Erradicar la pobreza

Cuando hablo a universitarios, a profesionales o a padres de familia les doy datos contrastados sobre este paradigma de la injusticia que preside las relaciones Norte Sur y se asombran cuando afirmo mi optimismo ante el futuro basado en una esperanza cierta y no en la confusión de mis deseos con la realidad.

Es un hecho que, a partir de la crisis de 1973, reaparecieron los problemas de la pobreza, el paro, la miseria y la inestabilidad, que en la década dorada de los 60' parecían haberse eliminado en los países ricos del Norte. Narra el profesor Hobsbawm que incluso los países más desarrollados tuvieron que acostumbrarse de nuevo a la visión cotidiana de mendigos en las calles, así como al espectáculo de las personas sin hogar refugiándose en los soportales al abrigo de cajas de cartón. "En una noche cualquiera de 1993, en la ciudad de Nueva York, veintitrés mil personas durmieron en la calle o en albergues públicos". En Inglaterra, cuatrocientas mil personas fueron calificadas oficialmente como "personas sin hogar" en 1989.

En países como Estados Unidos, Suiza o Australia, el 20 por 100 de los hogares del sector más rico disfrutan de una renta media diez veces superior a las del 20 por 100 del sector más bajo. En Filipinas, Malasia, Perú, o Venezuela el sector alto obtiene casi un tercio de la renta total del país. Por no hablar de Guatemala o México donde obtiene cerca del 40 por 100. El colmo de la desigualdad se da en Brasil donde el 20 por 100 del sector bajo de la población se reparte el 2,5 de la renta de la nación mientras que el 20 por 100 del sector alto disfruta de casi dos tercios de la misma, mientras que el 10 por 100 superior se apropia de la mitad de la renta.

Estos datos, hay que ponerlos junto a los repetidos por Butros Galli de que el 80 por 100 de las riquezas del planeta se encuentran en manos del 18,7 de la población mundial mientras más de mil millones de personas padecen pobreza absoluta y cerca de dos mil millones no tienen acceso a cuidados sanitarios primarios ni a escolarización y sobreviven en el umbral de la pobreza hacen que nos estremezcamos al saber que en el mundo se producen alimentos suficientes para toda la población si estuvieran adecuadamente repartidos.

Las cifras están contrastadas por los más importantes organismos mundiales: desde la OMS, a la UNESCO, desde UNICEF a la FAO, desde el Banco Mundial al Fondo Monetario Internacional. Lo que falla es el sistema, las estructuras de injusticia que presiden los modelos de desarrollo que se han implantado en el mundo y que están regidos por intereses transnacionales asentados en paraísos fiscales para los cuales no existe el concepto de estado, de nación o de pueblo sino es como objetivo de sus especulaciones.

Ya no se trata de una guerra entre naciones, ni siquiera de bloques. La locura ha hecho saltar dispositivos de seguridad que siempre han permitido a las comunidades adaptarse al medio y obtener los recursos para su subsistencia y progreso. El empobrecimiento de la mayor parte de los pueblos del Sur a pesar de sus riquezas naturales, migraciones que amenazan la estabilidad de muchas sociedades, guerras promovidas por intereses foráneos para dar salida a excedentes de producción y la venta indiscriminada de armas a estos pueblos sometidos a un neocolonialismo son parte de este síndrome de locura en una economía cada vez más mundializada.

Aquí se apoya la esperanza de una revolución solidaria que ponga a la justicia como fundamento de la paz y promueva la convivencia entre los pueblos. La revolución informática, el desarrollo de las comunicaciones, el poder compartir la información que sostenía el poder, nos han hecho testigos oculares de los crímenes que se cometen y ya se escuchan gritos de protesta.

El auge del voluntariado social es uno de los síntomas de una transformación que se gesta ante la locura que conduciría a un caos sin sentido. Se puede engañar a unos pocos durante un tiempo pero no a todos indefinidamente. Los datos de la ciencia, la experiencia compartida de los pueblos, el creciente diálogo intracultural, están felizmente en esta órbita. Los modelos de desarrollo y el mito del progreso ha llegado a un punto de saturación que no tiene retorno. Ya no es tiempo de reformas parciales sino de una revolución a escala de hombre pero de dimensiones planetarias.
La lucha por la erradicación de la pobreza hay que contemplarla en esta nueva perspectiva y así se abre el alma a una esperanza fundamentada en la realidad.

José Carlos Gª Fajardo