guerra de invasión, con la población dividida y al borde de una guerra civil. O una guerra de religión entre fundamentalistas. La peor de todas las guerras porque las mueve la irracionalidad, el odio y la fuerza.
Todo hace suponer que, salga lo que salga, dirán que ya han cumplido su misión al liberar al país del tirano, mejorado su calidad de vida y establecido un modelo de gobierno que servirá de ejemplo a todos los países de la zona. Al que no lo comprenda así ya sabe lo que le espera en nombre del mandato redentor universal que parecen haber recibido de lo más alto del suelo.
Ya tendrán un pretexto para preparar una retirada y dirigir sus fuerzas contra otros enemigos acérrimos del único modelo de vida que, según ellos, es capaz de aportar dignidad, bienestar y justicia a los pueblos.
No de otra manera puede entenderse la petición de Bush al Congreso para que libere otros 80.000 millones de dólares, y superar así los 300.000 millones que ya se han gastado en destruir puestos de trabajo e infraestructuras vitales de que son capaces las más modernas armas de guerra. Nadie ha calculado con seriedad el lucro cesante del país que era el más laico de la zona, con menos terrorismo y con unas estructuras sociales que hubieran podido sobrevivir al tirano. Muchas zonas han quedado asoladas, como en los tiempos de los tártaros o de los mongoles que fueron capaces, tanto en China como en como en Persia, en India como en gran parte de Oriente Medio, de refundar con dinastías nuevas emporios de civilización y de riqueza.
Pero Bush no entiende los libros de historia, no es capaz de comprenderlos, a pesar de la pasantía de esa implacable responsable de la política exterior de EEUU, Condolezza Rice.
Es preciso recordar una y mil veces, que el coste de esa guerra injusta e inmoral, en conjunto, ya ha superado los 400.000 millones de dólares en apenas dos años. Es decir, la cantidad prevista por la ONU, en el Informe PNUD, capaz de eliminar el hambre, la ignorancia, garantizar la salud reproductiva de las mujeres, eliminar las muertes por enfermedades perfectamente controlables y cuidar del agua y del medio ambiente. El plazo era de 10 años, a 40.000 millones de dólares al año.
No se trata de una fantasía sino del estudio más serio que se ha hecho hasta ahora para erradicar una de las causas más directas de un terrorismo alentado por fanáticos o asesinos que explotan la desesperación de miles de millones de seres.
La explosión demográfica está en directa relación con el hambre, la miseria, la mala salud, la ignorancia y las guerras. En los países desarrollados, cultos e industrializados del llamado Occidente, se han detenido las curvas demográficas hasta extremos preocupantes. Con presagios muy oscuros de inmediatas sociedades envejecidas, con altos costes farmacéuticos, falta de capacidades laborales de un nivel superior a la mano de obra barata que puede aportar gran parte de una inmigración descontrolada e imparable.
Por eso nos encontramos ante delitos de lesa humanidad que no se pueden enmascarar con la falacia de que basta con imponer regímenes falsamente democráticos para solucionar los problemas.
La democracia no es sólo una forma de gobierno, ni siquiera es su dimensión más importante. La democracia es una actitud, un estilo de vida, una forma de ser y de comportarse de acuerdo con unas realidades sociales, culturales y económicas.
Igual que no se puede imponer una toga de magistrado a una persona, ni una bata de médico o un atuendo de ejecutivo capaz para que se convierta en magistrado, en médico o en profesional eficiente. Tampoco puede imponerse la democracia como una forma que proporcione libertad, justicia y bienestar.
En la historia de la humanidad ha habido y hay otras formas de convivencia que han hecho prósperos, cultivados y grandes a los pueblos sin que por ello fueran pasto de tiranos, de dictadores o de déspotas.
La democracia no consiste en ir a votar cada cuatro años a una lista cerrada, como sucede en muchos de nuestros países. Ni en montar un circo para que bramen, se insulten o duerman en sus escaños y vomiten miseria los llamados padres de la patria. Tampoco un poder judicial impuesto y corrompido puede garantizar el imperio de la justicia.
Es preciso despertar de esta fantasía interesada. Una victoria militar nunca traerá la paz porque generará resentimiento y ansias de venganza.
La mascarada de unas elecciones sin garantía alguna no convertirá a Iraq en un Estado de Derecho con primacía de la Ley, seguridad jurídica y auténtica distinción de los poderes. Y si no se construye un Estado de Derecho se habrán sembrado el caos, la destrucción, la corrupción y el caldo de cultivo de un llamado terrorismo pero que no será sino una lucha legítima por la libertad y por la justicia mediante la resistencia a los tiranos. De un derecho inalienable se habrá convertido en un deber incuestionable.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 28/01/2005