La
ONU ha fracasado en su proyecto de reforma de la Organización,
comenzando por la composición y competencias de su Consejo de
Seguridad y al no haber sabido cumplir los compromisos adquiridos en
la Cumbre de Monterrey por los líderes mundiales y recogidos
en los Objetivos del Milenio (ODM) hace cinco años. No se ha
avanzado en el compromiso de la cancelación de la deuda exterior
y la van a estudiar referida tan sólo a los ocho países
más pobres.
Los dirigentes de 170 países se han dado
cita para aprobar un Acuerdo de mínimos para reducir la pobreza
mundial, luchar contra el terrorismo y mejorar el funcionamiento de
la ONU.
No era esto lo que la opinión pública
mundial esperaba en la conmemoración del 60 aniversario de su
fundación. La cuestión más urgente referida a la
humanidad era la ratificación de los Objetivos de Desarrollo
del Milenio pactados en el año 2000, aprobados con tanto fasto
como incompetencia para llevarlos a cabo. Ahora se requiere que multipliquen
los esfuerzos para reducir en 2015 a la mitad esos más de 1.000
millones de seres humanos que no tiene ni un dólar al día
para vivir. De entre ellos, casi ochocientos mil viven en la pobreza
absoluta y trescientos mil no viven en situaciones que puedan considerarse
humanas, por su indignidad, por su pobreza, por su falta de salud y
por la pérdida de su conciencia de seres humanos con derechos
fundamentales. Viven escondidos de sí mismos y tratan de pasar
desapercibidos, para no molestar tratan de hacerse invisibles ya que
se creen ajenos al sistema establecido. Como en el adagio sobre las
cuatro clases de pobres: Los que no tienen que comer, los que no tienen
acceso a la salud y a la educación, los que no saben que son
pobres y los que ni saben que son personas. Esto es así y sólo
no lo ven ni los sienten quienes no quieren porque viven obsesionados
por la seguridad en política, el consumismo y el egoísmo
en su concepción de la vida.
El impresentable embajador de EEUU, John Bolton,
nombrado a dedo por el Presidente Bush ante las evidentes reticencias
del Senado, ha aceptado la mención de estos objetivos, pero se
resiste a comprometerse a un 0,7% del PIB en su ayuda oficial exterior
para el final de ese periodo.
La ruin y suicida, a nuestro entender, negociación
desembocó en un texto de 39 folios en el que se plantean acuerdos
generales para que en los próximos años la comunidad internacional
“proporcione soluciones multilaterales al desarrollo de los países
más pobres, la paz y la seguridad colectivas, los derechos humanos
y el imperio de la ley y el fortalecimiento de Naciones Unidas”. No
es de recibo que no se aborden las inaplazables reformas de la ONU ni
que haya avances concretos en la lucha contra el terrorismo, pero sí
se evitan los compromisos en el combate contra la pobreza. Van ciegos
a su propia ruina. Mientras los Estados se empeñen en considerar
la seguridad como el objetivo fundamental de su política, en
lugar de la justicia social, no despertarán ilusión alguna,
incrementarán el sufrimiento de los inocentes mientras se superan
el billón (no billion) de dólares en armamento. Sólo
EEUU ya ha superado los 300.000 millones. ¿No se dan cuenta de
que esta actitud agresiva y ciega como la de Goliat fomentará
aquí y allá en quienes se consideren David caldos de cultivos
en donde, con toda naturalidad, florecerá la flor ácida
del terror nacido de la desesperación?
Ante la injusticia total se alza el desorden total,
esto es, la rebelión armada con las armas que se tienen al alcance.
Ante esa máquina tremenda de guerra total es natural y comprensible
que se alcen quienes nada tiene que perder puesto que los hemos despojado
de todo, hasta de las razones para vivir como esclavos en un mundo que
se nos presenta como gozo y espectáculo.
Y dice el pobre Kofi Annan que es “Una buena noticia;
evidentemente, no contiene todo lo que se preveía, pero negociar
entre 191 países no es fácil”. Hizo lo posible por sacar
adelante este pobre documento porque estaba en juego su prestigio y
porque ya sabe que es un cadáver amortizado pero con un triste
final: no haber sabido aprovechar esa plataforma única para denunciar
ante el mundo la ceguera, la codicia, la insensibilidad y los auténticos
crímenes de estado que se cometen a diario al imponer unas condiciones
de vida insoportables para cuatro quintas partes de la humanidad. Condicionado
por los errores en su administración y por la íntima convicción
de que ha perdido una oportunidad extraordinaria para hacer oír
la voz de los derechos fundamentales, de la justicia y de la solidaridad,
reconoció Annan que las negociaciones no habían dado los
resultados ambiciosos que se deseaban: “No es todo lo que queríamos,
pero podemos construir sobre ello y abordar el reto de aplicarlo y llegar
a acuerdos a partir del documento”. Y ante el ataque alevoso por parte
de las potencias y de los países ricos al urgente plan de transformación
de la ONU y de las reglas de juego en el comercio, la protección
del medio ambiente, la paz como fruto de la justicia y el diálogo
entre los pueblos y las civilizaciones en lugar de la confrontación
salvaje, dijo el pobre Annan: “Está en la naturaleza de esta
organización no conseguir todo lo que se quiere. La reforma es
un proceso, no un único acto”. Este hombre no ha aprendido que
la muestra suprema de la dignidad es saber marcharse a tiempo, antes
de que lo desprecien.
La guinda ya es la petición al Secretario
General para que organice una “evaluación independiente externa”
de Naciones Unidas, y se asume que hacen falta más medidas que
garanticen la independencia a la hora de controlar las estructuras y
la burocracia de la ONU. Sólo queda pedir al Cielo que no se
lleve alguna compañía asociada a Halliburton.