Personas del camino

"Somos palmiche y seremos palma", nos escribían con entusiasmo nuestros Voluntarios cubanos al proponernos la palma real como símbolo para su emblema. Acaban de enviarnos de Guatemala la ceiba espléndida y orlada. Así se van extendiendo los árboles, cuyos ramajes prestan cobijo, por los dieciséis países de América y de Africa en donde trabajan Voluntarios y Cooperantes de nuestra Asociación.

En nuestro escudo campea la encina. Cada uno se sabe bellota que contiene una encina.Quien sabe ver el cosmos en una gota de rocío es capaz de servir a los demás con alegría. No aspiramos a cosas más altas que nosotros ni nuestro corazón es codicioso. Tampoco nos arredran las dificultades ni nos impresionan los grandes según los criterios al uso. Sabemos que nos gobiernan estructuras de injusticia, con pueblos y hombres que explotan a otros. Hemos llegado hasta el umbral de la utopía, porque más allá está el caos y, más acá, está una muerte en vida.

Hacemos nuestro el dolor de los marginados porque lo compartimos in solidum. Ser solidario es hacer propias las miserias y las necesidades ajenas. No nos sentimos enviados por nadie sino llamados e interpelados por los pobres de la tierra "con los cuales queremos nuestra suerte echar".

No pretendemos tener virtud alguna porque bueno es lo que hace el justo:la persona que se pone en camino con las manos abiertas y el corazón a la escucha.
La necesidad de la ley es por los que no ven su necesidad. En una sociedad justa no habría leyes: ella es su propia ley. De ahí nuestra nostalgia por una revolución que alcance sus objetivos: eliminar la causa que la provoca. Las personas solidarias abominan del capitalismo salvaje como de una forma de explotación equiparable a las dictaduras del comunismo de Estado o de los fascismos irracionales que alientan nacionalismos excluyentes, racismo inhumanos y quimeras enraizadas en el odio cuyo fruto es el sufrimiento. La democracia es una forma de vida más que un sistema de gobierno.

Un rumor recorre el mundo y una brisa nos alienta en una sociedad contaminada. A la decepción no ha sucedido la desesperanza, sino un espíritu de reforma en las instituciones caducas y en los sistemas obsoletos.

Ni el viejo orden que promueve un consumismo alienante ni el fracasado sistema que hace de las personas instrumentos satisfacen a los jóvenes que escrutan los signos de los tiempos y avizoran un amanecer anunciado por la negrura de la noche.

El tiempo fuerte que nos ha tocado la fortuna de vivir anuncia la dicha de sabernos en el umbral de una nueva era. Los grandes compases que abocetan la historia nos hablan de un mañana que está en nosotros y de un quehacer que aflora el sentido de nuestro vivir como personas y como pueblos en marcha que buscan sus señas de identidad en las raíces de la realidad.

Nace un nuevo lenguaje y sólo los necios se empeñan en pisar el acelerador con la mirada en el retrovisor. Si balbuceamos es porque queremos expresarnos. A una juventud que miraba hacia atrás con ira, y a la que llamaron rebeldes sin causa, le han sucedido unos rebeldes con causa pero sin objetivos. Es esa búsqueda del rostro originario lo que apunta en tantos signos que nos permiten hablar de esperanza y de solidaridad lo que nos ha movido a ponernos en marcha. De nuevo volverán a ser conocidos como "las personas del camino".

Ya no buscamos respuestas, sino plantear bien las preguntas para que no nos las cambien de nuevo. Si es cierto que Dios nace en cada persona que se entrega a los demás, estamos aprendiendo a distinguir lo urgente de lo importante y unir nuestro esfuerzo al grito de los sin voz prestándoles nuestras manos para descubrir que el reino está en nosotros.

José Carlos Gª Fajardo