El Zen, una actitud existencial

En China se inventó el papel, la brújula, la pólvora, el té, la seda, la porcelana; es la cuna de seres únicos como Lao-Tsé y Chuang-Tzú, poetas Tang, como Li Po y Tu-Fu; paisajistas de la pintura Sung, Wang-Wei y Wu Tao-Tzú; o esa explosión armoniosa contenida en la porcelana Ming.

Es la patria del arte del Bushi-do "para detener la flecha en el aire", de donde proceden "caminos" (Do) de la mano, Judo; de la espada, Kendo; del arco, Kyudo; de todo el cuerpo, Aikido. Todo arranca del Jiu-jitsu o arte de aprovechar la fuerza del contrario, para restablecer la armonía cuyo equilibrio se ha visto amenazado que después inspiraría el Taekwondo.

Así como la ceremonia del té, Chado y la sinfonía de la danza Tai-Chi-Chuang, no se pueden expresar con palabras. "¿Cómo te voy a explicar el sabor de una taza de té?"; té de colores sepia, ámbar, rojo o negro, con sabor a humedad, a humo, a bayas o a magnolias. El té que degustaban "El anfitrión, el huésped y el crisantemo... sin decir palabra" ¿Qué habrían de decir si el colmo de la amistad es estar juntos en silencio?

"Desde hace poco conozco una profunda quietud. Mi espíritu no se inquieta por nada del mundo. La brisa que viene del bosque de pinos. Hace volar mi bufanda. La luna de la montaña brilla sobre el arpa. ¿Me preguntáis la razón del éxito o fracaso? La canción del pescador se hunde en el río", escribía Wang-Wei.

En Occidente, se construyen palacios y templos macizos y cerrados, para afirmar la fijeza y enraizarse como la piedra; en Oriente, los templos y los palacios tienen la ligereza del cerezo y del bambú y son abiertos para gozar de la naturaleza hasta el punto de que no se podría determinar donde terminan los pabellones y comienzan los jardines, para expresar la entrega al fluir de las mutaciones. Nada permanece, todo fluye y todo pasa, como refleja el I Ching.

El gran poeta del siglo XVII, Basho, padre de los haikú de 17 sílabas, subraya el gusto chino por plantar flores sobre el agua para afirmar su gusto por lo impermanente. El haikú es como un relámpago que ilumina la realidad, como si penetrara hasta el fondo de las cosas; ese relámpago entre dos oscuridades que queda aprehendido como signo de un paso. Como aquellos "pasos" de la pastora Marcela que recuerda el Quijote: "Contemplar... el cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera." No pensar, dejar de lado palabras y conceptos.

"Los ánades no pretenden dejar su reflejo, ni el agua piensa recibir su imagen".

Emblemático de la sabiduría oriental es el loto que necesita hundir sus raíces en el cieno, extiende sus hojas sobre el agua para subir y descender al ritmo de las mareas y abre sus flores al sol sin permitir una mota de polvo sobre sus pétalos. Así el discípulo camina en la senda de la sabiduría con los pies firmemente apoyados en el suelo pero sin que el polvo le impida ver la luna reflejada sobre el agua del estanque. Los monos, como los ignorantes, se quedan mirando el dedo que les señala la luna o pretenden coger la imagen reflejada sobre la superficie del lago.

Una de las más ricas aportaciones de Oriente a la sabiduría universal es el Zendo, el Camino del Zen. Educa para estar plenamente en lo que se hace: "Pasar el río sin mojarse los pies significa hacer las cosas sin ser prisionero de ellas", aconseja Liang Chieh. Es una manera de ver el mundo y de vivir estando aquí y ahora, trascendiendo la propia personalidad y las ataduras del ego, como se apaga una luz para mirar a través de los cristales.

"Mañana" no es una realidad, sino una hipótesis; "ayer" tampoco existe, si acaso memoria que puede activar el recuerdo (pasar otra vez por el corazón); tan sólo son reales "aquí" y "ahora". No hay mañana, y hoy puede ser siempre, todavía.

El discípulo, cuando tiene hambre, come; cuando tiene sed, bebe; cuando tiene sueño, duerme; cuando está cansado, se sienta. El Maestro Zen, cuando come, come; cuando bebe, bebe; cuando duerme, duerme; cuando descansa, descansa. Como Miguel de Unamuno apuntó, las cosas fueron primero, su para qué, después.

Al despertar y adquirir la mentalidad Zen, se exclama "¡Qué maravilla, qué misterioso! Llevo leña, subo agua". Y, en otro lugar, "Sentado tranquilamente, la primavera viene, la hierba crece".

Po-Chu-I, un poeta tang, explica el comportamiento adecuado a través de la sabiduría natural de los pinos:

"En otoño susurran un canto sedante, en verano esparcen fresca sombra, en primavera, la suave lluvia crepuscular llena sus agujas de perlas pequeñas y brillantes, al acabar el año, pesada nieve adorna sus ramas con jade inmaculado. Porque saben derivar de cada estación. Un encanto particular. No tienen par entre los árboles"

El Zen se originó en China, hacia el siglo VI, al encuentro del budismo Mahayana, originario de India, con el Taoísmo. Se tradujeron las obras budistas al chino, su implantación duró unos tres siglos y dio lugar al Ch’ang que corresponde al concepto sánscrito de Dhyana, contemplación. Los signos chinos para nombrarlo significan "a solas con el Cielo". Siglos más tarde, al llegar a Japón con el patriarca Dogen, los mismos signos o kanyis se pronunciarán Zen. Después de años de peregrinar por monasterios de China, practicando el Zen, resumió lo que había aprendido "Los ojos son horizontales, la nariz es recta".

El fundador del Zen en China es el legendario Bodhidarma, representado con ojos saltones, de tanto mantenerlos abiertos para no dormirse durante la meditación.

El Zen no es ni una religión ni una filosofía, es una actitud existencial de concentración en lo que está pasando, y de asombro ante las cosas corrientes de la vida. Por medio de la meditación, con la postura correcta y la respiración adecuada, se alcanza la experiencia del despertar, o satori. Si pensar en nada, dejando circular los pensamientos "como las nubes que acarician la montaña". Sin acogerlos ni rechazarlos, dejarlos ir. El satori es la percepción inmediata de la realidad, que ilumina la naturaleza de las cosas y supera todo dualismo. Es la realización de la visión advaita, no dualista aportada por India.

Todas las cosas son unidad "empty oneness", unidad vacía.

La meditación ni cierra ni atrofia los sentidos sino que los agudiza y hace más sutiles y delicados. Pero, una vez más, el que sabe no habla, el que habla no sabe.

"Espacio abierto, nada de sagrado", respondió Bodhidarma al emperador a quien censuró por buscar el mérito de las acciones.

Las cosas son como son... e mais nada.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en Diario 16 como parte de la Serie 'Creencias' el 27/11/2000