Ser uno mismo

La creatividad es una rebelión para liberarse de tantos condicionamientos que nos encadenan e impiden nuestro vuelo. La persona creadora no puede seguir un camino trillado. Se trata de actuar por convicción, aunque exija asumir riesgos.

Una persona creativa puede ver cosas que no ha visto nadie, oír cosas que los demás no perciben, alumbrar el mundo cada mañana.

El hombre nuevo se caracteriza por las tres ces: conciencia, compasión y creatividad. La conciencia es saberse y ser consecuente, la compasión es el sentimiento de convivir con los demás y la creatividad es la acción, más que la actividad rutinaria o impuesta. Contra el exceso de lógica está la plenitud movida por el sentimiento y regida por la intuición, que es la gran perdedora en lo que llaman desarrollo.

La acción creadora nace del silencio, de una mente contemplativa que ha hecho de la vida una celebración: por el agua que corre, por el cielo azul, por las nubes, por el sol y por las lluvias. La plenitud es el único fin de la existencia: ni tener, ni poder, ni acumular, ni mandar, ni los honores, ni las penas. Es locura sostener que vale más lo que más cuesta. Y es absurdo proscribir el ocio como fuente de peligros. Nos han inculcado la obsesión por una actividad que se ha convertido en compulsiva. Hay gente que vive para trabajar, para ganar dinero, para cuidar la salud. No se puede vivir para nadie, familia, amigos o institución alguna: se vive con ellos. Desde niños nos preparan para producir; producimos durante unos años y nos aparcan cuando dejamos de producir.

Es posible actuar sin buscar mérito alguno: la virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer. No es preciso llegar a Itaca ni a Jerusalén ni a Tombuctú: basta saberse en camino hasta que se cae en la cuenta de que uno es el camino.

Cuenta el sabio Tilapa que es bueno descansar como un bambú seco, a gusto con tu cuerpo. Un bambú hueco se convierte en flauta de la que arrancan inéditas melodías.

Dicen que Bodidharma, el primer patriarca budista que llegó a China, se echó a reir cuando cayó en la cuenta de que ya era aquello que estaba tratando de llegar a ser. De eso se trata, de estar cada vez más a gusto, cada vez más aquí y ahora, cada vez más hueco y más receptivo. Escuchar es acoger. Es necesario permitir que las cosas sucedan a través de uno. Y disfrutar, celebrar, crear, gozar cada instante: de la ducha, de la naranja, del café, del sol de la mañana, de la brisa, del color de las hojas, de la rugosidad de los árboles... pensar que hay gente que no percibe el paso de las estaciones, los rumores y los sabores, los olores y el tacto de las cosas y de una piel amiga. Nos han atrofiado los sentidos y nos hemos convertido en cómplices de este expolio. Nos estamos olvidando de vivir. Esa es la esencia de la sabiduría: actuar en armonía con la naturaleza, con el ritmo natural del universo, permitir que la vida fluya; y celebrarlo.

Es preciso descubrir la creatividad en nosotros, en el silencio y en la cooperación con cuanto sucede. La expansión de la conciencia sucede cuando caes en la cuenta de que ésta no es un objeto sino un proceso. Por eso, la vida real es creatividad; pase lo que pase siempre es bueno porque todo es lícito, aunque no todo convenga en cada momento.

La creatividad es un estado paradójico, como la belleza, la bondad, la verdad y la armonía. Cuando se descubre el sabor de la creatividad, todo se vuelve original e inédito y uno está sin saberlo donde siempre quería haber estado.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 09/06/2001