Terrorismo apoyado en la mentira de Estado

Cada vez somos menos libres, a pesar de ampliarse los umbrales de nuestro conocimiento. Junto a la rapidez en las comunicaciones, se extiende la sensación de una inseguridad que parece dar patente de corso a nuestros gobernantes para combatir al nuevo Satán, ahora llamado "terrorismo". Sin analizar antes las causas del gran malestar social que mueve a jóvenes a transformarse en bombas vivientes. Quizás algunas de nuestras decisiones políticas, y sobre todo económicas, no son comprendidas por millones de seres que prefieren acabar con sus vidas a participar en un desastre cada vez más insoportable.

Cierto que el crimen, en cualquiera de sus formas -y el terrorismo es una-, debe ser perseguido por todos los medios legales, y sus autores puestos a disposición de los jueces. A nadie le está permitido tomarse la justicia por su mano, ejecutar a prisioneros o maltratarlos violando la legislación establecida. Causan pavor las imágenes de prisioneros iraquíes, maniatados y sistemáticamente privados de la visión. Desorientados y arrojados al suelo, arrodillados o tumbados boca abajo, humillados, en un intento de desposeerlos de toda dignidad. Transportados como animales y encerrados en prisiones inmundas, denunciadas por Amnistía Internacional.

Lo que las autoridades norteamericanas, -y las fuerzas que participan con sus soldados en esta guerra de ocupación-, están haciendo con los prisioneros de Afganistán y de Iraq es inhumano, inmoral y conculca el orden legal establecido. Comenzando por las Convenciones de Ginebra y los tratados internacionales. Guantámano pasará a la historia como símbolo de terrorismo de Estado, como lo fueron los Gulag o los campos de exterminio nazis. No es cuestión de número para que una muerte injusta constituya un crimen. Si el Estado es el responsable, será un crimen de Estado. En este caso, terrorismo de Estado.

Es preciso llamar a las cosas por su nombre. Pero cada vez es mayor la contumacia de los responsables políticos del “nuevo orden” que se impone. Como, en su día, en los países dominados por el comunismo soviético, el nazismo, los fascismos y las dictaduras militares o civiles, que han padecido durante décadas poblaciones inocentes.

Ni en la guerra ni en la paz se puede violar el derecho establecido sin atenerse a sus consecuencias. La seguridad jurídica es lo que nos distingue de una banda de terroristas, no el número. Como pretendía aquel pirata en la leyenda de su encuentro con Alejandro: “porque vas al mando de una flota te crees con más derecho que yo que voy al frente de unos barcos de remo”.

Lo que ocurre en el trato a los palestinos en Israel, gobernado por un grupo de psicópatas que cavan con ceguera su propia tumba, está sirviendo de modelo a la conducta de los militares norteamericanos en sus guerras en Oriente Medio. Ojalá que no asistamos a la expansión de este cáncer atacando a países como Siria o Irán, según las presiones de Ariel Sharon al presidente de EEUU.

El gobierno norteamericano gasta más de un millardo de dólares a la semana en esta guerra injusta y precedida de mentiras, falsificación de pruebas y engaño a la opinión pública y a sus parlamentarios. Mantienen cerca de 150.000 soldados al mando de autoridades incapaces de administrar la paz y convertirla en una democracia gobernada por los representantes de los ciudadanos. De eso se trataba: de prevenir un ataque inminente con armas nucleares, biológicas y químicas de destrucción masiva, que no aparecen por ninguna parte. Se trataba de eliminar a un terrible dictador y a las fuerzas que lo sostenían en el poder para instaurar un régimen justo. Ya lo han derrocado, pero no han traído la paz, sino el dominio de fuerzas extranjeras con actitudes similares a las del colonialismo padecido durante décadas. Se incrementa el peligro de una explosión general que achacarán al fundamentalismo islámico, sunnita, chiíta o wahabita. Les da igual. La ignorancia es terca y atrevida.

Conviene subrayar que en los países que están enviando tropas a Iraq los ciudadanos se están alarmando porque esa guerra no tiene mandato legal de la ONU y su actuación es injusta, y apoyada en argumentos similares a los del terrorismo. Sólo que con un mayor número de fuerzas militares, logísticas y económicas.

Están a punto de perder el único argumento que los distinguía del terror, la fuerza de la razón que en cualquier momento se verá contestada por criminales suicidas cuya capacidad de destrucción es inimaginable. Cada vez aparece más claro que algunos responsables de la seguridad y de las agencias de información de EEUU, Israel y Gran Bretaña sabían que algo terrible se preparaba. Ocultaron una información vital para salvar vidas o para proporcionar los pretextos que les permitirían poner en marcha un plan de expansión y de dominio.

Como sucedió con las grandes mentiras de la historia: el ultimátum de Napoleón III a Alemania manipulado por Bismarck, en 1870, que dio lugar a la guerra francoprusiana; la destrucción del Maine en la bahía de La Habana, en 1898, para apoderarse de Cuba y de Filipinas; el rearme al que forzaron a John F. Kennedy con falsa información, facilitada por la CIA, en 1960, asegurando que la URSS incrementaba su poder militar; el falso ataque por los norvietnamitas a dos torpederos de EEUU en el golfo de Tonkín, en 1964, que llevó al paroxismo la guerra de Vietnam; la urgencia nacional decretada por Reagan a causa de la "amenaza nicaragüense", en 1985; las falsedades utilizadas en la Guerra del Golfo, en 1991, para asegurarse de que iba a haber una guerra que necesitaba EEUU; hasta el más increíble proyecto de crear en EEUU un Departamento destinado a la desinformación y que reveló The New York Times, el 20 de febrero de 2002.

Una vez que se traspasa la barrera del sentido común, del respeto a los derechos humanos y al orden legal establecido, termina el imperio de la razón y comienza el imperio del crimen en el que cada parte actúa con sus medios, por espantoso que sean.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 14/08/2003