El enigma de los megalitos

Existe un antiguo mito en Indonesia, recogido por Frazer, que puede ayudarnos a comprender el enigma de los monumentos megalíticos construidos por los primeros agricultores de Europa. En el principio, cuando el cielo estaba muy cerca de la tierra, los dioses otorgaron sus dones a la pareja primordial haciendo que estos descendieran colgados de una cuerda. Un día, les enviaron una piedra pero los antepasados la rechazaron. Después, hicieron descender una banana que acogieron con júbilo. Entonces, se oyó la voz del Cielo “Por haber preferido la banana, vuestra vida será como la vida de este fruto, perecedera. Si hubierais elegido la piedra, vuestra vida sería inmutable e inmortal”.

El descubrimiento de la agricultura había hecho cambiar radicalmente la concepción de la vida humana, que se revela frágil y efímera como la de las plantas. El hombre comparte el ciclo de la vegetación: nacimiento, vida, muerte y renacimiento. Se fecunda a la madre tierra penetrándola profundamente para depositar en su seno la semilla.

Las creencias neolíticas florecieron entre el 8.000 y el 3.000 a. C., a partir de la revolución originada por la domesticación de animales y plantas, la invención de la cerámica y el progresivo sedentarismo. Incluían un centro de referencia en la sacralidad de la naturaleza, el ciclo de las estaciones y la diosa Madre Tierra. En las nueve civilizaciones neolíticas reconocidas, destaca el culto a los antepasados, los ritos de fertilidad, enterramientos rituales, divinidades del hogar, monumentos megalíticos y el arte rupestre.

Existen tres tipos de estructuras megalíticas: 1) el menhir (del bajo bretón men = piedra, e hir = largo) un gran bloque alargado de piedra colocado verticalmente en el suelo (el de Locmariaquer medía 20 metros de altura); 2) el cromlech (de crom = círculo, y lech = lugar) varios menhires dispuestos en círculo (impresiona el de Stonehenge, cerca de Salisbury) o en alineaciones paralelas, como el de Carnac, en Bretaña, compuesto de 2.935 menhires; 3) el dolmen (dol = mesa, y men = piedra), una gran losa sostenida por bloques verticales que estaban cubiertos por un túmulo dando el aspecto de cámara mortuoria que contenían hasta cien cadáveres. Sólo en Europa se han contado unas 50.000 estructuras megalíticas.

Ansia de inmortalidad

Mircea interpreta los grandiosos monumentos megalíticos como una respuesta al mito indonesio: si nuestra vida es como la de los cereales, a través de la muerte se alcanza la fortaleza y la perennidad. Se regresa a la tierra para compartir el destino de las semillas, que se pudren y renacen; pero los muertos son místicamente asociados a los bloques de piedra y se hacen indestructibles como las rocas.

El culto megalítico a los muertos parece implicar la fe en la supervivencia del espíritu así como la confianza en el poder de los antepasados que nos pueden proteger durante nuestro camino. El concepto de los antepasados luchando al lado de los vivos es fundamental para comprender las concepciones existenciales de la mayor parte de las culturas. En las grandes religiones se ha camuflado, de una u otra forma, pero se mantiene con la supuesta mediación de los santos y de los espíritus buenos que luchan con los demonios; en una inútil pretensión de superar el enigma del bien y del mal. En los cultos animistas es universal el trato familiar con los antepasados; también en las grandes tradiciones de Oriente. Entre judíos, cristianos y mahometanos es fácil seguir esa relación para ayudar a los espíritus a superar las penas de las diversas concepciones de purgatorios.

El culto megalítico de los muertos implicaba ceremonias (procesiones, danzas,) ofrendas (alimentos, bebidas, fuego), sacrificios ofrecidos en las inmediaciones y banquetes rituales en las tumbas. Algunos menhires se erigieron separados de las sepulturas lo que permite suponer que fueran “sustitutivos del cuerpo” a los que se incorporaban las almas. Como dice H. Kirchner “un sustitutivo en piedra venía a ser un cuerpo para la eternidad”.

