Los inmigrantes quieren ser globalizados
Suelo decir en mis clases que los inmigrantes son personas
muy educadas que nos devuelven las visitas que los europeos les hemos hecho
durante quinientos años. El camino ya lo conocen: les basta con rehacer
el de los conquistadores, evangelizadores y colonizadores que ocuparon y
explotaron sus tierras, los desarraigaron de sus tradiciones y creencias
y los sometieron bajo el mito de las tres Ces que invocara el rey Leopoldo
II de Bélgica y que hizo suya la Conferencia de Berlín de
1885: “civilización, cristianización y comercio”. Pero la inmigración es un fenómeno sociológico que ejercita un derecho fundamental, pues “las cosas no son de su dueño sino del que las necesita”, como me enseñó una campesina del Chocó, en Colombia. Que necesite ser regulada por los países de acogida y por los de partida, no concede a nadie patente de corso ni prepotencia ni conmiseración o abuso. Cuenta Eduardo Galeano en Patas arriba, La escuela del mundo al revés, que “Alicia, después de visitar el país de las maravillas, se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana”, o a la pantalla del televisor. Globalización perversa Este es uno de los resultados de la perversa gestión de la globalización
que, en sí, no es buena ni mala: es una consecuencia del desarrollo
de las tecnologías que nos han hecho un mundo más abarcable Inmigración y globalización La globalización nos ofrece estas tendencias: expansión
de una sociedad de la información, mundialización de los
cambios económicos, crecimiento de las redes financieras internacionales,
aparición de nuevos países industrializados y la hegemonía
económica y militar de Estados Unidos. Por qué emigran Se viaja al extranjero por gusto, por ampliar estudios o por conocer
tierras y personas nuevas. Pero se emigra por necesidad económica,
problemas sociales o persecución política. También
por causa de reagrupación familiar e incluso por deseo de aventura
vital. Hace cincuenta años, ni los africanos ni los latinoamericanos
emigraban en la proporción actual. Emigrábamos los europeos
meridionales: españoles, portugueses, italianos y griegos; también
los irlandeses. Esto tiene que ver radicalmente con la globalización
de la economía y las nuevas relaciones de fuerzas sociales. Sólo un 2,3% de la población mundial abandona su país para establecerse en otro. Dentro de la UE, donde sí existe la libre circulación de la mano de obra, únicamente un 2% de la población laboral ha trabajado en un país de la UE distinto del suyo, a pesar de que en el último tercio del siglo XX se ha multiplicado por dos el número de emigrantes en el planeta. Si era de 74 millones de personas en 1965, en la actualidad se estima en torno a los 150 millones con las fronteras meridionales de EEUU y la UE. No se contabiliza la emigración clandestina ni los movimientos migratorios dentro de los estados. Explosión demográfica La más temible de las amenazas para la especie humana es la explosión
demográfica. La Cumbre sobre Población y Desarrollo, celebrada
en El Cairo en 1994, subrayó que el aumento de la educación
de las niñas y las mujeres produce un descenso de los índices
de fertilidad y una reducción de las tasas de mortalidad y morbilidad.
Está demostrado que en todos los países industrializados
en donde la mujer tiene acceso a la educación y a los puestos de
responsabilidad que les corresponde, la curva demográfica ha descendido
hasta extremos tan peligrosos que hacen imprescindible el auxilio de los
inmigrantes para garantizar el pago de las pensiones mediante sus cotizaciones
a la Seguridad social. Al tiempo que cubren un enorme número de
empleos para los que no hay mano de obra entre los naturales de esos países
y garantizan el desarrollo social y económico, a pesar de la miopía
de los gobernantes. |
José
Carlos Gª Fajardo
Este ensayo fue publicado
en Latin Club