Hagamos nuestra la esperanza

Me pregunta un lector por qué se vuelve a hablar de la decadencia de Occidente. Creo que tal decadencia no existe, lo que ha dejado de existir es el occidente como realidad, y aún como concepto.

No es nuevo el imperialismo económico que EEUU trata de convertir en político con su retirada de los Tratados Internacionales y su violación de los derechos fundamentales para todos como sistema despreciando la soberanía de los Estados que arbitrariamente condena como hostiles a su política.

El arbitrio del Príncipe como fuente de Ley fue constante en la historia de la humanidad. Fue la conducta de los sátrapas orientales, de los emperadores occidentales y de todos aquellos que no consideraron al pueblo como auténtica base de la soberanía que delegaba en personas temporalmente para actuar en beneficio de la sociedad. La política nace en Atenas cuando Pericles era el alma de Grecia. La participación era la clave del sistema para los ciudadanos. Roma decayó moralmente cuando abandonó las instituciones republicanas para reforzar el poder del Imperator y ser más eficaces en la conquista del orbe.

Como la actual camarilla del presidente de EEUU, dividieron al mundo en Orbe Americano y Orbe de las demás Tierras (Orbis romanus et Orbis terrarum). Nada extraño que la concepción teocrática del poder en que sucumbió el admirable mensaje cristiano, no sólo después del Edicto de Constantino en el año 313, sino después de la coronación de Carlomagno en la Nochebuena de 800, degradase las conquistas de la mente reflejadas en el derecho para equipararse a la política teocrática de los Califas para extender el Islam, con discutible eficacia. De nuevo, su concepción del mundo era el arquetipo de la política de los halcones de Washington: concebía el mundo dividido en dhar al Islam y dhar al Harb, esto es "mundo sometido" y "mundo para conquistar".

Es obvio que el concepto de mundialización es tan antiguo como la razón de la fuerza que intenta domeñar a la fuerza de la razón. Si pobre es el que codicia demasiado, bárbaro es el que no tiene noción de la mesura, desde los bárbaros mogoles o las acometidas tártaras hasta los imperios que siguieron a la absurda teoría del derecho divino de los reyes, propagada por teólogos sin conciencia que hicieron bueno el realismo del Príncipe de la Ciencia Política, Nicolás Maquiavelo: el fin justifica los medios.

El concepto de mundialización, pues, no es nuevo, en cada época se corresponde con su concepción del mundo y el alcance de su fuerza apoyada en las tecnologías del momento para acaparar más materias primas, más recursos y más locura en su carrera hacia la desintegración del sistema, por des-agonía de los ciudadanos.

En el antiguo Hospital de los Reyes Católicos, en Santiago de Compostela, descubrieron una sala en cuyo dintel se leía "Sala de los desagoniados", es decir, de los que ya no tuvieron fuerzas para luchar.

Pero el pueblo no sufre eternamente. Al poderío hegemónico, que es como se designaba a una cierta concepción de la actual globalización, de romanos, musulmanes, eslavos, germanos, francos, españoles, turcos, anglos y norteamericanos sucederá una verdadera convulsión cuyos signos ya aciertan a descifrar los estudiosos más capaces de la enajenación de los actuales imperantes. Ante el ensordecedor silencio de sus ciudadanos embobados, una vez más, por el panis et circensis (pan y circo). Cuando no lo era por el alienante concepto de una recompensa ultraterrena, todavía más lacerante cuando no iba apoyada en la justicia, en el amor y en la felicidad de saberse responsables solidarios unos de otros. Amar porque sí, acoger sin preguntar, no juzgar sin escuchar, darse sin esperar nada a cambio, por el placer de compartir, de enriquecerse mutuamente y de saberse persona, humanidad, tierra que camina y Cosmos que expande hasta la plenitud.

Los auténticos sabios de las más grandes tradiciones, avatares que en el mundo han sido, coinciden en lo fundamental: el sentido del vivir es la plenitud de saberse universo en una gota de rocío. De ahí el ser nosotros mismos, el no dejar escapar el instante, el estar a lo que estamos, la consciencia de saber que no sabemos, hasta la suprema sabiduría de poder expresar con nuestra palabra o con nuestro silencio "No te apures, Sancho amigo, yo sé quién soy".

De ahí que el imperialismo que padecen miles de millones de seres en esta tierra tan atormentada, no aporte más novedad que la emanada de los avances tecnológicos. La enajenación por el poder del tener sobre la consciencia de ser se anuncia como un estallido, (más bien próximo que lejano), porque ha alcanzado la linde del no-retorno: cuando se ha perdido el sentido de la vida y ya se entiende que no hay nada que perder, muchas personas en muy diversos lugares del mundo se hacen bomba que camina y se arrojan en el devastador efecto del terror como explosionante expresión de su protesta.

No es, pues, el desastroso imperialismo de los actuales sátrapas que acogotan a millones de seres humanos con hambre, enfermedad, guerra, marginación, soledad y desarraigo lo que constituye la clave de esta bóveda visualizada por el nuevo Sansón que encarna al pueblo sometido. Es el nuevo concepto de Imperio como un magma de poder difuso cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no se atisba en ninguna.

Para quienes apostamos por otra mundialización alternativa y solidaria, comienza a vislumbrarse la luz generadora de un nuevo amanecer, más humano, más justo y armonioso con la riqueza de convertir el tiempo en espacio que definimos con nuestra presencia.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 01/03/2002