Riesgos en la cooperación

Muchas asociaciones humanitarias han dirigido sus esfuerzos a remediar necesidades vitales: campos de refugiados, multitudes hambrientas y víctimas de las guerras. Pero nos negamos a ser cómplices de los vendedores de armas.

Nunca se habían alimentado tantas guerras entre los pueblos del Sur. Desde 1945, ninguna guerra tuvo lugar en los territorios de los países industrializados. En acciones militares han perecido una media de tres mil personas diarias, la mayoría civiles. Las víctimas de las minas antipersonales, así como las terribles consecuencias de las armas químicas, ensayadas en Vietnam, Corea, Kurdistán y en otros lugares de pacificación forzada, sobrepasan las pesadillas más grandes. Más de 35 millones de personas visten uniformes militares y se arman sin cesar. En el África subsahariana, por cada 12 uniformes militares, hay una bata blanca de sanitario, que no de médico.

Los voluntarios sociales no pretenden cambiar al mundo, sino plantear soluciones alternativas. Ante la violencia se rebelan porque siempre es una violación de la dignidad y de la justicia.

Es preciso alzarse ante la explotación de unos pueblos por otros, de unos seres por otros, de unas tradiciones culturales sobre otras. No hay unos pueblos "desarrollados" y otros "en vías de desarrollo". Es falso presentar el modelo de desarrollo de los países industrializados como un paradigma imprescindible para otros pueblos. No todo crecimiento económico es sinónimo de bienestar para la mayoría de la población. Menos aún cuando este crecimiento se hace a costa de las materias primas y de la mano de obra barata de los pueblos empobrecidos del Sur. Es preciso denunciar unos sistemas económicos transnacionales y globalizados que ocasionan el empobrecimiento, la falta de salud y de acceso a la cultura de tres quintas partes de la humanidad.

La solidaridad es la respuesta a una desigualdad injusta. En el seno de muchas ONG corremos el riesgo de colaborar en proyectos de desarrollo con criterios propios de un modelo injusto. Cooperar con un sistema injusto es aumentar la injusticia al convertirnos en cómplices de sus estructuras.

Se está creando un nuevo tipo de cooperante ajeno al voluntario social y sin práctica de la acción solidaria. Se multiplican ofertas de titulaciones para hacer carrera en el mundo de la cooperación. Si ese es el destino del voluntariado social, mejor es trabajar para conseguir una acción política más justa y solidaria que haga innecesaria la actuación de estos nuevos yuppies de la cooperación. Al cooperante en proyectos humanitarios lo legitima su pasión por la justicia, y su profesionalidad facilita su tarea. Si es necesario, habrá que empezar de nuevo. Estamos perdiendo el fervor de la primera entrega.

Junto a auténticos cooperantes con una profesionalidad probada y una entrega sin límites a la causa de la justicia, existen en el mercado ofertas de “masters” para gestores de ONG que suponen un gasto de millones de pesetas. Existen puestos de “coordinador de proyectos” en países del Sur que perciben más de cuatrocientas mil pesetas al mes que les lleva a un despliegue de “necesidades” que desconciertan a los “cooperados”. Las asociaciones humanitarias corremos el riesgo de convertirnos en salida laboral para un mercado mal planteado. Lo más preocupante es que muchos candidatos a cooperantes pretenden esos puestos con un curriculum en el que, demasiadas veces, no aparece ni una experiencia de servicio a la comunidad marginada aquí, a la vuelta de la esquina. Dar la voz de alarma no es denunciar a nadie sino asumir la parte de responsabilidad que a cada uno nos corresponde.

José Carlos Gª Fajardo