Celebremos el encuentro

He aquí que hacemos nuevas todas las cosas. El zorro le recordaba al Pequeño Príncipe la necesidad de los ritos.

"Il faut des rites!, le decía. Un rito es lo que hace un día diferente de otro. Si vienes a cualquier hora a visitarme, no sabré cuándo preparar mi corazón. Pero si yo sé que vendrás a las tres, desde las dos mi corazón se llenará de alegría y "¡conoceré el precio de la felicidad!" Porque tú no eras para mí más que un hombre igual a cien mil hombres y yo no era para ti más que un zorro igual a cien mil zorros… pero si tú me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Yo seré para ti único en el mundo y tú serás para mi único en el mundo. ¿Qué significa domesticar?, preguntó el Principito. "Es algo demasiado olvidado por los hombres, significa crear lazos", respondió prudente el zorro que sentía una lumbre en su corazón.

Al llegar estas fechas marcadas por el calendario, desde tiempo inmemorial, los seres humanos lo celebraban echando cosas viejas a la calle o a una hoguera que ardía durante la noche para recordarle al sol que amaneciera. En ese fuego ardían frustraciones, desencantos y tristezas. Pero en la luz del fuego, en su calor y en su magia, reverberaban esperanzas y se encendían auroras.

Solsticios de invierno, noches largas, inmensas, aterradoras.

Solsticios de verano, noches ardientes, fecundas, creadoras.

Noches de san Silvestre o de san Juan. ¿Qué más da?

Cuando llegaste, te esperaba. Quizás eras la respuesta a mi anhelo para hacer juntos una etapa del camino. Nadie nace la víspera de un encuentro, porque todo encuentro es un reencuentro. Nos buscábamos sin saberlo. Tomás de Aquino

llega a escribir "no nos conocíamos y ya nos queríamos". San Agustín había ido más lejos "No me buscarías si no me hubieras encontrado… eres más íntimo que mi propia interioridad".

Hay personas que creen que nunca les sucede nada cuando, en realidad, la vida pasa por su lado y ellas no saben des-cubrirla, des-velarla, envolverse en el misterio de la revelación. Y se quejan de aburrimiento.

Samuel responde "Aquí estoy, porque me has llamado". Ese es el sentido pleno de evocar, convocar, invocar. Y todavía más hondo es Salomón cuando expresa el mayor deseo de su corazón "dame un corazón a la escucha" (leb shomá).

Cada día, cada instante, cada silencio, cada palabra, cada emoción, cada pálpito, cada pasión son inéditos. Todo es nuevo, nada se repite, todo es creación continuada en forma de celebración. El tiempo no existe, lo vamos haciendo. Sólo pasa lo cronológico. Lo kairológico es revelación, permanencia, transformación.

De ahí, la alegría de compartir la armonía de la naturaleza, el equilibrio del cosmos, la serenidad del universo. Todo es fiesta, todo es milagro, todo es maravilla.

Vivir no es ver volver, como pretendía Azorín, sino celebrar la poesía del misterio. Pues, según Rilke en sus Cartas a un joven poeta, es menester que nada extraño nos acontezca, fuera de lo que nos pertenece desde largo tiempo.

Hoy, ahora, aquí y entonces es navidad, pasión, muerte y resurrección. Los arquetipos no pueden ser sustraídos ni apropiados por religión alguna porque pertenecen al inconsciente colectivo, a la experiencia vivida.

Sabernos tierra que camina, polvo enamorado, expresión de un vivir más profundo, hondo y telúrico cuyos latidos percuten nuestra piel, nuestros pulsos y el rumor de nuestro ambiente. Unamuno sentía morriña de eternidad, nostalgia de infinito, olor a tierra ausente, a perfume de luz.

Hoy es siempre, todavía. Ahora es el momento de la magia y del encuentro. Por eso es preciso cambiar nuestro corazón para que la actitud informe la realidad y sea a la vez fecundada por ella. Mañana no es una realidad, tan sólo una hipótesis. Ayer tampoco es una realidad, sino memoria y experiencia.

Aquí, ahora es la celebración del ritmo, del lugar de encuentro del tiempo que hacemos y de la eternidad que somos. De ahí el profundo sentido de los espacios sagrados hasta que un día caemos en la cuenta, descubrimos, que todo es sagrado, todo es sacerdocio, sacrificio y celebración.

La raíz sánscrita scr nos abre a mundos mágicos y reales, penetrados de misterio. Del misterio del vivir con alegría, gozando del placer de las cosas, de las emociones y de las pasiones. Claro que sí. Sin pasión, de patior, no hay vida. Es una degeneración semántica asimilar pasión a sufrimiento. Es un empobrecimiento. Se padece una caricia, una mirada agradecida, un sabor, un tacto trémulo o firme, el goce de los placeres sensuales y espirituales.

Para el más auténtico pensamiento oriental vivir es un juego en el que se funden tiempo y eternidad, espacio y aliento, naturaleza y cosmos. Por eso los dioses siempre aparecen sonriendo.

Celebremos, pues, este fin de año y el comienzo del año nuevo con el talante adecuado. Para el sabio no existe diferencia entre cielo y tierra, entre acción y mérito. El sabio no pretende hacer cosas buenas, sino que bueno es lo que hace el sabio. No busca cumplir la ley sino que ésta surge de su corazón. De ahí que no busque el mérito de las acciones ni confunda valor con precio.

La actitud del sabio es de sosiego y de serenidad, de disfrutar de los placeres tanto como de las pruebas, todos ellos son mensajeros de la paz como fruto de la justicia.

La actitud más coherente con la realidad es descubrir el sentido de cada gesto, de cada silencio, de cada gota de agua y de cada encuentro.

Ante la confusa apariencia de los fenómenos que suceden en el mundo, todavía y siempre cabe la esperanza.

Siempre cabe la alegría, el goce de despertar cada mañana a los encuentros que aguardan con sólo saber caminar con el corazón a la escucha y los brazos extendidos para acoger sin prejuicios, sin discriminación ni apegos.

No existe el pasado ni pueden pesar pretendidas culpas. A éstas hay que tratarlas como a sacos de sal que nos hemos cargado a la espalda: se disuelven al introducirnos en el mar de la vida, para darle sabor sin que se note; para darle consistencia.

Es posible la esperanza, la felicidad de sabernos acogidos, amados, esperados y apoyados para hacer juntos el camino. Ni hacia Itaca ni hacia Tombuctú, sino hacia adentro abarcando todo y compartiéndolo todo.

Si el sentido del vivir es ser felices, poder hacer lo que queramos, el camino más seguro es querer lo que hacemos, transformándolo.

Feliz Año, Feliz Día, Feliz Instante.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 28/12/2001