Década solidaria

El mundo camina hacia la revolución más importante de la humanidad. El trastorno no quedará sólo constreñido a lo tecnológico, sino que afectará al orden social, al sistema de gobierno, a la naturaleza del trabajo y de la familia".
Con estas palabras, el Rector de la Universidad Complutense abría los Cursos de verano. Solidarios celebra el décimo aniversario de aquella decisión tomada por un grupo de alumnos de Periodismo de responder a la pregunta: ¿Y nosotros qué podemos hacer?
Muchas veces me han preguntado sobre el origen de nuestra asociación. Fue al salir de una de mis clases en la que explicaba la terrible injusticia de ese veinte por ciento de la humanidad que dispone del ochenta por ciento de los recursos. Les había hablado del modelo de desarrollo que exige que miles de millones de seres humanos sean explotados para que veinticinco países industrializados mantengan su nivel de bienestar. Todavía no habían aparecido los Informes del PNUD y, en nuestras clases nos preguntábamos por las causas de tanto dolor, de tanta injusticia e inhumanidad que silenciaba las causas al considerar los efectos como simples objetos de un asistencialismo que perpetuaba la dependencia e institucionalizaba la injusticia.
Junto a la protesta, buscábamos propuestas alternativas viables, endógenas y sostenibles, pero desde la dimensión del Sur. Estábamos en el Norte pero nos sabíamos Sur. Acordamos reunirnos cada lunes, a la hora del almuerzo, en un Seminario que se denominó Solidaridad. Desde el primer momento nos exigimos formación adecuada y servicio concreto. Cada uno se comprometió a dar dos horas de su tiempo a la semana para trabajar como voluntario social. Nos proclamamos aconfesionales y apolíticos.
Sin saberlo, formulamos las condiciones de un auténtico voluntariado: gratuidad, continuidad, trabajar en lo que más nos gustase, integrarnos en un proyecto dentro de una organización y respetar a las personas y a los pueblos con los que nos encontrásemos. Ni proselitismo, ni voluntarismo, ni sectarismo, ni amateurismo. Se trataba de aprender a ser solidarios como respuesta personal ante cualquier desigualdad injusta.
Ser voluntario social era tomar partido y asumir la causa de los débiles, de los pobres, de los sin voz, de los sin techo de este mundo. La causa de la mujer y de los niños, de los ancianos y de los inmigrantes, de los que no eran nadie a los ojos del mundo. Descubríamos que formaban parte de nuestro yo más rico: nos descubrimos como el tú de quienes nos interpelaban con sus gritos de silencio, con sus manos callosas y con su mirar profundo. Ellos eran los sujetos de una relación interpersonal presidida por la reciprocidad.
No íbamos a cambiar a nadie, sino a transformarnos nosotros mismos. Nadie nos enviaba, sino que nos sabíamos llamados. Tratábamos de comprender el mundo con sus contradicciones acercándonos con los pies descalzos a la tierra de los hombres. Para luchar juntos por una humanidad más justa y solidaria, por una sociedad que se atreviese a llamar a las cosas por su nombre y denunciar al ladrón y al explotador, al hipócrita y al tirano. Planteamos, desde el principio, la necesidad de la revolución a la que los conservadores y los instalados tienen tanto miedo. Pero no hay revolución sin una rebelión personal y auténtica que nos lleve a asumir el desafío en la lucha por el cambio de las estructuras de injusticia. Sólo con nuestro silencio ya seríamos cómplices, por eso nos echamos a los caminos con el corazón a la escucha y los brazos abiertos.
Hoy no es hora de balances. ¿Incomprensiones? Las previstas, y algunas más. ¿Satisfacciones? Todas, hasta sentirnos desbordados en una respuesta impresionante de millares de personas en tantas ciudades de España y en tantos países de América y de África. No hay tiempo para el reproche ni para el lamento, pero sí para la celebración al contemplar a las nuevas generaciones que ya han tomado la responsabilidad del desarrollo de Solidarios. Pasado el testigo, queda la alegría del servicio a los demás en el lugar que más convenga. Rafael Puyol terminaba su alocución con estas palabras que hacemos nuestras: "Sólo nos pertenece el mundo cuando lo comprendemos"... y asumimos nuestra parte de responsabilidad.

José Carlos Gª Fajardo