“Para quien no sabe adónde va, nunca hay viento favorable”
(Petrarca)
Es preciso recuperar nuestras señas de identidad a fin de que
nada extraño pueda sucedernos fuera de lo que nos pertenece desde
largo tiempo, como sugería Rilke. Desde nuestra realidad de pueblos
iberoamericanos, con un acervo cultural e histórico, debemos afrontar
el desafío de la revolución informática y de las
comunicaciones para acomodar nuestro paso sin perder ni el talante ni
los talentos acumulados. Pero sin temor ni miedo porque, como Don Quijote,
cada uno de nosotros puede decir “Yo sé quien soy” y contribuir
a transformar la realidad con la impronta de decisiones que surjan de
una inteligencia responsable.
Es un hecho el advenimiento de la aldea global. Los medios de comunicación
y las nuevas tecnologías nos acercan facilitando el intercambio
de información y la posibilidad real de compartir los saberes entre
toda la humanidad. Pero este logro positivo y lleno de posibilidades corre
peligro de desvirtuarse por la apropiación abusiva que están
haciendo los grandes intereses económicos y financieros. Lo mismo
había sucedido con la revolución industrial y con las conquistas
de la técnica. No hay que amilanarse, pero es preciso conocer su
dinámica para mejor servirnos de ellos en beneficio de todos los
seres y de nuestro entorno.
Algunas de las características de la llamada globalización
o mundialización son: la apertura de los flujos de capital sin
restricciones, la debilidad del Estado frente a los poderes económicos
y una mayor desigualdad entre países y sectores sociales. No puede
ser bueno porque padecen los más débiles y hasta peligra
el Estado o las formas de organización supranacionales. Y los débiles
precisan de instituciones que los defiendan de los poderosos y los ayuden
para que puedan ayudarse a sí mismos.
El triunfalismo neoliberal de los años 90 ha demostrado estar vacío
porque ha producido el enriquecimiento de unos pocos y la miseria de miles
de millones de seres.
Por otra parte, la protección de los derechos humanos, la gestión
del medio ambiente o el mantenimiento de la paz afectan a la comunidad
internacional y ésta debe manejarlos de forma coordinada.
La nueva era nos presenta desafíos ante los cuales debemos buscar
propuestas alternativas. Que no haya protesta sin propuesta viable y sostenible.
Es preciso inventar el futuro para humanizar el presente. No hay que aferrarse
al pasado sino para aprender de su enseñanza y asumir el reto del
futuro con toda su carga de posibilidades inéditas.
Estamos viviendo un cambio que nos lleva de la sociedad industrial a la
sociedad de la información. Es preciso sustituir la "sociedad
de consumo" por la "sociedad del compartir", la sociedad
de "la seguridad a toda costa" por la de la solidaridad como
alternativa a una desigualdad injusta. El futuro ya llegó pero
sus signos se nos escapan porque desconocemos sus códigos. Viajamos
con el pie en el acelerador pero la mirada en el retrovisor. Vivimos una
mutación de la que apenas somos conscientes.
Las oportunidades son inmensas, pues la confluencia entre una política
solidaria en cada sociedad nacional y en el plano internacional, puede
ser fundamental para conseguir una política económica más
justa.
Una visión progresista y solidaria debe encontrar las fórmulas
más sostenibles para la sociedad emergente. La auténtica
materia prima es la capacidad de inventar el futuro. Debemos prepararnos
para asumir este desafío superando los condicionamientos de una
sociedad que educa para la pasividad, el despilfarro, el irremedismo y
el consumismo alienante y despersonalizador.
Pero siempre es posible la esperanza, que no es de futuro sino de lo invisible.
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