Se saben necesarios

El voluntariado social como fenómeno sociológico, nació hace unas tres décadas entre jóvenes desencantados de las ideologías. Después, se fueron incorporando personas de toda edad y condición, muchas de las cuales ya estaban trabajando en ayuda de los más necesitados.

Ser joven es mantener la capacidad de asombrarse y de comprometerse en una actividad que supere nuestra contingencia. No es de extrañar que el auge del voluntariado social haya encontrado entre los jóvenes un apoyo solidario y generoso que desborda todo cálculo o disimulo. Se saben en el umbral de la Utopía, no más allá, porque todavía no se conocen las leyes del caos. Pero también se saben dominados por la pasión por la justicia y son capaces de imaginar escenarios que ellos harán posibles, porque son necesarios. Toda Utopía comenzó siendo una verdad prematura.

Hoy la situación de millones de seres humanos se hace insoportable y los jóvenes, con la complicidad de los medios de comunicación, se saben vagabundos de Internet capaces de hacer realidad lo que han soñado. Pues todo lo que es grande se hace realidad porque alguien lo soñó primero y, junto con otros, pusieron los medios porque muchas veces no sabían que era imposible.

Junto a las amenazas de grupos terroristas, se alza la esperanza en una sociedad más justa y solidaria, más consciente de que forma parte del medio ambiente y que constituye una inmensa fraternidad en la que los jóvenes se saben banda de hermanos. Admiran a las personas capaces de comprometerse con ideales generosos y pasan de ideologías que hacen del ser humano un objeto de mercado, de fascinación o de intercambio. No quieren ser considerados como “recursos” pues rechazan el ser objetos para fin alguno, porque todo ser humano es un fin en sí mismo, y de valor inconmensurable.

Rechazan la guerra, los paraísos fiscales, los grupos de poder que controlan un modelo de desarrollo inhumano e injusto en el que se confunde valor con precio. Se alzan cada día más numerosos contra la explotación del hombre por el hombre, y de los nuevos imperialismos sin imperios sobre el resto de la humanidad que habita tierras ricas en lo que ellos denominan “recursos”, buenos para ser explotados.

Asumen la globalización como una conquista de nuestros días conseguida por la ciencia y hecha posible por las técnicas. Y que acerca a los seres humanos de cualquier rincón del planeta haciéndonos sentir responsables solidarios unos de otros. Por eso, no preguntan por quién doblan las campanas pues saben que doblan por todos nosotros. Pero se alzan y se echan a la calle en manifestaciones de millones de personas ante cierta gestión financiera y mercantilista de una globalización que permite a los condenados del mundo hacer escuchar su grito contra la injusticia y su convocatoria a unas formas de convivencia más cordiales y más humanas. Se saben formando parte de la resistencia ante una gestión de la globalización que puede mejorarse notablemente.

Desean participar en la cosa pública, sabiéndose cada uno igual a los demás y que, todos juntos, pueden más que los mandatarios en quienes han depositado una confianza dispuestos a retirarla cuando se sientan engañados. Hoy, en la sociedad de la comunicación, ya no se puede engañar a muchos durante demasiado tiempo. Los jóvenes lo saben y cada vez entusiasman y convocan a más personas mayores que corrían el riesgo de resignarse. Ni unos ni otros desean que sus descendientes sientan vergüenza de ellos porque, habiendo podido tanto, se hayan atrevido a tan poco. Ya es común la conciencia de que en el futuro no nos juzgarán tanto por nuestros fallos como por nuestros silencios que nos hacen cómplices de crímenes contra la humanidad, contra el medio ambiente y contra la esperanza.

Saben que es posible la esperanza porque es posible decir no y ponerse en camino junto a millares de personas que no quieren resignarse a ser piezas en un tablero, u objetos de mercado y de consumo. No se alzan contra la autoridad sino contra la prepotencia de tiranos, de oligarcas y de demagogos. Un sentimiento les invade de que hoy es siempre, todavía. Y de que nadie nos había prometido que fuera fácil pero también de que, si nadie tiene que mandarnos, ¿a qué esperamos?

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 14/05/2004