Menos lobos, Caperucita

Los voluntarios de la sociedad civil, las ONG, que trabajan por la justicia y por el respeto de los derechos humanos en su lucha por un mundo más justo y más solidario, tienen que hacer frente a una campaña de descalificación en su humanitaria labor.

La escritora india Arundhati Roy ha alertado sobre “el peligro que suponen las ONG para el auténtico desarrollo de las poblaciones del Sur”. Olvida que el mayor número de voluntarios sociales de las ONG trabajan en los países del Norte sociológico para hacer frente a las injusticias y a la explotación de personas en situación de peligro. Ancianos, inmigrantes, mujeres, niños, prejubilados y parados, mestizos y gentes de color, enfermos terminales y drogadictos, gentes sin hogar y sin recursos en unas sociedades cada vez más deshumanizadas.

Reducir las actividades de las ONG a los proyectos que algunas desarrollan en países del Sur es una burda simplificación. Generalizar casos que suceden en India, con personal de ONG indias, es de una temeridad incomprensible en una mujer de tanto talento. James Petras, de la universidad Binghamton de Nueva York, se aprovecha de su prestigio en la causa de los derechos humanos para arremeter contra las ONG acusándolas de “ser un peligro para la democracia”, de no participar en las “luchas reivindicativas de los maestros”, de “minar el sentido de lo público” con sus proyectos de ayuda social, y de “apropiarse del lenguaje de la izquierda”.

El Profesor Petras, que tanto jaleó a las ONG cuando le pareció que “su imagen era favorable hasta en la izquierda”, aplaudió nuestro apoliticismo y aconfesionalismo porque entendió que así no podrían aprovecharse de nosotros las confesiones religiosas que tradicionalmente desarrollaban muchas de estas actividades. Ni los tildados de “socialistas utópicos” por el marxismo más montaraz. Ahora resulta que “las ONG fomentan un nuevo tipo de colonialismo y de dependencia cultural y económica”.

Descalifica a las ONG porque “son postmarxistas”. Salva a “una pequeña minoría que desarrolla estrategias alternativas en apoyo de la política de clase y del antiimperialismo”. Ya salió el fundamentalismo ideológico que tanto censuran en los neoliberales, en los neoconservadores y en todo lo que no suena con la música que a algunos les gusta dirigir desde sus cátedras.

No queremos militar en partidos políticos, en sindicatos de clase ni en ninguna confesión religiosa. Respetamos la libertad de los voluntarios sociales para que ejerzan sus derechos en cualquier opción democrática.

La escritora india confunde los abusos de algunos miembros de ciertas ONG en la India, y en otros países, que pueden despistar a la opinión pública. Les acusa de que sirven de sucedáneos, de cortinas de humo para paliar las deficiencias de unos sistemas políticos que aceptan los “reajustes económicos” del Banco Mundial o del FMI, reduciendo las inversiones en educación, en sanidad y en obras sociales fundamentales. No se puede generalizar aunque al final de sus palabras diga que “no todas son así”. Primero, se lanza la piedra y luego se esconde la mano. No es ético ni elegante, no es justo ni lo aceptamos.

Ahora resulta que el formidable voluntariado social que ha movilizado a millones de seres “desde la década de los setenta está controlado por el Banco mundial, por el FMI, y por el imperialismo norteamericano y europeo”.

Cuando cientos de miles de jóvenes en Europa y en EEUU, desencantados de muchas ideologías, decidieron asumir la causa de los más pobres, de los oprimidos, de los explotados y humillados por un sistema socioeconómico injusto, fueron mirados con desconfianza por las instituciones religiosas. Se creían que ese campo “les pertenecía”. También fueron sospechosos para los sindicalistas de salón, y no digamos para muchos ejecutivos de grandes multinacionales. La derecha los miró con desdén. ¿Acaso no tenemos nosotros, decían, la defensa del bien común, de la libertad que ofrecen el mercado y la democracia? Cuando comprendieron que asumíamos la solidaridad como respuesta a toda desigualdad injusta, cuando no nos contentábamos con dar de comer al hambriento sino que preguntábamos por qué los pobres pasaban hambre, cuando nos echábamos por millones a las calles de las ciudades, cuando vieron que constituimos una fuerza sociopolítica y cultural enorme, intentan minarnos la transparencia de nuestro compromiso y la generosidad de la entrega.

La izquierda dijo que “éramos de lo suyos”, mientras se aprestaban a inventar ONGs para procurarse beneficios y prebendas. Las derechas hicieron lo mismo transformando sus fundaciones ideológicas en “sociedades apolíticas”. Mientras que algunas confesiones religiosas titulaban sus asociaciones como “no confesionales”, nosotros comprendimos que estábamos en peligro.

Por eso nunca quisimos respaldar ninguna protesta sin una propuesta alternativa, nunca quisimos abandonar la causa de los más pobres luchando contra la pobreza y denunciando toda opresión y mentira, viniera de donde viniese. Lo duro es comprobar que los primeros ataques provienen de quienes antes nos jalearon como los “nuevos ciudadanos de nuestro tiempo”. Pero no nos callarán porque millones de seres inocentes en el mundo nos lo reprocharían.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 22/10/2004