Arar en la mar y sembrar en el viento

Los representantes de 180 países han aprobado un documento que servirá de base para acometer los problemas básicos de la humanidad a escala mundial. Hacía 20 años que se habían reunido en Bucarest y, en México, hacía 10. El Cairo ha sido el anfitrión de la III Conferencia sobre Población y Desarrollo. No representaban a un mundo monolítico, dogmático y rígidamente estructurado sino a una comunidad plural y rica con culturas milenarias, con tradiciones religiosas inveteradas, muchas de ellas llenas de sabiduría, de generosidad y de altísimos logros en la ayuda a la maduración integral del ser humano. Pero representaban a Estados soberanos porque era una Conferencia auspiciada por las Naciones Unidas. Algunos distorsionaron un texto que, sólo desde dogmatismos previos o fundamentalismos intransigentes, se podía "reducir" a una sola dimensión de una medida sanitaria para casos clínicos que cada país deberá regular con arreglo a sus leyes fundamentales, a sus tradiciones religiosas y a su concepción de la vida. (En ningún lugar se ha presentado el aborto como medida idónea para regular la natalidad porque sería monstruoso por inhumano). No cabe imponer la cosmovisión de una minoría o de una mayoría, por válida que le pueda parecer a sus seguidores. Cada uno sigue a la suya porque cree en ella y a nadie se le puede forzar a actuar contra su conciencia. Cabe el "diálogo dialogal" pero no el dialéctico, cabe el diálogo intra-cultural e intra-religioso, pero ya no desde posiciones de superioridad, antigüedad, número o pretendida posesión de la verdad, porque ésta no la puede "poseer" nadie. La participan millones de seres desde realidades diversas.

La clave de esa Conferencia era la explosión demográfica, el hambre de cerca de dos mil millones de seres, el deterioro del planeta, la biodiversidad, la contaminación, los residuos tóxicos y radioactivos, la deforestación, la pérdida de tierra vegetal, la fabricación de armamentos y su venta impuesta a países del tercer mundo a cambio de sus materias primas, el neocolonialismo salvaje del Norte sobre el Sur, la falta de agua potable para más de mil millones de seres, las veinticinco guerras que siguen en curso sostenidas por intereses foráneos y que nos olvidamos de que existen y se cobran vidas humanas porque no son "noticia" ya que no aparecen en los medios de comunicación controlados, en origen, por tres poderosas Agencias del primer mundo.

Ese era el tema clave de la reunión y a eso debieron dedicarse los líderes políticos, intelectuales y espirituales del mundo entero. Tenían, en conciencia, que haber sensibilizado a la opinión pública sobre los derechos de la mujer conculcados hasta límites de segregación por una sociedad machista que se atreve a hablar en nombre de "dios" (así, con minúscula) para perpetuar esa marginación. Sobre los derechos de los niños a vivir una vida digna y no ser "hijos de la injusticia". Sobre los derechos de las personas mayores a vivir la plenitud de sus días en paz y con sus necesidades cubiertas por la familia, por la sociedad y por el Estado.

De esa Conferencia tenía que haber salido la condena de la pena de muerte, de la tortura, y de la discriminación racial, sexual o social en todos los países signatarios de la Carta de la ONU que se comprometieron a respetar y hacer cumplir los Derechos del Hombre. Mientras la pena de muerte no sea erradicada de las legislaciones de los pueblos, mientras las guerras no sean consideradas como algo monstruoso e inadmisible, mientras no haya una campaña para transformar la producción de "armas en arados" -así no se perderían puestos de trabajo-, estaremos arando en la mar y sembrando en el viento.

Ya nada nos puede ser extraño. Somos interdependientes sea cual sea nuestra peculiaridad, diversidad u origen. Todos los seres humanos formamos una gran familia y nos podemos considerar ciudadanos del mundo. Respiramos el mismo aire, asumimos los mismos alimentos --aunque en cantidades injustamente distintas-, nos vestimos con los productos de la tierra, nos expresamos sentimientos con la misma fuerza y, finalmente, nos acogerá a todos la misma tierra. Nadie se va a quedar aquí: ni hombre, ni mujer, ni pueblo, ni nación, ni estado.

Desde nuestra dimensión de ONG para el Desarrollo alzamos nuestra voz para exigir justicia desde una radical libertad, para proclamar la paz y para extender nuestras manos a aquellos que nos necesiten y ofrecer nuestras capacidades para cooperar en esos proyectos de Solidaridad que nos competen. Basta de gritar en el desierto. Es la hora de la acción, aquí, ahí, a la vuelta de la esquina. Y todos estamos llamados a aportar nuestra ayuda por humilde que sea.

José Carlos Gª Fajardo