Ante el Día Internacional de la Solidaridad

Ante un mundo víctima de una espiral desarrollista y consumista, se alzan voces en la sociedad civil que reclaman la recuperación de nuestras señas de identidad como personas responsables que quieren afirmar el sentido del vivir; aunque la vida no tuviera sentido. Y los ejes fundamentales de esta sociedad civil se asientan en la libertad para todos, en la justicia y en la solidaridad, como respuesta ante toda desigualdad injusta.

Al mito del “cuanto más, mejor” se opone la propuesta de que “cuanto mejor, más”. No se trata de negar los logros de las ciencias y de las técnicas; tenemos que servirnos de ellas como instrumentos de libertad, de justicia y de solidaridad. Vivimos en un mundo global en el que sólo podemos sobrevivir en armonía con la naturaleza. Nos sabemos vecinos del mundo con un corazón a la escucha que, en el respeto y la acogida del otro, estableceremos redes de solidaridad y de progreso presidido por el derecho a buscar la felicidad.

Esta convicción transforma las relaciones económicas, políticas y de poder en proyectos comunes de calidad y de realización personal y social.

La experiencia de viajar a bordo de un planeta azul nos enseña que sólo cabe un desarrollo endógeno, sostenible, equilibrado y global. El nuevo paradigma consistía en que no había paradigma. Mientras esperábamos al amanecer para ponernos en marcha, nos hemos visto deslumbrados. Ya nadie acepta el soborno de sacrificarse por un paraíso prometido para un mañana que cede ante la realidad del presente. Pero no queremos cantos de libertad sino convertir antiguas utopías en objetivos políticos. Para que, en el atardecer de nuestras vidas, cuando volvamos la vista atrás, no tengamos que lamentarnos al considerar la persona que pudimos haber sido. Nos sabemos con derecho a lo necesario porque existimos, y no para existir.

De ahí que tengamos que crear una economía más solidaria. Rescatar la vida política de la invasión de los poderes financieros. Erradicar los paraísos fiscales como se lucha contra el terrorismo, las armas químicas o las mafias de narcotraficantes. Podemos imaginar una distribución del trabajo y de las rentas más equitativa en una economía plural que reconozca el papel del mercado, la función del sector solidario y el reconocimiento del derecho a disfrutar del tiempo liberado.

Nadie ha nacido para trabajar, trabajamos para vivir y para ser felices. ¿Por qué no va a ser posible imaginar una sociedad más justa y solidaria si las grandes instituciones se hicieron realidad porque alguien las soñó primero?

La nueva riqueza descansa en la inteligencia, en el saber, en la revolución del conocimiento que nos ofrece la capacidad de innovar.

Einstein sostenía que, en tiempos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento. Estamos ante la mayor crisis que haya afectado nunca a la humanidad. Asumir el desafío conduce a la vida, negar la evidencia nos devuelve a la horda.

Desde la caída del Muro de Berlín, en 1989, y cuando podíamos esperar la transformación de los recursos empleados en la guerra fría en una sociedad de bienestar, hemos asistido a treinta guerras alimentadas por los fabricantes de armas y por los mercaderes de intereses. No se pueden seguir gastando más de un millardo (billón) de dólares anuales en armamento cuando se podría proporcionar alimento, salud, educación básica, garantizar la salud reproductiva de las mujeres y preservar el medio ambiente para todos los seres humanos.

Hay pobres que no tiene que comer, otros que no pueden acceder a la cultura, otros que no saben que son pobres, y otros que no saben que son personas. Más de 3.000 millones de personas sobreviven en el umbral de la pobreza con menos de 2 dólares al día. Más de 1.000 millones padecen hambre absoluta. 1.500 millones no disponen de vivienda y 2.000 millones no tienen acceso al agua potable. 300 millones de niños trabajan catorce horas diarias por un dólar al día. Un millón de niños entran cada año en el mercado de la prostitución. La pobreza es femenina, porque el 70% de los marginados del mundo son mujeres. Los Informes de Acción contra el Hambre son contundentes: hay alimentos para todos; no sólo se trata de un problema de distribución sino de que se ha hecho del hambre un arma estratégica.

Si todos los habitantes de la tierra mantuvieran el ritmo de consumo que tenemos en los países ricos, harían falta tres planetas como la Tierra. Si el modelo de desarrollo que se propone a los pueblos empobrecidos del Sur, (4/5 de la humanidad), pudiera realizarse, la capa de ozono desaparecería en menos de 25 años. Si el modelo de desarrollo propuesto pudiera resolver los problemas de la humanidad empobrecida, ésta necesitaría un “quinto mundo” para que lo explotara como nosotros explotamos al “tercero”. El “cuarto mundo” lo forman los millones de seres que pueblan las bolsas de miseria dentro de los países ricos. La humanidad ha logrado las conquistas técnicas necesarias para autodestruirse. ¿Quién nos enseñará a dominar nuestro dominio?

Hay que globalizar las luchas sociales. La internacionalización de la economía podría significar una enorme ventaja para los intercambios materiales, sociales y culturales entre las personas y los pueblos. Hoy atormenta a las víctimas del desempleo, a los jóvenes que se preguntan por su porvenir, a los pueblos excluidos de la producción, a las naciones sometidas a reajustes, a la desregulación del trabajo, a la erosión de los sistemas de seguridad social y a la eliminación de las redes de protección de los más débiles.

Para despertar la esperanza hay que organizar la resistencia.

Es tiempo de afirmar que hay lugar para la esperanza y que el único sentido del vivir es poder ser uno mismo queriendo lo que hacemos, único camino para poder hacer lo que queramos. Al fin y al cabo, en eso consiste la felicidad.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 29/08/2003