Para qué sirven las embajadas

Esto es lo que se preguntan muchos voluntarios sociales y cooperantes que participan en proyectos de ayuda a los pueblos de países empobrecidos del Sur.
La distinción es fundamental porque, después, los naturales de esos países nos acogen y comparten la búsqueda de alternativas para sus tremendos problemas económicos y sociales.
No pocas veces, los representantes de ONGD padecen en sus propias carnes la actitud de muchos funcionarios del servicio exterior ante trámites como un visado, una información sobre los transportes más adecuados de las mercancías que tenemos que enviar o la lógica exención de tasas en las aduanas para aquellos productos donados en la ejecución de proyectos de cooperación: frigoríficos, medicamentos, material sanitario o agropecuario, material de enseñanza, libros o maquinaria. No digamos ya cuando pides ayuda acerca de alojamiento que no sea en hoteles de lujo o en zonas turísticas.
Los cooperantes y los voluntarios sociales no pedimos ningún trato de favor. Lo que pedimos es un poco de coherencia y que no nos traten como a eventuales turistas. Hace poco padecí en mis propias carnes el ser metido tras las rejas de Inmigración en un querido país, y no de retención en el aeropuerto como dijeron los periódicos, porque la paranoia de algunos policías no les permitía entender que podemos ser solidarios sin tener por qué asumir todos los aspectos de su ordenamiento sociopolítico. Si eso equivale a ser tratado como desestabilizador del régimen, que lo digan abiertamente y sabremos cómo actuar. Pero refugiarse en el tipo de visado e inventarse sobre la marcha uno que no conocían ni los propios representantes diplomáticos de España, media un trecho.
Así sucede con no pocas representaciones diplomáticas de muchos países que solicitan ayuda al nuestro. Sería un reportaje del mayor interés periodístico para emitir por prensa, radio y televisión el narrar con todo rigor cómo viven los embajadores en Europa de una gran parte de los países del Tercer Mundo. En qué zonas residenciales se encuentran sus casas, y no sólo las sedes de sus embajadas. Qué tipos de coches utilizan en sus desplazamientos, en qué emplean sus jornadas que se suponen al servicio de los intereses de los pueblos que financian sus desmesurados gastos, en qué clubs de élite se reúnen o juegan al golf.
Baste decir que muchos responsables de ONGD españolas hemos desistido de acudir cuando nos invitan a una recepción. Nos produce rubor movernos por la Moraleja, por Puerta de Hierro y otras zonas residenciales siendo servidos por el mismo batallón de siempre de camareros ya vistos.
Hay que decir que la inmensa mayoría de los embajadores y representantes diplomáticos de los países del Sur que solicitan nuestra ayuda jamás se han molestado en visitarnos en las sedes de nuestras Organizaciones para saber qué hacemos, cómo lo hacemos y cuales son las posibilidades de una cooperación inteligente y eficaz. Esto no es serio: a estas alturas no se concibe una "embajada" como una canonjía en pago de lo servicios prestados o del nepotismo más descarado.
Qué distinta la disposición y la acogida en la mayoría de las representaciones españolas. No en todas, pero, cuando un funcionario olvida su condición y que está al servicio de los intereses del Estado español y a la correcta disposición de los ciudadanos españoles, pues se le hace saber con toda la educación y firmeza necesarias a quien proceda.
Este año sabático en mis actividades docentes en la universidad me está llevando a más de veinte países de Africa, además de los normales viajes a Latinoamérica en el desarrollo de mi tarea como responsable de Solidarios. Puedo hablar con conocimiento de una experiencia contrastada en más de diez años de voluntariado al servicio de los marginados y de los más pobres del mundo. Nosotros no vamos de turismo solidario. Por eso entendemos que es hora de alzar nuestra voz para agradecer toda la ayuda que nos prestan nuestros representantes en el extranjero y afirmar que es deber nuestro el mantenerlos regularmente informados de nuestras actividades y no en situaciones de emergencia cuando se extravía un pasaporte o nos sucede una desgracia. No es de recibo el "ir por libre", por muy "no gubernamental" que se sea, y acudir luego a la hora veinticinco. Hoy nuestros funcionarios en el exterior ya han asumido la radical transformación de sus funciones en la era de la informática y de la revolución de las comunicaciones. Ahí también habría que evaluar la gestión por los resultados no sólo en el servicio de la cosa pública sino en la sensibilización de una realidad emergente que supera las fronteras de un mundo en mutación.
Si a alguien molestan estas reflexiones recuerden que "arrojar la cara importa que el espejo no hay por qué".

José Carlos Gª Fajardo