Carta del Presidente (1997)

La esperanza no es de futuro, sino de lo invisible. Al cabo de diez años, proseguimos nuestro caminar en la certeza de que es más lo que nos aguarda que lo que ya hemos incorporado a nuestra historia personal y colectiva. Se trata de una realidad aunque no podamos verla todavía. Ya se nos irá revelando a medida que respondamos a su llamada. Los voluntarios sociales nunca son enviados sino que, en cada instante, actualizan su voluntad de servicio porque se saben relacionados con la comunidad. Nunca aislados, sino en una sociedad poblada.

Como en un cuaderno de bitácora, el lector amigo encontrará en las páginas que siguen una breve reseña de nuestras actividades en el pasado año. Nos han servido para verificar el rumbo de cada singladura, para corregirlo cuando fue necesario y para despertar auroras, conscientes de que cada amanecer nos deparaba un quehacer inédito. Nunca se puede repetir nada, más que en apariencia.

En Solidarios hemos hecho camino en los campos que nos son más propios: la educación y la salud. Formación de los voluntarios sociales en función de los servicios en los que desempeñan sus tareas. La salud, que no es ausencia de enfermedad sino un estado de bienestar que afecta a la persona como un derecho inherente a su dignidad. Por eso se relaciona con las demás personas y seres vivos. Sería impensable cualquier actividad ecológica para restaurar la armonía sin la experiencia de saberse tierra que camina.

Esta experiencia de gozo y de juego, de saberse necesario e inserto en el ritmo de la creación, hace que sea bueno en sí todo cuanto hace un ser libre en el despliegue de su realidad personal. El justo no pretende hacer cosas buenas, sino que bueno es lo que hace el justo. Por justo se entiende aquel que se ha puesto en camino y se sabe camino. Se ahí que la gratuidad y la donación de sí son dos aspectos de la misma realidad: la actitud que nace de un corazón a la escucha, de una experiencia de eternidad en cada gesto y en cada silencio, en cada palabra y en cada lágrima.

Esta "memoria" es más bien un "recuerdo", porque, al volver a "pasarlo por el corazón", nos libera de la ansiedad y nos proyecta en una mañana que ya está en nosotros. Esa es la tensión sosegada y la maduración serena. Ese es el sentido de un vivir en positivo.

Los voluntarios sociales no pretenden cambiar el mundo, ni sustituir unos sistemas o modelos por otros. La revolución se les ha colado como agua en un cesto o como arena entre los dedos. No quieren seguir arando en la mar ni se avienen a trazar surcos en el cielo. Asumen su condición de rebeldes ante cualquier orden impuesto por la fuerza ya que vulnera la justicia. Ante la violencia se rebelan porque ésta siempre es una violación de la dignidad.

Nos alzamos ante la explotación de unos pueblos por otros, de unos seres por otros, de unas tradiciones culturales o concepciones de la vida sobre otras. Nadie es más que nadie ni superior o inferior a nadie. No hay unos pueblos "desarrollados" ni otros "en vías de desarrollo". Esto es una falacia perversa. Existen unas sociedades industrializadas y otros pueblos que se sostienen en otras concepciones de la vida con sus correspondientes formas y expresiones. Es falso presentar el modelo de desarrollo de los países industrializados como un paradigma imprescindible para la maduración y expansión de otros pueblos. No todo crecimiento económico es sinónimo de bienestar para la mayoría de la población. Menos aún cuando este crecimiento se hace a costa de las materias primas y de la mano de obra barata o forzada de los pueblos empobrecidos del Sur. Si hay que llamar a las cosas por su nombre es preciso denunciar una situación en los sistemas económicos trasnacionales y globalizados que ocasionan el empobrecimiento, la falta de salud y de acceso a la cultura de tres quintas partes de la humanidad. A este precio, no es justa, por inhumana, la transacción.

La solidaridad nace de una experiencia de soledad poblada y es la respuesta que interpela a toda desigualdad injusta. Vivir es transformarnos, al hacernos uno con todo lo que existe. Ya no es preciso optar por nadie ni alzarse contra nadie: las olas nos encontrarán en la roca o en la arena de la playa. Con el poeta hay que gritar "Cuando las aguas anunciaban el derrumbe del muro, puso al hombro contra la piedra para cubrir la retirada".

De ahí que, en Solidarios, sostengamos que son torpes los criterios de valoración de proyectos por la cantidad en las cifras de la cooperación y de pretender valorar una actividad por el número de sus proyectos o de un "balance" de resultados. La actitud de las organizaciones humanitarias define su naturaleza. En estos momentos, en el seno de muchas ONGs, se corre un serio peligro de implicarnos en proyectos de desarrollo con los criterios de un modelo inhumano que ya ha superado los parámetros de la injusticia. Colaborar en un sistema injusto es aumentar la injusticia. El orden económico propio del socialismo real o del capitalismo salvaje, que anima el neoliberalismo del pensamiento único, son violaciones flagrantes de la dignidad humana. Por eso, son recusables y se impone la insumisión y la rebeldía de la solidaridad y de la entrega en una búsqueda consciente de una sociedad nueva donde la paz sea tan natural como el aire para el vuelo. En algunas asociaciones se podría estar creando un nuevo tipo de cooperante ajeno al voluntariado social y sin práctica alguna de la acción solidaria. Estamos multiplicando ofertas de "masters", graduaciones y titulaciones para hacer carrera en el mundo de la cooperación. Si ese es el destino del voluntariado social en la cooperación, mejor sería devolver al Estado la responsabilidad de las relaciones económicas, culturales y sanitarias internacionales.

Entonces, los coluntarios sociales trabajaremos para conseguir una acción política más justa y solidaria que no haga necesaria la actuación de los "yuppies" de la cooperación.

Algo comienza a oler mal cuando miles de millones de pesetas de los presupuestos del Estado tienen que ser manejados por organizaciones que dependen de esas subvenciones para su subsistencia: carecen de voluntariado y de servicios concretos a la comunidad que está a la vuelta de la esquina. El mismo 0,7% dejaría de ser necesario cuando hubiese una relación justa entre los pueblos. Al igual que desaparecería la necesidad de ayuda cuando se cancelase la deuda externa y se dejara de vender armas. Pero como los problemas no sólo son económicos sino existenciales y que afectan a la concepción de la vida, no se pueden resolver solamente con medidas económicas. La libertad está sólo en el mercado.

De las organizaciones originarias, estamos a punto de convertirnos en "agencias paraestatales" que se distribuyen cuotas de poder. Ya pululan postulantes a pseudo funcionarios de la cooperación, cada vez más en las redes del aparato oficial de turno. Al cooperante en proyectos humanitarios lo legitima su pasión por la justicia, y su profesionalidad es la que le facilita su tarea.

Si es necesario, habrá que empezar de nuevo. No perdamos el fervor de la primera entrega.

En Solidarios, nos conocemos por nuestros nombres, no somos anónimos ni nos califican sólo los expedientes académicos. Como tantos otros, nos sabemos en el camino y a las gentes les decimos: "Permítete caminar a tu lado porque tú y yo somos del mismo pueblo".

José Carlos Gª Fajardo, presidente y fundador