Morir del corazón en el Sur

No hace más de veinte años se afirmaba que las enfermedades cardíacas eran propias de los países industrializados y que no afectaban tanto a los pueblos empobrecidos del Sur. Este dogma ha caído por tierra ante los datos de la Federación Mundial de Cardiología, que ha alertado a la OMS( Organización Mundial de Salud) para combatir estas enfermedades que se incrementan de manera galopante.
En 1998, las cardiopatías han sido responsables de 10 millones de muertos en los países del Sur contra 6 millones en los industrializados del Norte sociológico.
El Profesor Edmond Betrand, de las facultades de medicina de Abidjan y de Marsella, consultor de la OMS, es el autor de un profundo estudio sobre el tema con preocupantes tendencias epidemiológicas. Mientras que disminuye la mortalidad general (por incremento de la esperanza de vida), aumenta la mortalidad por enfermedades cardíacas hasta el punto de alcanzar el 1° ó 2° puesto entre los adultos, superando, en muchos casos, las infectocon-tagiosas como la tuberculosis o el SIDA.
En los países empobrecidos se están yuxtaponiendo las enfermedades propias del subdesarrollo y las del desarrollo, incrementando la mortalidad, las hospitalizaciones prolongadas y las incapacitaciones permanentes en los adultos, así como la falta de escolarización en los niños que resultan más afectados en África que en Europa.
Entre las enfermedades ligadas a la pobreza, las denominadas reumáticas (causadas por un microorganismo, el estreptococo) alcanzan el 40% en el conjunto de las cardiopatías y hasta un terrible 70% en los niños. También las debidas a la anemia y a la mala nutrición.
Entre las propias de los países desarrollados, como la hipertensión arterial, afectan a un 25% de la población y a un 40% de las personas mayores de 50 años. Las hemorragias cerebrales son más frecuentes entre los africanos que entre los europeos, mientras que el infarto de miocardio está en plena expansión.
Los epidemiólogos explican esta evolución de las cardiopatías por una transición demográfica (la esperanza media de vida ha pasado de 41 años a 64 en estos países), por una sociológica (urbanización mal controlada en la que las condiciones de vida son más nocivas que en el medio rural originario) y por una transición económica desordenada (la adopción de un sistema de vida y de alimentación occidental). Mientras que en los países ricos esas enfermedades están más controladas, en los pobres se incrementan a la par que los factores de riesgo: disminución de la actividad física, alimentación más rica en sodio y en grasas y menos rica en frutas y legumbres. El tabaquismo se ha incrementado en más de un 40% así como el consumo de alcohol.
Algo inimaginable es la creciente obesidad que puede coexistir con una mala nutrición. Se habla de un "gen ecónomo" que acumularía reservas en tiempos de alimentación insuficiente y que persistiría a pesar de mejorarse la dieta. Otro factor de riesgo es la diabetes que incrementa el riesgo vascular.
Ante esta especie de plaga, la OMS recomienda la prevención, aparte de los tratamientos médicos y las intervenciones quirúrgicas donde sea posible. La educación sanitaria se encuentra con obstáculos serios debido a la prioridad que se está dando a las enfermedades infecciosas y al SIDA; a la orientación de los escasos recursos hacia el diagnóstico y el tratamiento, así como al conflicto con intereses económicos surgidos de la promoción incesante del consumo del tabaco y del alcohol que no eran propios de la mayoría de
las culturas africanas.
Solidarios, en su apuesta por la Salud y la Educación, se ha unido a quienes han asumido el desafío porque las enfermedades cardíacas pesan cada vez más sobre la salud pública de los países africanos en los que la realidad ha reemplazado al dogma que reinaba hasta ahora: "Los pobres no mueren del corazón sino de hambre, la hipertensión, como las depresiones debidas al estrés, son patrimonio de los ricos". Los hechos demuestran que no es así y que los males se pueden incrementar con un choque de culturas que parte de la imposición y del desarraigo, en lugar del dinámico mestizaje cultural.

José Carlos Gª Fajardo