Derechos sociales, derechos de todos

Lo único que puede hacer aquí un hombre es encontrar algo que sea suyo. Y lo que pertenece a todos los seres humanos, por el mero hecho de serlo, son los derechos humanos. Políticos y sociales. Todos.
No bastan estos o aquellos para dar apariencia de democracia, sino todos. No existe poder en la tierra con potestad para concederlos. Todo lo más que pueden hacer los poderes políticos es reconocerlos, como se hace en las Cartas Magnas. Pero, aunque no lo hicieran, y como de hecho sucede cada día en tantos lugares del mundo, industrializados y empobrecidos, cuando los conculcan, no hay que esperar orden de mando alguno: es preciso arrebatarlos y ejercerlos.
Es unánime la doctrina jurídica de que, ante la tiranía, la opresión de las castas, de los militares o de las oligarquías financieras no sólo es lícito rebelarse y matar al tirano sino que se convierte en un deber ético cuando padecen los débiles.
Vivimos enajenados por la falacia de que las cosas no son hasta que las dictan los poderes dominantes. No hay que esperar ley ni permiso alguno para ejercer los derechos fundamentales, como el derecho a la vida, a la libertad y a la
búsqueda de felicidad, con todos los derechos sociales que de estas premisas se derivan: al trabajo, a la salud, a la cultura, a una vivienda digna, a la libertad de pensamiento y a su expresión por cualquier medio, a la asociación, a la diversidad y, en suma, a la participación en la cosa pública como suma de todos los derechos políticos.
Pero como denuncia el premio Nóbel, José Saramago, es preciso inventar gente mejor que se sepa ciudadano antes que nada y no permitir que nadie nos engañe. El escritor denuncia la incompatibilidad total entre la globalización económica y los derechos sociales. No duda en calificar a la primera como una nueva forma de totalitarismo contra la que es preciso rebelarse, como en su día nos alzamos contra los campos de concentración, los Auswich y los Gulag, contra la esclavitud y la marginación, contra la exclusión y la explotación de los seres humanos por los poderes dominantes.
El problema central es el problema del poder. Antes era reconocible; ahora no porque el poder efectivo lo tienen las multinacionales que lo han arrebatado a los políticos.
Y si antes podían alzarse contra los poderes tiránicos, fueran reyes o militares, castas sacerdotales u oligarquías, hoy se nos ha ido de las manos en el difusa pero omnipotente magma de las corporaciones económico financieras.
Silenciar lo defectos no hace sino potenciar las causas. Pero no todo está perdido. Si el eslabón perdido entre el mono y el ser humano somos nosotros, es posible rebelarse porque las derrotas, como las victorias nunca son definitivas. Y Saramago propone la revolución de la bondad activa que acelere la llegada del hombre y de la mujer nuevas. Porque hoy, como nunca anteriormente, es posible la destruccion de la humanidad y del medio que la sustenta.
El siglo XXI será el siglo de los derechos sociales porque se va a decidir el destino de la humanidad. Y a esta rebelión y conquista todos estamos convocados porque no va en ellas la vida y la supervivencia. Pero sólo es admisible una vida digna como expresión de una sociedad en la que prime la justicia y la ética por encima de los intereses y de la fuerza.

José Carlos Gª Fajardo