Budismo: Experiencia y sabiduría
El budismo enseña que el camino a la Verdad es un viaje hacia el interior
de uno mismo; todos poseemos la naturaleza de Buda en lo más profundo, y
el sentido de la vida consiste en despertar a la auténtica realidad. Señala A. Shearer que el género humano es único en cuanto a su capacidad de infelicidad. Es como si nos hubieran herido con una flecha envenenada pero, antes de aceptar ayuda, nos debatimos razonando sobre quién la ha disparado, en qué dirección vino y de qué material está hecha. La actitud budista es arrancarse inmediatamente la flecha. Buda advertía a sus oyentes de que no aceptasen sus palabras ciegamente sino que las contrastase con la ineludible experiencia personal. Conocida es su expresión “Venid y vedlo por vosotros mismos”, que los maestros Zen transformarán en “¿Cómo te voy a contar el sabor de una taza de té?”. Se trata de una revolución de la consciencia al trascender el sentido individual del yo. El despertar significa plenitud, felicidad y gozo. Su mensaje se recoge en el Dhammapada: “Las enseñanzas que conducen a la paz y no a las pasiones, al despego y no al egoísmo, a la frugalidad y no a la avidez, a la satisfacción y no a la insatisfacción, a la soledad y no a la multitud, a la alegría de hacer el bien y no el mal, son las que nos permiten afirmar con certeza”. Sidharta Gautama vivió en una época en la que, en el espacio de un siglo, serían contemporáneos (coetáneos) Lao- Tsé y Confucio, en China; Heráclito, Pitágoras y Sócrates, en Grecia; Zoroastro, en Persia; el profeta jaín Mahavira, en India y los grandes profetas de Israel, separados entre sí por millares de kilómetros y surgidos en culturas diferentes. Su padre rodeó al príncipe de todos los lujos sin permitirle salir del palacio. Pero un día, Sidharta salió y vio pasar a un anciano encorvado, después a un enfermo y, finalmente, vio un cadáver envuelto en un sudario. Regresaba al palacio cuando descubrió a un sadhu, santón errante, con la serena expresión de su rostro y tomó la determinación de abandonar la vida que llevaba y acompañar a los santones en su búsqueda de la Verdad que permanece. Abandonó el palacio con Channa, cortó sus cabellos y cambió sus vestidos por los de un mendigo a quien regaló el caballo y, durante siete años, practicó la meditación en la aspereza del ascetismo. Pero no encontró la felicidad y abandonó a los ascetas después de haber oído a un pescador que recomendaba a su hijo, refiriéndose a las cuerdas del laúd "Ni tan tenso que se rompa ni tan flojo que no suene". Se retiró a los jardines de Bodh Gaya, y se sentó bajo una higuera a meditar hasta que alcanzase la iluminación. Así permaneció durante cuarenta y nueve días hasta que el 8 de diciembre, cuando Venus brillaba en el firmamento, alcanzó la iluminación, o budheidad, y exclamó “Todos los seres son Budha”. Comprendió que todos están iluminados pero que no son conscientes de ello por vivir atados a los apegos. Buda enseñab el camino, dharma, estableciendo comunidades de monjes, shanga, y viviendo la compasión por todos los seres. No escribió nada. Sus enseñanzas se recogieron en los aforismos del Dhammapada. Surgieron varias escuelas: el Theravada, o “Doctrina de los Ancianos” que se extendió a Ceilán, Birmania y Tailandia y el Mahayana o "Gran vehículo" que se extendió por Tíbet, China y Japón. La enseñanza de Buda fue enunciada en el Parque de los ciervos de Sarnath, cerca de Benarés, en el discurso sobre "Las cuatro nobles verdades": del sufrimiento, de la causa del sufrimiento, del fin del sufrimiento y de la óctuple senda. Aunque Buda jamás negó la felicidad que pueden ofrecer el amor, el trabajo, la familia y la amistad, su realismo descubre que toda experiencia es insatisfactoria porque no perdura. Para Buda la causa de nuestra penuria radica en la ignorancia o percepción equivocada de la realidad y llama a trascender este sentido de existencia aislada y descubrir la libertad y felicidad del nirvana. En el “Sermón de las flores”, cuando le preguntaron por la naturaleza del nirvana, cogió una flor y permaneció en silencio. Sólo su discípulo Ananda sonrió, y Buda le entregó el manto, el cuenco y el bastón. Cuando le preguntaron por la causa de la alegría de sus discípulos, respondió: “No se arrepienten de su pasado, ni se obsesionan con el futuro. Viven en el presente y por eso están radiantes de felicidad”. |
José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 09/10/2009