Símbolo fálico

El significado sexual de los menhires está universalmente atestiguado así como el falo está representado en la estela de piedra. La creencia en los poderes fertilizantes de los menhires todavía permanece viva en las tradiciones y en el folklore de muchos pueblos de Europa. En algunas regiones de Francia, las mujeres jóvenes, para tener hijos robustos, practican el “deslizamiento” a lo largo de una roca o la “fricción” sobre monolitos, o frotando el vientre contra determinadas rocas. No pocas leyendas y tradiciones de fuentes salutíferas para la fertilidad juegan con creencias paganas muy arcaicas. En algunas regiones, sobre todo cerca de las ruinas, fuentes y rocas poderosas, algunos vivos han aprovechado para ayudar a la madre naturaleza y al poder de los espíritus, prestando su colaboración desinteresada en el proceso fecundante. En otros casos, conocemos la eficacia fertilizante de pasar algunas noches en lugares con efluvios alucinógenos o sencillamente relajantes. Sin contar el poderoso efecto de ciertas especies de soma administradas por clérigos saludables. Y ya en nuestra cultura clerical, entusiasta del celibato, conocemos la larga tradición d’os sobriños do cura. La mitología de diversas creencias nos muestra un arsenal de benévolos dioses encarnados en pastores de eficacia engendradora. El simbolismo fálico del menhir es semejante a la cultura del lingham en India y en otros lugares del sudeste asiático. El lingham que se pasea en procesión y preside la iconografía de sus templos. Pero el sentido primigenio era la transmutación de los antepasados en piedras que se plasmaban en la erección de un menhir “sustitutivo” del cuerpo. En la estructura de estelas y monolitos se integraba un elemento esencial del muerto que podía ser su esqueleto, sus cenizas o su pene. Todavía en algunos lugares se entierra el pene del enemigo después de haberse comido ritualmente sus testículos. (Innecesario recordar a los toreros que envían a su mozo de estoques al desolladero para procurarse las criadillas del astado bravo y noble para cenárselas en revuelto de huevos). Así, el muerto “animaba” la piedra que hacía del menhir o de los sepulcros megalíticos “depósitos inagotables de vitalidad y de potencia”. En lenguaje del mito indonesio, los muertos integrados en la estructura de las piedras se convertían en señores de la fecundidad y de la prosperidad al apropiarse, a la vez, de la piedra y de la banana/pene. Los hombres se han interrogado acerca del significado de los alineamientos de Carnac o de los gigantescos trilitos de Stonehenge. Impresiona la pericia técnica para manipular bloques de 300 toneladas y alzar sobre ellos losas de otras 100 toneladas. Parece ser que esa cultura megalítica, que desde hace más de 10.000 años se extiende desde el Mediterráneo hasta Suecia, arranca de un centro situado en Los Millares, Almería. La roca, la losa, el bloque de granito hablan de la duración infinita, de la permanencia, de un modo de existir independiente del devenir temporal. En el Paleolítico, los cazadores nómadas bastante tenían con sobrevivir. En el Neolítico, los sedentarios ya se preocupan por la supervivencia más allá de la muerte. Al igual que las pirámides y túmulos precoloniales en América, así como en Medio Oriente, estas estructuras pueden estar relacionadas con las divinidades solares y astronómicas, es decir, con las observaciones astronómicas, sobre todo en los solsticios (20 de junio y 21 de diciembre) y equinocios (20 de marzo y 22 de septiembre), para regular la agricultura. La influencia de la luna en la naturaleza y en los seres vivos, animales y seres humanos, fue descubierta en los albores de la hominización, y está relacionada con los ciclos que pudieran señalar algunas construcciones megalíticas.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en Diario 16 como parte de la Serie 'Creencias' el 10/02/2000