Lo único urgente es compartir

Es norma de Solidarios no fomentar la limosna sino luchar por una justicia social que impida que haya personas que no tengan lo necesario para vivir con dignidad. Hacer lo posible para acabar con las cuatro clases de pobres que ofenden a la naturaleza humana: los que no tienen que comer, los que no tienen acceso a la educación, los que ni saben que son pobres y los que ni siquiera saben que son seres humanos dignos de respeto. Y cuando no podamos más, alzarnos en rebeldía porque cualquiera de esas formas de pobreza nos concierne personalmente, como si se tratara de nuestros padres, de hijos o de cualquiera de nuestros amigos y seres más queridos.
Es una obligación ética, por encima de cualquier legislación existente, luchar contra la injusticia social que permite apoderarse de los bienes de la naturaleza, acaparar el esfuerzo físico e intelectual de las personas, forzar a los niños a trabajos impropios de su edad u olvidar el derecho primordial de los ancianos a una existencia digna, con independencia de que hayan cotizado o no a la seguridad social. El derecho a vivir y a morir con dignidad es una prioridad absoluta que está por encima de cualquier otro derecho como el de la propiedad privada o el de obediencia debida a las leyes y a las autoridades establecidas.
Si sólo pudieran ejercer derechos los que producen o han producido caeríamos en la aberración de que los niños, los enfermos crónicos, los incurables, los terminales, los deficientes o los incapacitados severos físicos o psíquicos tendrían que ser eliminados por no ser rentables. Una monstruosidad propia de regímenes tiránicos contra los que el derecho de resistencia se convierte en deber inexcusable para cualquier ser humano.
La propiedad, los beneficios, los derechos adquiridos, las patentes, la patria o la nación, la honra o la confesión religiosa ceden ante derechos fundamentales como la vida, la libertad y el derecho a la búsqueda de la felicidad.
Las cosas no fueron creadas ni surgieron para ser acaparadas por unas personas determinadas en virtud de acuerdos políticos o sociales. Los bienes naturales, los intelectuales, los científicos y los económicos fruto del trabajo de algunos han de ser compartidos por quienes los necesiten. Y si alguien teme que peligre el entramado sociopolítico y económico, habrá que modificarlo pues la única legitimación de todo poder reside en el servicio a la comunidad.
Una noche de invierno, hace años, una compañera se llevó de mi mesa un vaso de café que yo había preparado contra el frío. No dije nada cuando me explicó que había un hombre tirado en la calle muerto de frío. Pude haber objetado que no era misión de nuestra ONG el asistencialismo que podría crear dependencia. Cada noche calentábamos café con leche, preparábamos unos termos y salíamos a acompañar a unos seres, hasta entonces invisibles para nosotros, que se guarecían en los quicios de los portales. Nos preguntamos por su situación, acudimos a las autoridades municipales, alertamos a los medios de comunicación pero seguimos saliendo cada noche a llevar un poco de alimento y de afecto a aquellas personas que padecían en la oscuridad de nuestra opulencia. Centenares de voluntarios fueron uniéndose en Madrid, Granada, Sevilla y otras ciudades.
Hemos influido y cooperamos con las autoridades municipales y con otras organizaciones para ayudar a resolver este problema. Si aquella noche de invierno, yo hubiera puesto alguna lógica objeción a esa nueva dimensión de nuestro servicio social, hoy no se habría desarrollado esa actividad que mueve más de diez toneladas de alimentos al año y que lleva ayuda y afecto a muchas personas.
Cuando hace dos años se declaró la crisis económica en Argentina, conocíamos las causas de injusticia social, de políticos y de empresarios deshonestos que llevaban a la ruina a aquel riquísimo país. Nos sumamos a la denuncia pero bastó la llamada de los voluntarios de Solidarios en Corrientes: “¡Casi se están muriendo de hambre por las calles¡”
Organizamos catorce comedores con “Ollas populares” en donde se prepara la comida diaria para 4000 ancianos y 1500 niños. Nuestros voluntarios se han unido a los de otras organizaciones y a los servicios del ayuntamiento en una acción de solidaridad admirable. Nosotros les enviamos el dinero que conseguimos con venta de libros, conciertos, ayuda de amigos y rifas como la que hoy os proponemos.
Sí, ya sabemos que no somos más que una gota de agua ante el océano, pero sin esta gota de agua el océano se sentiría más pobre.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en Noviembre/Diciembre de 2003.