Por un Gobierno de Concentración Nacional
Unas elecciones municipales llevaron, en 1931, a un cambio de régimen y
de forma de gobierno en España. El sistema se había agotado y los
súbditos lograron ser ciudadanos. Durante unos años, se vislumbró la
posibilidad de una sociedad regida por la Justicia, en Libertad y con
derecho a la búsqueda de la Felicidad. Se votó una Constitución
democrática basada en los principios de la Ilustración y en los valores
de la República. Fueron grandes sus logros, así como lo fueron sus
fallos. Lo mismo había sucedido en otros países cuando lograron
liberarse del absolutismo, del clericalismo, y de un sistema de castas
más que de clases sociales. Francia ha sido paradigma de esta evolución,
y otros muchos países también. Nada grande se hace realidad sin
sacrificio ni se logra de la noche a la mañana. Pero no hubo tiempo para conseguir los efectos de una educación universal, gratuita y obligatoria para todos. Ni tampoco para que funcionara la seguridad social pública y gratuita, así como las pensiones para las personas mayores, hubieran o no cotizado por su trabajo. Ni se pudo soñar una ley de dependencia para los ciudadanos que necesitasen atención y cuidados. Esos cuatro pilares del Estado de Bienestar Social los hemos alcanzado en los últimos años. Con esfuerzo, generosidad y no poco riesgo para la administración siempre torpedeada y ninguneada por una oposición cainita y por unos poderes económicos y financieros que habían erigido en dioses a los llamados “mercados”, mientras hipotecaban la soberanía nacional. Reconocerlo es de bien nacidos, y bien informados. Un Estado de Bienestar Social no sólo para España, sino también para el resto de los países que conforman la Unión Europea y que nos habían hecho confiar en unos Estados Unidos de Europa, con una República Federal de la que formasen parte los ciudadanos de los antiguos estados. Con una soberanía supranacional, con una Constitución, un Parlamento elegido por los ciudadanos de la Unión Europea y con poderes de control de un Ejecutivo que tuviese la autoridad y los poderes necesarios para gobernar con justicia a los ciudadanos. Y con un auténtico poder Judicial, profesional, libre y autónomo. Y no esta vergüenza ajena que padecemos. La drástica reducción de los gastos militares, la unidad en los sistemas educativos y de grados universitarios así como profesionales y de investigación iguales para todos los ciudadanos de los Estados Unidos de Europa, la misma política fiscal, bancaria, de protección medioambiental y de ejercicio de los valores de la República. Esto nos permitiría que hubiera unas sociedades más libres, más justas, mejor organizadas; más auténticas y con respeto de sus tradiciones. Con una independencia de poderes ideológicos y religiosos - que tendrían garantizado su ejercicio personal y privado -, pero sin que pudieran interferir en la educación, en las instituciones sociales, ni en las diversas formas de familia, de asociación y de participación en las tareas del Estado. En resumen, una sociedad regida por la igualdad de todos ante la Ley (isonomia), de contribución en los gastos del Estado (isogoria) y de capacidad de acceso a los cargos representativos de acuerdo con sus capacidades (isocracia), serían los puntales básicos de un mundo mejor, más adaptado a la realidad sociopolítica y global en la que vivimos. No existe lámpara de Aladino, pero sí existe la posibilidad de que todos juntos constituyamos una red de redes capaz de despertar a una ciudadanía harta de injusticias, de privilegios, de politicastros impresentables, de sindicalismos hueros y de patronales a costa del Estado. Así como de unos medios de comunicación profesionales, libres y responsables. Una primavera desde las entrañas de esta Europa que bordea por el sur con un Mediterráneo capaz de tender puentes de entendimiento, de cooperación y de acogida, de respeto y de justa distribución de las riquezas humanas y naturales. Es posible si creemos que podemos alzarnos y rebelarnos contra este sistema político, social y económico caducado por exhausto. Podemos aprovechar estas elecciones titiriteras y de lampantes trasnochados, para urgir la formación de un Gobierno de Concentración Nacional. Compuesto por personalidades de reconocido prestigio, autoridad indiscutida, y servicios a la sociedad con independencia de adscripción política alguna en el pasado. Un Gobierno que durante un período improrrogable fuera capaz de dotarnos de una Constitución adecuada a nuestros tiempos, y de unos instrumentos aptos para nuestra inserción en unos Estados Unidos de Europa. Este podría ser el mejor y último servicio a la ciudadanía de un Jefe del Estado que ha cumplido sus días, ha gobernado como mejor ha sabido y podido. Y con unos servicios que reconocemos a una familia que deberá integrarse en esta nueva sociedad europea como ciudadanos conscientes de que los privilegios de sangre, dinastías e ideologías forman ya parte de la Historia. |
José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 13/05/2011