El placer de compartir

Alcanzado el número 50 del cuaderno de bitácora que recoge nuestras singladuras, no hay tiempo para el balance sino para asumir las etapas que se suceden felizmente. En Solidarios, no nos preocupan los problemas ya que los vemos como desafíos que, si están bien planteados, traen consigo la solución. Si no, no serían problemas sino quimeras. Es como las preguntas que, si son sensatas, contienen las respuestas.

Nunca nos preocuparon las grandes cifras ni en proyectos, ni en presupuestos ni en socios: nos hemos ocupado del servicio a los más pobres de nuestra sociedad, a los marginados por el sistema y por los fanatismos, a los explotados del mundo por un modelo de desarrollo nefasto que lleva en su seno la injusticia que siempre pagan los más débiles. A pesar de que, para mantener su nivel de confort, de despilfarro y de contaminación, los enriquecidos países del Norte precisan en más de un 70% las materias primas de los empobrecidos pueblos del Sur. Pagadas a los precios que imponen los sucesores de las potencias colonizadoras a través de las compañías transnacionales transformadas en testaferros y apoyadas en líderes corruptos cuyas cuentas engrosan en los paraísos fiscales. No es extraño el nombre: paraíso es el mito de la edad de oro que los socialistas proyectaban en el futuro, los conservadores situaban en el pasado y los adalides de la globalización y del pensamiento único en los beneficios rápidos por la convicción de que el fin de su enriquecimiento justifica cualquier medio, aún el de arruinar a otros pueblos y destruir el medio ambiente que nos sostiene. Estos demiurgos caminan borrachos de poder por la ruta de los dinosaurios: después de ellos, el desierto.

Para nosotros ha regido la máxima de que "cuanto mejor, más" en lugar de la perversa de que "cuanto más, mejor". No es la cantidad sino el modo y el estilo que configuran nuestro talante. Se trataba de despertar en la sociedad civil las energías vigorizadoras de un voluntariado social capaz de tomar partido por los más vulnerables de nuestro entorno. Hacer nuestros sus problemas, adecuar nuestro paso a su caminar, ser su voz para denunciar las injusticias de los sistemas que oprimen envueltos en la verborrea de los fariseos de turno. Se trataba de buscar propuestas alternativas, solidarias, endógenas y sostenibles. Asumimos la utopía como el reto de lo que no existe todavía pero que brotará al conjuro de firmes voluntades sostenidas por inteligencias responsables. Caímos en la cuenta de que el famoso "tercer ojo" del Oriente y de los teólogos medievales no estaba fuera de nosotros si no en lo más profundo de nuestra condición humana y cósmica.

Nos pusimos en camino, haciendo algún alto para encender un fuego para acoger a los demás sin esperar nada a cambio y reparar fuerzas para enfilar hacia Itaca y Tombuctú que siempre llaman aunque no se alcancen.

José Carlos Gª Fajardo