Necesitamos contestatarios

Siento respeto por las tradiciones religiosas, sin asumir que sólo haya una verdadera. Desde las surgidas en la India milenaria hasta las cosmovisiones en América aplastadas por la intransigencia de quienes deformaron el mensaje de Jesús. Desde el budismo enriquecedor hasta el animismo vivido por los pueblos africanos a pesar de quienes sostuvieron la conquista, la colonia y la explotación permaneciendo mudos ante la esclavitud de cien millones de víctimas. Desde las valiosas aportaciones de la antigua China, hasta el Islam con su dinamismo cultural. Desde las tradiciones mesopotámicas, con Judaísmo y Zoroastro comprendidos, hasta el mensaje y el testimonio de aquel ser humano de excepción, Jesús de Nazareth. Valoro el Cristianismo aunque me duelan las contradicciones de quienes destrozaron la túnica con la espada, el poder y un dominio despótico sobre las conciencias.

Admiro al Carpintero que dio testimonio de amor, de libertad y de justicia y fue aniquilado, pero no me inclino ante el madero.

No me impresionan concentraciones de jóvenes con un marketing propio de otras dimensiones, no precisamente democráticas. Conocemos ejemplos de convocatorias plebiscitarias en plazas, avenidas y malecones. Aunque el Vaticano rechace la democracia por su organización jerárquica y teocrática.

Pero asombra que el Cardenal Martini afirme "que ha terminado el trauma de la contestación". ¿Una juventud no contestataria ante las injusticias en un mundo donde padecen hambre, enfermedad, pobreza y guerras cuatro mil millones de seres? ¿Qué significan dos millones de jóvenes? ¿Cuáles fueron los frutos de la concentración de cuatro millones en Manila, en 1991?

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 25/08/2000