Hay un poema de Kavafis que dice que hay gente que
sigue defendiendo el desfiladero de las Termópilas como si los persas
no hubieran pasado por allí. “Pues yo tengo a veces esa sensación...,
estar defendiendo cosas en las que creo, en medio de una realidad que me
desborda todos los días”, así comenta el ex director del diario español
El País, Joaquín Estefanía, su sensación diaria al contemplar la
realidad, reflexionar sobre ella y comentarla como profesional del
periodismo.
A propósito de su último libro La mano invisible. El gobierno del mundo (ed. Aguilar) reflexiona en
voz alta ante las sugerentes preguntas de Mariló Hidalgo y cuyas
respuestas compartimos para deleite de los lectores.
“He escrito varios libros sobre la globalización y sus efectos, y un
día comprendí que desde que hemos entrado en esta época acelerada de
globalización, la mayor parte de las decisiones que afectan a nuestra
vida cotidiana se tomaban lejos de nosotros: en Bruselas, Frankfurt,
Nueva York, y me puse a investigar para ver si esa sensación era auténtica
y estaba afectando al núcleo duro del sistema en el que vivimos, a la
democracia. Cada vez hay más decisiones que no dependen de los
parlamentos nacionales donde se encuentran las personas que nosotros
hemos elegido democráticamente, sino que se toman en segunda o tercera
instancia. Mientras que aquellos a lo que llamábamos “poderes fácticos”
-Ejército, Iglesia y Banca-, se habían movido mucho y los que
funcionaban eran muy distintos. El único poder que no se discute nunca
es el del dinero”.
Por eso, trata de definir a este nuevo poder que surge como consecuencia
directa de la desigualdad. Lo ostentan los que lo han tenido siempre:
los Estados y gobiernos, allí donde reside la soberanía de los
ciudadanos. Pero han aparecido otros nuevos: los mercados, los medios de
comunicación y la opinión pública. Los mercados son los reguladores
de la vida económica, los guías de los hombres y sociedades que deben
adaptarse a él para sobrevivir. España, que hace una generación era
un país rural, gracias a los mercados se ha convertido en un país
moderno, emergente, que aspira a ser uno de los siete más importantes
del mundo en cuanto a bienestar. Pero estos mismos mercados convirtieron
a México en un país arruinado en sólo cuarenta y ocho horas.
Con la misma lucidez aborda el papel de los medios de comunicación
social como contrapoder de los poderes clásicos. Lo novedoso es que los
medios de comunicación se han “independizado” y han pasado a formar
parte de grupos económicos con intereses diversos, no subordinados al
poder político.
El autor concreta esos intereses: “Cuando se habla de periodismo de
investigación y se trata de la cacería mediática de una persona; o
cuando se llevan a cabo campañas de opinión que responden a intereses
mercantiles; o cuando se convierte a los medios en un instrumento del tráfico
de influencias.
Ante la realidad de la invisibilidad del auténtico poder que toma las
grandes decisiones e influye en nuestras vidas, Estefanía afirma que
cuando antes hablábamos de poder hacíamos alusión a una persona o una
institución. Había un rostro, una marca o unas siglas. Hoy ese poder
es más anónimo y a veces es difícil distinguir el verdadero poder de
las decisiones que se toman. Los que ejercen el poder niegan tenerlo. Lo
ocultan, lo disfrazan, pero no lo sueltan. El término “mano
invisible” es una especie de actualización de lo que descubrió hace
casi dos siglos Adam Smith: una suma de intereses de varias personas que
al unirse se convierten en interés general. Hoy hablaríamos de:
gobiernos, empresas, personas que funcionan mucho más en red, que se
identifican entre sí menos que antes pero que están ahí y afectan a
nuestras vidas cotidianamente.
No es de extrañar el pesimismo de los mejores, de quienes observan,
analizan y piensan. Por eso es imprescindible crear organismos
multilaterales que regulen y gobiernen la globalización. Estamos en una
transición e incertidumbre mientras todavía no hemos creado los
contrapoderes que nos hagan resistir a estas presiones. Pero los
ciudadanos no están privados ni de iniciativas ni de autonomía para
llevarlas a cabo. Son necesarias las manifestaciones de una sociedad
civil fuerte y despierta, que exija la creación y el fortalecimiento de
las instituciones públicas para que en ellas resida verdaderamente el
poder.
Afirma que la globalización no está saliendo tan bien como imaginaban
los que creyeron en ella a principios de los 90. Asistimos a una
globalización financiera excluyente que arregla la vida a los países más
beneficiados y genera en una mayoría unos niveles de desigualdad
brutales, como no se han conocido en la historia contemporánea. Está
también la existencia de una sensación de impotencia política en el
sentido de que parece que la economía es la que gobierna el mundo,
mientras los gobiernos lo único que hacen es administrar lo que ésta
dicta. Ha tenido lugar un desplazamiento de poder desde los gobiernos a
los mercados.
Ante una exposición tan
meridiana no cabe más que reflexionar y ser coherentes asumiendo las
pequeñas cotas de responsabilidad de cada uno en el medio en el que se
desenvuelva.