El poder por el poder

La noticia del día es el descubrimiento de una nueva faceta de Mariano Rajoy: le gustan los movimientos anarquistas. El registrador de la propiedad y líder del PP, pidió a los socialistas que se sublevasen y echasen a Zapatero”, escribe Luis Solana, ex presidente de Telefónica y ex diputado socialista.
Rajoy no planteó moción de censura, ni solicitó elecciones anticipadas, pidió a los diputados socialistas que quitasen a Rodríguez Zapatero de su responsabilidad de presidente del gobierno. Es decir: yo no puedo ganar tras dos elecciones generales; yo no puedo ganar en este Parlamento; pero podré ganar si el PSOE sustituye a su líder.
No recuerdo en la historia moderna de la democracia, salvo en la convulsa Asamblea durante la Revolución Francesa, una salida de tono semejante. ¿Cómo puede atreverse el Jefe de la Oposición a dirigirse a la bancada socialista, después de haberle dicho al Presidente del Gobierno “Con usted no va, me dirijo a quienes le apoyan”?
El presidente del Gobierno entró a matar: "Si tiene valentía y coraje presente una moción de censura. Así se mide el carácter político, la fibra, la autoridad y la determinación que se tiene". Ante lo cual, el líder conservador respondió: “Es la primera vez que un presidente del Gobierno invita al líder de la oposición a presentar una moción de censura. Si yo tuviera los votos y si de mí dependiera, tenga la total certeza de que usted no estaría sentado ahí".
El abucheo en la bancada socialista, sumada a las caras del PP acompañaron la respuesta: "Ya sé que si de usted dependiera yo no estaría sentado ahí donde estoy, pero es que ya ha dependido de usted en dos ocasiones, ganar unas elecciones, y no ha podido ser".
Desde hace años, se incrementa el desapego de los ciudadanos por la gestión de los políticos. Producen hastío e indignación por sus emolumentos y prebendas, sus pensiones vitalicias y por su absentismo al Parlamento, fuera de las sesiones en las que se vota algo que interesa a su partido. Entonces, se llega al colmo de la corrupción de la democracia, que es la demagogia, cada vez más convertida en oligarquía y cleptocracia, en el sentir de los ciudadanos: Los diputados no tienen libertad de voto. Esperan a que su jefe de filas levante su mano con un dedo, dos o tres enhiestos, para saber lo que tienen que votar bajo pena de multas y de expediente por su propio partido.
Desde el momento en que existen “listas cerradas”, padece la democracia y los ciudadanos no se sienten motivados para elegir a unas personas impuestas por su partido sin posibilidad de discrepancia.
La esencia de la democracia es la participación, consciente y libre, para no caer en el execrable calificativo de Pericles, “el que no participa así es tenido por “idiota”, entre los atenienses”.
¿Cómo se puede votar a personas ajenas a nuestros distritos, ciudades, comunidades o relevantes personalidades de la ciencia, la academia, la universidad o la gestión de los negocios?
En España, todavía se da la vergonzosa e inaudita condición de “cuneros” en las listas electorales: candidatos a diputados en Cortes que ni han nacido ni trabajan ni viven en el distrito que van a representar. De ahí que, una vez elegidos, en lugar de preocuparse, informarse y entender de los problemas específicos de su distrito electoral no vuelven a visitarlos hasta las próximas elecciones.
¿Aberrante sistema? Pues así funciona este modelo de democracia fruto de la ejemplar transición de la que tantos se pavonean.
Ya no se trata de la dictadura de los partidos políticos, sino de la nefasta convicción de que “España les pertenece”, como una finca, y que ellos sí saben lo que hacen, sin rendir cuentas a la ciudadanía hasta las próximas elecciones.
¿Qué por qué los votan? Por inercia, miedo e ignorancia. Pregúntenles por el programa de gobierno de su partido. Mal sabrán responderles porque muchos candidatos tendrían dificultad para hacerlo, fuera de la descalificación sistemática del adversario, la amenaza de catástrofe y la oferta de seguridad que ellos diz que les garantizan.
Lo más terrible en esta lucha aberrante “del poder por el poder”, es que, pasadas las elecciones, no cooperan unos con otros en servicio de la sociedad de la que son mandatarios sino que se pasan las sesiones y las ruedas y tertulias de prensa descalificándose mutuamente de la manera más vulgar y sectaria que se pueda imaginar. Después se quejarán del alejamiento de los ciudadanos ante la política que ya no es “el arte de hacer posible lo necesario en servicio del bien común”. A veces dan la sensación de encontrarse en el Patio de Monipodio.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 19/02/2010