El
budismo enseña que el camino a la Verdad es un viaje hacia el interior
de uno mismo; todos poseemos la naturaleza de Buda en lo más profundo
y el sentido de la vida consiste en despertar a la auténtica realidad.
Señala A. Shearer que el género humano es único en
cuanto a su capacidad de infelicidad. Es como si nos hubieran herido con
una flecha envenenada pero, antes de aceptar ayuda, nos debatimos razonando
sobre quién la ha disparado, en qué dirección vino
y de qué material está hecha. La actitud budista es arrancarse
inmediatamente la flecha. Aceptamos las limitaciones y adversidades como
algo consubstancial a la vida mientras nos enajenamos buscando satisfacciones
en el trabajo, las relaciones sociales o en los sentidos. Es como un preso
que pintase de purpurina los barrotes de su celda, pero sigue privado de
libertad.
De acuerdo con el budismo, vivimos dominados por el sufrimiento y urge encontrar
una solución, porque si no reconocemos este hecho y encontramos la
causa, no seremos capaces de reconocer nuestro derecho a ser felices en
armonía con los demás seres.
Buda jamás admitió tener ningún don especial, ni inspiración
divina o ser enviado de Dios para fundar religión alguna, nos legó
una doctrina basada en conocimientos científicos cuyas fuentes ignoramos.
De hecho, advertía a sus oyentes de que no aceptasen sus palabras
ciegamente sino que las contrastase con la ineludible experiencia personal.
Conocida es su expresión "Venid y vedlo por vosotros mismos"
que los maestros Zen transformarán en "¿Cómo te
voy a contar el sabor de una taza de té?". Se trata de una revolución
de la consciencia al trascender el sentido individual del yo. Este cambio
radical en la percepción es la única curación del sufrimiento
que padecemos y que causamos a los demás. El despertar significa
plenitud, felicidad y gozo.
Su mensaje se recoge en el Dhammapada "Las enseñanzas que conducen
a la paz y no a las pasiones, al despego y no al egoísmo, a la frugalidad
y no a la avidez, a la satisfacción y no a la insatisfacción,
a la soledad y no a la multitud, a la alegría de hacer el bien y
no el mal, son las que nos permiten afirmar con certeza."
Sidharta Gautama nació hacia el 560 a. C. en una región fronteriza
entre India y Nepal. Su padre era rey del clan de los sakyas, de donde le
vendría el sobrenombre de Sakyamuni. Aunque personaje histórico,
su infancia se ha mitificado y nos ha llegado envuelta en leyendas, como
las de los demás fundadores de religiones. Vivió en una época
en la que, en el espacio de un siglo, serían contemporáneos
Lao- Tsé y Confucio, en China; Heráclito, Pitágoras
y Sócrates, en Grecia; Zoroastro, en Persia; el profeta jaín
Mahavira, en India y de los grandes profetas de Israel, separados entre
sí por millares de kilómetros y surgidos en culturas diferentes.
Su padre rodeó al príncipe de todos los lujos sin permitirle
salir del palacio. Se casó a los dieciséis años y tuvo
un hijo al que llamó Rahula. Pero un día, Sidharta salió
y vio pasar a un anciano encorvado, después a un enfermo y, finalmente,
vio un cadáver envuelto en un sudario. A sus preguntas, respondió
su fiel Channa "Es la vida, mi señor". Profundamente impresionado,
regresaba al palacio cuando descubrió a un <i>sadhu</i>,
santón errante, con la serena expresión de su rostro y tomó
la determinación de abandonar la vida que llevaba y acompañar
a los santones en su búsqueda de la Verdad que permanece.
Abandonó el palacio con Channa, cortó sus cabellos y cambió
sus vestidos por los de un mendigo a quien regaló el caballo y, durante
siete años, practicó la meditación en la aspereza del
ascetismo.
Pero no encontró la felicidad y abandonó a los ascetas después
de haber oído a un pescador que recomendaba a su hijo, refiriéndose
a las cuerdas del laúd "Ni tan tenso que se rompa ni tan flojo
que no suene".
Se retiró a los jardines de Bodh Gaya, y se sentó bajo una
higuera a meditar hasta que alcanzase la iluminación. Así
permaneció durante cuarenta y nueve días hasta que el 8 de
diciembre, cuando Venus brillaba en el firmamento, alcanzó la iluminación,
o budheidad, y exclamó "Todos los seres son Budha". Comprendió
que todos están iluminados pero que no son conscientes de ello por
vivir atados a los apegos.
Budha, o "el plenamente consciente", tenía 35 años
cuando tuvo lugar su nirvana y hasta su muerte, a los ochenta años,
viajó por el noreste de la India enseñando el camino, dharma,
estableciendo comunidades de monjes, shanga, y viviendo la compasión
por todos los seres.
Antes de morir, reunió a sus monjes y les rogó que no se afligieran
porque la "decadencia es inherente a todas las cosas compuestas"
y les urgió para "que fueran diligentes para alcanzar su despertar".
Buda enseñaba el dharma a todo aquel que encontraba sin importarle
su estado o condición social, hombre o mujer, rechazaba el sistema
de las castas.
Cuando le preguntaban por los dioses o por la vida después de la
muerte les remitía a sus propias experiencias, advirtiéndoles
de que no aceptasen doctrinas porque las propusiera una autoridad o las
avalase la costumbre.
"El bienaventurado Gautama enseña el dharma utilizando
un sistema que escapa al razonamiento y que se basa en la práctica".
Buda no escribió nada. Sus enseñanzas se recogieron en los
aforismos del Dhammapada. Surgieron varias escuelas: el Theravada,
o "Doctrina de los Ancianos" que se extendió a Ceilán,
Birmania y Tailandia y el Mahayana o "Gran vehículo" que
se extendió por Tíbet, China y Japón.
La enseñanza de Buda fue enunciada en el Parque de los ciervos de
Sarnath, cerca de Benarés, en el discurso sobre "Las cuatro
nobles verdades": del sufrimiento, de la causa del sufrimiento, del
fin del sufrimiento y de la óctuple senda.
La vida es sufrimiento porque nada permanece y nos aterra morir. Aunque
Buda jamás negó la felicidad que pueden ofrecer el amor, el
trabajo, la familia y la amistad, su realismo descubre que toda experiencia
es insatisfactoria porque no perdura.
Para Buda la causa de nuestra penuria radica en la ignorancia o percepción
equivocada de la realidad y llama a trascender este sentido de existencia
aislada y descubrir la libertad y felicidad del nirvana. Una mente clarificada
por la meditación ve las cosas como son en realidad.
En el "Sermón de las flores", cuando le preguntaron por
la naturaleza del nirvana, cogió una flor y permaneció en
silencio. Sólo su discípulo Ananda sonrió, y Buda le
entregó el manto, el cuenco y el bastón.
Cuando le preguntaron por la causa de la alegría de sus discípulos,
respondió "No se arrepienten de su pasado, ni se obsesionan
con el futuro. Viven en el presente y por eso están radiantes de
felicidad".
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