La Carta de la Tierra
La
Cumbre sobre la Tierra, celebrada en Río de Janeiro, en 1992, enfrentó
a los países industrializados del Norte sociológico con
los pueblos empobrecidos del Sur imposibilitando un acuerdo para la preservación
del medio ambiente. Lo más que alcanzaron fue distribuir en cuotas
la capacidad de contaminación en base al funesto principio de que
"el que contamina paga". Nadie ignora que para las empresas
más contaminantes resulta más barato pagar una multa que
introducir los factores correctores de sus emisiones de productos letales
para el medio ambiente que nos sostiene. En estos momentos, después
del fracaso de la nueva Cumbre celebrada en Otawa con los mismos fines,
se asiste al escándalo de enviados oficiosos de los países
más contaminadores intentando comprar a los países pobres
sus "cuotas de contaminación" a cambio de nuevos préstamos
o bajo la amenaza de exigirles sus deudas o de suspender los envíos
de repuestos para las maquinarias que les habían vendido. En toda
África, así como en Latinoamérica y en Asia, se está
viviendo este fraude que ataca por donde más duele: la negativa
a aceptar la importación de los productos básicos del sur
mediante la exigencia de cláusulas de calidad, de origen y de sanidad
imposibles de cumplir sin ayuda y tiempo. Ante la decepción por la negativa de EEUU y los países más poderosos de la tierra, como China, Rusia, India y muchos más, a suscribir los compromisos de la Cumbre de Río, un grupo de participantes siguieron la iniciativa del antiguo primer ministro de los Países Bajos, Rudd Lubbers, de redactar una Carta sobre los derechos de la Tierra. Así nació la ONG "El Consejo de la Tierra" para buscar "un cuadro ético y moral universal que guíe a los pueblos y a las naciones en sus relaciones con el medio ambiente así como entre ellos mismos". El texto busca "el respeto a la Tierra y a toda forma de vida", "tratar la vida con comprensión, amor y compasión", "construir sociedades que mantengan una coexistencia pacífica, libre, justa, sostenible y basada en la participación", para "asegurar la belleza de la Tierra y la abundancia de sus riquezas para las generaciones presentes y futuras". Fruto del trabajo durante ocho años con más de 100.000 personas en 50 países, esta Carta de la Tierra es el resultado de la cooperación entre la sociedad civil y las organizaciones no gubernamentales que reclaman su derecho a participar en la preservación del medio ambiente que no puede quedar en las manos de los políticos, de los economistas, ni tan siquiera en las de los gobiernos. Este documento será presentado a todos los Estados miembros de la Naciones Unidas en el año 2002 para que la ONU la adopte formalmente como Declaración Universal a fin de poder convertirla en una Convención de obligado cumplimiento para los signatarios de la misma. Sabido es que las Declaraciones sobre los derechos del hombre, de la mujer, de los niños y hasta de los animales son incumplidas en muchos países sin el menor rubor y sin consecuencias políticas ni sanciones económicas con tal de preservar las relaciones privilegiadas con los poderosos de este mundo. Ahí están los ejemplos de Rusia, China, Turquía, India, Afganistán, Brasil, México y tantos otros países como los mismos EEUU que lideran el nuevo orden. El 14 de marzo de 2000, se presentó en París la Carta de la Tierra para lanzar la campaña mundial de divulgación y de sensibilización de la opinión pública y obligar a los gobiernos a asumir las responsabilidades inherentes a este desafío en el que nos va la supervivencia de la vida en el planeta. Al ritmo de "desarrollo" que se promueve con el modelo imperante en el Norte, la capa de ozono no resistirá la presión de la contaminación. Como le sucede a los mares, a las limitadas reservas de agua potable, a los bosques que desaparecen cada día por millares de hectáreas ante la devastación impune de empresarios sin conciencia. La deforestación de la Amazonía es un grito ante el silencio culpable del mundo que mira para otra parte como sucede en los magníficos bosques del Africa tropical. Es imposible circular por las carreteras de África sin encontrarse con interminables hileras de camiones que transportan las venas de las tierras africanas, uno de los mayores pulmones del planeta. La Unión Europea está gastando ingentes cantidades de dinero para conseguir que los gobiernos africanos detengan esta sangría que los europeos no supimos detener en nuestras tierras. Es impresionante el cinismo de exigir a otros pueblos que controlen las reservas del planeta mientras nosotros contaminamos con nuestros vehículos e industrias millones de veces más que estos pueblos empobrecidos que venden sus bosques para convertirlos en papel, muebles y objetos que el norte dice necesitar. Ya nadie puede llamarse a engaño: si fuera cierto que los llamados "países en vías de desarrollo" tuvieran proporcionalmente los mismos vehículos, industrias, neveras y consumo de papel que tenemos en los países industrializados, la capa de ozono y los casquetes polares no resistirían veinte años. La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra y, como dicen los Masai, ésta no es un regalo que los padres hacen a los hijos sino un préstamo que estos hicieron a sus padres para que la administrasen y protegiesen con respeto. Hace cien años, el Jefe Seattle anunció "acaba la vida y comienza la supervivencia". Ojalá los medios de comunicación y toda la sociedad civil se ponga en pie para reclamar el derecho a la vida y el respeto al medio ambiente que proclama la Carta de la Tierra. |
José
Carlos Gª Fajardo