Participar en democracia

En la antigua Grecia, el hombre libre, ligado a una educación, es atraído por la política mientras las masas acuden al teatro. El ateniense muestra su tendencia hacia soluciones de mesura y armonía: en arte, hacia el canon; en filosofía, hacia el cosmos. La imagen del orden establecido preside la estructura política y cualquier violación del orden, y en forma típica la guerra, se antoja blasfema pues desafía la norma suprema de los dioses que garantiza la paz y la convivencia. De ahí que la democracia, más que una forma de gobierno constituya un estilo o una forma de vida en la que el ciudadano puede y debe participar. Por eso, tiene el deber de estar informado de las cosas que atañen a la república. En la participación activa reside la esencia de la democracia, como lo expresó Pericles en la Oración por los muertos en la guerra del Peloponeso "La administración de la república no está en pocos sino en muchos. Por eso, cada uno de nosotros, de cualquier estado o condición que sea, si tiene algún conocimiento en virtud, está tan obligado a procurar el bien y honra de la ciudad como los otros. Y no será nombrado para cargo alguno, ni honrado por su linaje ni solar, sino tan sólo por su virtud y bondad". De ahí que se llamase idiotés al que no participaba. Homero los denominaba, como a los bárbaros y a los esclavos, "gentes sin habla", no por no poder hablar sino por no tener voz ni voto. Asumidas las evoluciones semánticas del idiota y del bárbaro, podríamos convenir que la virtud esencial del que gobierna es conseguir la concordia de la ciudad, la general participación de las gentes y el debido aprecio de los idóneos para los puestos de responsabilidad al servicio de la ley.

Abrumados por una campaña electoral desconcertante, hay que volver a los clásicos en busca de los fundamentos de la auténtica democracia y no de sofismas demagógicos.

Causa perplejidad escuchar a los candidatos actuando ante las masas sin atreverse a sentarse y debatir los problemas y las posibles soluciones buscando el bien común y no el de las facciones o partidos. Desde el memorable debate de Kennedy y Nixon, la televisión es el ágora ante la que todos somos testigos, como sujetos responsables y no como objetos de transacciones o de un descarado mercadeo de votos. Es impresionante la sensación de que nos tratan como si estuviéramos en perenne minoría de edad.

Por sus gritos, descalificaciones y lugares comunes uno se pregunta por qué no utilizan máscaras para reflejar mejor la personalidad que ocultan. Escamotean los grandes problemas de un mundo en mutación, de una sociedad interrelacionada con el resto del planeta, de las consecuencias de una economía globalizada, de unas tecnologías que no conocen fronteras con unos efectos deletéreos sobre el medio ambiente.

Silencian nuestros compromisos supranacionales, nuestra proyección mediterránea, nuestra dependencia de las materias primas de otros pueblos y el cambio de actitud en las relaciones con los demás pueblos que ya no caben en sus estados.

Quienes hemos apostado por el mestizaje, por la solidaridad, por el respeto a la diversidad y el reconocimiento de los valores de la diferencia, tenemos que alzar la voz y denunciar unas prácticas políticas obsoletas que no se atreven a llamar a las cosas por su nombre: estamos en el ojo de un huracán sólo comparable al de la revolución agrícola, al triunfo de la razón sobre el dogma o al de la revolución industrial. Estamos en plena revolución de la información y de las comunicaciones y nuestros presuntos líderes se pierden en la prosa de los mandarines.

Sólo con una participación responsable en las urnas se podrá conjurar el espectro de la abstención y afirmar nuestra condición de ciudadanos. Afirma el profesor Bernard Cassen que es posible ir hacia otro sistema alternativo al ultraliberal y que muchas energías están dispuestas a emplearse en el tema. El desafío está lanzado y a nosotros corresponde preparar esa otra connivencia posible en la que la libertad, la justicia y la solidaridad primen sobre un modelo de desarrollo sometido a las leyes del mercado y a la prepotencia de unos pocos sobre las inmensas minorías.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 10/03/2000